domingo, 26 de septiembre de 2010

La vagabunda




He vuelto a reconocerla. Hoy, sin ir más lejos, estaba sentada en el banco de los borrachos. Fumaba un pequeño cigarro a sorbos, como buscando recomponer sus fuerzas, o el ánimo intacto que alguna vez tuvo. Fingía no haberme visto. Aunque no la conozca personalmente, suelo encontrármela a diario al salir de casa. Si no la veo, la busco hasta dar con ella. Siempre que toma el camino que corre paralelo a la vía de la estación Julius-Leber-Brücke se embosca para beber a solas, a sus anchas. La he visto hacerlo en más de una ocasión. Se traga a morro el contenido de una cerveza tibia, mientras con la otra mano arruga una bolsa de plástico. Da la espalda al mundo para mejor empinar el codo. Es la vagabunda de Shöneberg. Una mujer de mediana edad que parece una vieja. La mayoría de las veces, una rubia alcohólica; otras, sin embargo, una dama solitaria y coja.

.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"