He vuelto a reconocerla. Hoy, sin
ir más lejos, estaba sentada en el banco de los borrachos. Fumaba un pequeño
cigarro a sorbos, como buscando recomponer sus fuerzas, o el ánimo intacto que
alguna vez tuvo. Fingía no haberme visto. Aunque no la conozca personalmente, suelo encontrármela a diario al
salir de casa. Si no la veo, la busco hasta dar con ella. Siempre que toma el camino que corre paralelo a la vía de la estación
Julius-Leber-Brücke se embosca para beber a solas, a sus anchas. La he visto
hacerlo en más de una ocasión. Se traga a morro el contenido de una cerveza
tibia, mientras con la otra mano arruga una bolsa de plástico. Da la espalda al
mundo para mejor empinar el codo. Es la vagabunda de Shöneberg. Una mujer de
mediana edad que parece una vieja. La mayoría de las veces, una rubia
alcohólica; otras, sin embargo, una dama solitaria y coja.