Aquel niño me
miraba con un extraño gesto de reconocimiento en los ojos, como si supiera
desde siempre que yo era él sin asomo de duda y que, por tanto, él había sido
yo alguna vez, durante un tiempo lejano, hasta hoy, en que seguía siéndolo más
que nunca. ¿Podía este señor que yo era ser a un tiempo él mismo aquí y ahora,
allí y entonces ser él yo a un tiempo? Que él y yo fuéramos
el mismo no me atreví a dudarlo. Como tampoco que él mismo y yo fuéramos él,
compartiendo —como hacíamos— un corazón atribulado. Aun así,
y puesto que no quería empeorar las cosas, decidí ocultar que él, yo mismo y el
otro no pudiéramos seguir siendo uno por más tiempo. Me sentía tan mal que tuve
que sentarme. Ya saben, para no sentirme.
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