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—Y tú, ¿quién eres?
—El ALMA de la montaña, me pareció que decía entre susurros de hojarasca y
serpenteantes siseos de lombriz.
—¿El arpa de la montaña,
dices?
—No, el A-L-M-A de la montaña, insistieron otros
susurros semejantes, algo más graves.
—¿Y en qué consiste exactamente ser el
héroe de la montaña?
—En convencerme un día y otro de que no hay posibilidad de
entendimiento, pareció gritarme, el muy insolente.
—¿Estás enfadado conmigo?, alcancé a interrogar.
—Sólo por el hecho de pertenecer a tan malograda especie, remachó.
—¿Y no te cansas de gruñir todo el día?, pude
preguntarle aún. Pero esta vez no quiso responderme. Era como si la fuente en
cuyas aguas saciaba mi sed se hubiera secado de golpe. El héroe de la
montaña había decidido abrir su boca de lobo y zampárseme sin más.
Desde que habito esta gruta he desarrollado
asombrosamente mi olfato y oído, al margen de que mi vista haya empeorado. Y
aunque este demonio de la montaña insista en llamarme Topollillo, yo hago como
si no lo oyera. Sé que un día u otro me vendrán a rescatar.