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...Alguien dijo la otra noche que para ser había que dolerse, aunque para no ser, apostilló enseguida, esté de más entusiasmarse. No sé por qué, pero esas fueron sus palabras; emergieron de su garganta como si alguien hubiera preguntado por ellas, como si respondieran a la solicitud de alguno de nosotros, como si cupiera en serio la posibilidad de que andáramos todos y cada uno reclamándoselas, exigiéndoselas. Qué ocurrencia, pensé. El mundo entero conoce de sobra que para ser hay que dolerse y joderse tan a menudo..., que pocas veces quedan arrestos para el entusiasmo. Un círculo de muerte que se muerde la cola; un pez vicioso. Pero ese alguien que nos habló sobre el sinvivir de esta sinrazón había tratado de obtener nuestra complicidad, así que en cuanto hubo recogido sus cosas, se marchó sigiloso por donde había venido.
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