miércoles, 17 de agosto de 2011

Alimaña





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Respiró con profundidad antes de adentrarse en el bosque. Quería reconocer más despacio sus heridas: en mitad del pecho una cicatriz antigua supuraba de nuevo. Lo atribuyó al corte insidioso de una rama. Con la cabeza a punto de estallarle y el cuerpo aterido de frío, hizo un esfuerzo por recordar qué diantres le había pasado. Apenas necesitó echar un vistazo para comprobar que tenía el costado lleno de magulladuras. Trató de limpiarse lo más rápido que pudo. No quería que sus miembros se embotaran. Un dolor fiero había empezado a extendérsele por la espalda, aunque lo más molesto era no acordarse. No lograba fijar el momento ni  el motivo; el lugar en que presumiblemente lo habían atacado. Aparte de la vieja cicatriz, le dolían sobre todo las uñas y algunos dientes sueltos, que bailaban tras su hocico. Lo de menos era el escozor que lo atenazaba. Cuando vio que podía arrastrarse a cuatro patas, recordó al fin: una pandilla de alimañas lo había desvencijado a bastonazos.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"