domingo, 29 de julio de 2012

Desbarbada

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Vino el jardinero y, tras echar un vistazo, decidió que había que afeitar con urgencia el edificio. No se trataba tanto de eliminar las plantas, como de exhibir cierta autoridad ante el crecimiento de la maleza, que se había adueñado de la fachada, ensanchando grietas y dispersando debilidades por la casa. Cuando el jardinero hubo terminado, se alejó unos metros. A los pies se arremolinaba una alfombra de tallos y raíces. Parecía una selva de obligaciones incumplidas y buenas palabras. «La sensatez se ha impuesto», se persuadió el del rostro enjuto y barba poblada mientras recogía impasible, camino de su casa.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"