El perfecto cuentista, en adelante PC, no sólo cree haber dado con el asunto fundamental de su nuevo relato, sino que convencido de su interés, deja cuanto estaba haciendo (enviar unos faxes de cierta urgencia que le ha pedido el jefe) para correr a su escritorio como una exhalación, no vaya a ser que su musa se volatilice antes de haber escrito, cuando menos, un esbozo de la brillante idea que revolotea, desde hace escasos minutos, por su cabeza, y que ahora se dispone a anotar con devoción, a espaldas -desde luego- de sus queridos compañeros de mesa.
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Aunque a ojos de cualquiera en horario de oficina su irreprimible vocación pudiera parecer ridícula y hasta desvergonzada, una irresponsabilidad en toda regla, hace ya quince años por lo menos que el perfecto cuentista no ceja un segundo en su afán por hinchar ese germen tan diminuto y prometedor que lo embarga sin previo aviso, con el fin de transformarlo en el relato que debería haber escrito, como digo, quince años atrás.
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Así las cosas, el PC sabe que su cometido resulta inaplazable, que la urgencia creadora no admite esperas. Lo sabe pero también está lo de su jefe, así que de pronto se encuentra ante una decisión salomónica que tomar, al tiempo que se dice para sus adentros que la resolución de dicho dilema exige la fortaleza hercúlea de un Sansón. El perfecto cuentista se sonríe ante su capacidad manifiesta por hilvanar metáforas de tamaño calibre. Luego, y sin más preámbulos, el PC se dirige a su PC y esboza siquiera el título.
.Así las cosas, el PC sabe que su cometido resulta inaplazable, que la urgencia creadora no admite esperas. Lo sabe pero también está lo de su jefe, así que de pronto se encuentra ante una decisión salomónica que tomar, al tiempo que se dice para sus adentros que la resolución de dicho dilema exige la fortaleza hercúlea de un Sansón. El perfecto cuentista se sonríe ante su capacidad manifiesta por hilvanar metáforas de tamaño calibre. Luego, y sin más preámbulos, el PC se dirige a su PC y esboza siquiera el título.
En vano se esfuerza el perfecto cuentista por desarrollar su fugitiva idea. El cursor se ha quedado parpadeando en mitad de la pantalla como un martillo pilón, piensa con acierto. Y de pronto, el jefe:
-Fernández, ¿para cuándo esos faxes? ¿De veras desea usted que le aumente de una puñetera vez el sueldo? Ante esta última pregunta, retórica a no dudarlo, formulada cuando la hermosa Mariluz cruzaba por delante de su mesa, al PC se le ha puesto cara de perfecto idiota. En adelante, PI.