sábado, 2 de febrero de 2008

Harmonia mundi

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Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.

Ser un pez que boquea y se resbala. Estar siempre tropezando con los otros, con sus cuerpos burbujeantes y fríos, impermeables a cuanto no satisfaga sus deseos inmediatos, se dijo. El lunes, a primera hora de la mañana, presentaría su dimisión. De forma irrevocable, además.

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"