Primero, aceleración pura y desenfreno, pleno discurrir sin ambages; después, progresivas pausas intermitentes, que se espacian y ensanchan mientras el camino se arremolina en torno a enclaves serenos, tras un accidentado recorrido repleto de meandros; por fin, el ansiado letargo absoluto, aquel que deviene en fermentación y olvido.