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Las flores lucían en la jardinera desde el domingo por la tarde, algo temblorosas todavía, y sin embargo tan lozanas que poco importaba que no hubiera retenido su nombre..Se habían encontrado en la calle lo mismo que entonces, como por casualidad o accidente. Igual que la otra vez, apenas habían logrado acallar ante el otro el repentino azoramiento, ni mostrar tampoco los arrestos necesarios para reprimir esa sensación de urgencia, de necesidad aplazada a deshora, y de contratiempo. Él sostenía un ramo espléndido de flores frescas y anaranjadas. Iba a regalárselas a-no-sé-quién, y de hecho se esforzaba por retener ese nombre lábil y escurridizo, cuando de pronto su memoria había salido huyendo. Como si jamás hubieran dejado de recordarse, pensó.
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