...
Si te impido desde hoy, hijo mío, que te
acerques, audaz y sigiloso como eres, al Árbol del conocimiento, ese que
tú has dado en llamar «de la sabiduría» —pero dime: ¿quién
te reveló ese nombre?—, no es porque te tenga en poco o considere demasiado
joven, incapaz de discernir entre sus hojas y brotes; ni siquiera
porque te reconozca débil como un tallo de hierba, espantado como esas alimañas
que te persiguen en sueños; no. Si te estorbo y prohíbo, hijo mío, si te ordeno
e impongo públicamente que no te dejes tentar por la jugosa fruta del
aprendizaje es sólo porque yo, Dios todopoderoso, en mitad de tanta perfección
como me rodea, he sentido de pronto una punzada de aburrimiento, mon
semblable, mon frère!