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lunes, 16 de marzo de 2009

¿Te apetece un té?

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El GRUPO FRIDA,
responsable de la revista electrónica
DELIRIO, ha incluido, en el núm. 2 dedicado
por entero a la letra T, uno de mis textos: "¿Te apetece un té?". También podéis
acceder
al primer
número
delirante
a través
de la
de la propia
revista,
que
aparece
entre mis
enlaces
recomendados.
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sábado, 23 de agosto de 2008

La vida según el alfabeto: la K, la Q y, a veces, la C

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Kantiano de catálogo, ello nunca fue obstáculo para que Kique se considerara sin complejos, y no por casualidad, un kafkiano convencido. En cualquier caso, que Carmina quisiera criticarlo porque el chico carecía del karma característico de aquél, resultaba incoherente. Como tampoco era un secreto su querencia por la lógica maniquea y maquiavélica que le inculcaran aquellos comerciantes locos, y a raíz de cuya conversación, entre cómica y cáustica, acabaría por convencerse de su calidad de hombre capaz de quemarse, incomprensiblemente, por una quimera.
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Lo que quedó como una curiosidad fue que Carmina, la quesera, conociera el caso antes de que el kiosquero, colega de Kique y compañero de curro, cayera en la cuenta. ¡Qué cosas!

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jueves, 25 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la J

José Jiménez justificaba a Juan Giménez porque, aunque le jodiera, ambos eran jerezanos, justamente de Jerez de la Frontera. Aparte de ser buenos jinetes, a menudo se jactaban de saber cortar el jamón como genios; generalmente a rodajas. Luego se lo jalaban con los brazos en jarras. (Justo es decir, a modo de ejemplo, que la filología del DRAE fija y recoge que "en Jerez, [una jarra es, por semejanza, un] recipiente de hojalata, de doce litros y medio de capacidad, que sirve para el trasiego de los vinos en la bodega."). Ambos eran, además, juiciosos jueces de genealogía jesuítica.

Si bien Juanillo se había juntado con una japonesa siendo muy joven, a José jamás le había parecido justo que se hubiera agenciado un ejemplar del otro género tan original, ni tampoco que su generosidad hacia una mujer con jambas de junco, gesto de jirafa y ojos de jaspe terminara generándole una jaqueca tan enojosa. El origen: Mijo, la gentil japonesa, tomaba jarabe en dosis ingentes con el objetivo de que dicho agente le dejase bailar una jota con la misma energía con que lo haría una pareja de jíbaros.

Para más inri (jolgorio o regocijo ajeno, como si dijéramos), Mijo usaba gel de baño a base de gelatina, esto es, de colágeno de tejido conjuntivo, y aunque sin duda amaba la jardinería (en su jardín de naranjos germinaban todos los junios y julios unos geranios ejemplares), no era, ni de lejos, de la jet...

(Por si el lector nostálgico anda escaso de juicio, dejo sentado que este micro es un homenaje a La cantante calva, de Eugène Ionesco...)

martes, 16 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la I

Incluso siendo inexperta, indagaba en los historiales incansable, intrigada por el inaudito giro que habían adquirido de improviso sus investigaciones. Inés intentaba historiar un hito inconmensurable: la irradiación del intelecto iluminado en los hindús más impuros e infelices. Desde el mismo instante de su ingreso en la India, había sido incapaz de ignorar esa irradiación incesante; incontenible, como digo, en los individuos más indigentes.

¿Y si Dios existía al fin?, se había interrogado a sí misma, inquieta hasta lo indecible. Sus indagaciones iban a significar un inconveniente insoslayable para la Iglesia. Indirectamente, para salir airosa de la lidia, insistía, inquisitiva, en inventariar los intelectos más ignotos, las irradiaciones más interesantes.

Si bien sus inferencias la inclinaban a dilucidar sus inquietudes hacia el sí, finalmente la Iglesia se había interpuesto indiferente, sin impedimento ninguno a su ingente influencia. Tras el litigio, sus ideas serían ignoradas, a juicio de la Diócesis, por irracionales e irrespetuosas, en principio con el fin de insuflar ingratitud en los espíritus más impertinentes. Implacable en su impunidad, la Iglesia se había limitado a identificar las tesis de Inés con ideologías infernales de siglos invictos. En el íncipit del impreso se decía que el obispo del distrito filipino iba a ser investido in partibus infidelium.

miércoles, 10 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la H

Era Hilario un historiador heterodoxo, harto holgazán y huésped habitual de "La Hacienda". Hace apenas unas horas ha sido ahorcado en La Habana tras husmear sus habitantes en la habitación del hombre, y hallarle un hobby horrible: el susodicho hechizaba al resto de los huéspedes del hostal a base de hierro, hierbabuena y algún hierbajo, además de hipnotizar y hacer hibernar con híbridos de su cosecha al hipocondríaco de la habitación OCHO, un hombre de hechuras hercúleas, en absoluto hosco, de gran humanidad.

Han sido los hombres más humildes quienes, al verlo huir sin huella de honradez, tan deshonestamente, lo han humillado ahorcándolo. Ahora es el hazmerreír de los habaneros.

lunes, 9 de abril de 2007

La vida según el alfabeto: la G

Corregiría una generación entera de graves Gramáticas Generativas, arguyó, aunque igual consiguiera una grandeza mayor si alguien como él, de una gravedad y gentileza tan exiguas como agrestes, generase algunas Gramáticas Generales para Vagos, garantía segura de un gesto genial, genuinamente generoso para con sus iguales. ¡Agregaré las reglas de todas las gramáticas!, gesticulaba grandilocuente. Guillermo no quería engañarse: para gozar con el cargo, no tenía gana de gobernar a disgusto, sino de dirigir a un grupo de gente que le protegiera y agasajara por igual. Para Guillermo, el halago era el garante de todos los riesgos. Por lo general se guiaba bajo esos argumentos, pero un día perdió el sosiego: Esto de generar gramáticas es un galimatías, se dijo tragándose una galleta. Y mientras se atragantaba, vio cómo se ahogaban sus más graves designios. Desde entonces, ya no genera gramáticas. Tan sólo le enorgullece prolongar con desagrado su disgusto antes que pergeñar algo que le distraiga.

jueves, 4 de enero de 2007

La vida según el alfabeto: la F

Forzándose a ello, fiaba en su furibunda fantasía todo su afán de fenecer como un modo feroz de poner fin a todo aquello, de fiero desfogue ante un fracaso futuro que se figuraba flagrante.

En efecto, si Félix fallecía, hablarían de él fatalmente todas las falsas féminas de fondos falaces con que había fornicado ex profeso, no sólo con el fin de obtener un disfrute manifiesto, falto de formalidades y formalismos; sino con el artificio de fabricar, en cada fusión amorosa, la fonética más fina y fabulosa del alfabeto.

Aun cuando ninguna le hubiera confesado jamás su felicidad, por fuerza habrían de festejar, el día de su fallecimiento, las infinitas fanfarrias en defensa de su franca y diáfana figura, tan de fidalgo esforzado, fieles al fin a una faz desfigurada y fea hasta el infinito, aunque de afable perfil.

martes, 18 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la E

Estimada Elisa:
Encontrándome esclerótico y evanescido (es decir, embotado y esfumado), le escribo esto con el empeño de enternecerla. El otro día la entreví en su casa: no estaba usted entonces enfadada sino enfrente del espejo. Estuve espiándola sin esperanzas, por espacio de escasos minutos, enfervorizado por su estilizada esbeltez y su entereza de espíritu y, en general, por esto y aquello. Era emocionante entender que esa experiencia estaba estableciendo por entero el éxito exiguo de estos días tan extraños y etéreos, tan henchidos de esfuerzos espurios...
¿Elisa mía, es que no espera entrar en contacto enseguida conmigo, su entregado esposo?
Entérese bien: estoy enfermo de estrés esperando el envío del escrito en donde usted me exprese su efusión.
Enteramente suyo,
Ernesto

Querido Ernesto:
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo nuestro es imposible. Acaso lo mejor sea el divorcio. Si no creo que podamos volver de nuevo, ello se debe -sintiéndolo mucho- a mi absoluta incapacidad de seguir compartiendo mi vida con la E, a quien empiezo a creer que quieres más que a mí.
No me guardes rencor... Yo en ningún momento imaginé que esto podía sucedernos.
Elisa

martes, 11 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la D de Monterroso

Debatir sobre "el dinosaurio" le resultaba desesperante...
Sin duda, el dichoso dinosaurio de Monterroso se le antojaba de antemano en decadencia. Desde que había sido entronizado por un destino despótico, Demetrio había descubierto una verdad de perogrullo (con perdón por la presencia de la 'p'). La decidida disposición que Dino había demostrado en demorarse más de lo debido (sin que se desvelara demasiado, dicho sea de paso) no designaba más que un decisivo delito: una desidia desestabilizadora, de que hacía gala delante de determinados desiderátums o decentes dignidades deslumbrantes...

Decididamente, cada vez que Désireé, su doctora, le deseaba los buenos días, se descoyuntaba de arriba abajo: el rostro se le desencajaba y, poco después, todo él deambulaba desorientado. Fue de este modo tan deslucido cómo Demetrio había descubierto, después de despertarse, la definitiva debilidad de Dino por ella, su determinación por desaparecer. Por descontado, acabó destapándose que, para empresa tan descomunal, de tamaña dimensión, el susodicho se sentía tan disminuido como decaída era su disposición de ánimo.

Acaso el dibujo de la historia no desmienta lo dicho: después de que Dino le hubiera declarado a Demetrio su desazón por adelantado a la hora de iniciar la desbandada, de darse a la huida como un desgraciado, ambos se habían dado cuenta de que su indisposición desvelaba un desabrimiento determinante e indefectible: el desmedido disgusto de saberse desconsolado y destemplado de todos modos.

lunes, 3 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la C

Cada comienzo de curso, Celedonio cedía sus credenciales a Cristina, célebre celadora, con el fin de que ésta calibrara de qué calaña estaba compuesta su clase. En concreto, quería que su celo certificase ciertas categorías (como las de cretinos, cenutrios y calamidades), con que clasificaba al conjunto de incapaces cuyo carácter no había conseguido conquistar; que conciliase criterios o acaso les cambiase su cabeza de chorlito.

Con el calor de su cariño, Cristina concedía cuantos caprichos confabulara Celedonio. Ciertamente, se citaba con él confiando en que sus cargantes recelos contumaces cesaran cualquier día contrariados. Pero concluía la clase, y ella se convencía entonces de que Celedonio sólo se daría cuenta del contenido de su corazón por casualidad.

domingo, 2 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la B y la V

Benito barruntó bebiéndose un vaso de vino: -¡Bandido!-. Vivía bajo la verja de Venancio, "el bizco".
Le bastó que el botarate de su vecino vapuleara en el valle a sus bondadosas vacas, para verse vilmente vilipendiado. Si bien solía ser un bendito, veces hubo en que su bravura había brillado valerosa.
Véase, si no, los veinte balazos que verificaron el vencimiento del bizco. Sin visado, le dio el visto bueno. Y Venancio vislumbró la verdad.

La vida según el alfabeto: la A

Ayer apareció Amanda apesadumbrada (¿o acaso fuera anteayer?). Andaba algo arisca y así anduvo, asqueada, hasta el amanecer. Ahora avanza, al fin, ágil como una ardilla, con el alma ardiente aunque alerta por si acaso. A pesar de habérsele anquilosado las articulaciones, se afana aún por aminorar asperezas. Aspira a... ¡respirar!
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"