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¿Son las máscaras el escudo del alma? Es probable. ¿Qué hacer cuando llevas tiempo escribiendo en un largo pergamino de hojas doradas y de pronto se te acaba el rollo? Quiero decir: ¿qué haces entonces con tu vida? Yo me encuentro ante un dilema parecido. Desde hace unos meses, duermo sobre un colchón de sábanas acartonadas donde acuno mis sueños con avaricia, temiendo que se disipen, que se disuelvan en un limbo turbio. Para resistir un poco me he rodeado de cosas y pensamientos mullidos: de ese colchón, por ejemplo, pero también de una almohada de plumas, un cojín con pompones, una alfombra persa, y de un buen pliego de sábanas de hilo bañadas en suavizante, aunque los días terminen acartonándose de todos modos. Escribir mientras vives no me ha costado nunca verdadero esfuerzo. Pero ahora la situación es tan otra: ahora, de hecho, desde hace apenas unas semanas trato de vivir mientras escribo; cambiaron las tornas de golpe: nada resulta más difícil.
Así que cuando hube terminado el pergamino decidí seguir escribiendo en sábanas de hilo, aunque enseguida tuve que dejarlo: por extraño que parezca se habían vuelto rígidas como lona gruesa. Entonces me he recostado en el suelo sobre varios almohadones y me he propuesto continuar en la alfombra, a sabiendas de que su textura podía resultar menos propicia. Pronto he descubierto que si reseguía el contorno del dibujo, mi vida se emborronaba levemente. Al final su naturaleza simpática ha dado en revelar mi destino: vivir tumbada en una alfombra persa no garantiza ningún cumplimiento, sueño alguno.
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