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Ya estoy de nuevo en Berlín. Después de instalarnos, he revisado el contenido de unas cajas que dejé allí ex profeso cuando regresamos a Barcelona. Son tres recipientes de tamaños distintos. Abro la primera, veo un sobre grande y blanco, le doy la vuelta y leo, escrito de mi puño y letra en una de sus esquinas: "Al tiempo le gusta brujulear como si estuviera encerrado en un reloj ingrávido". Seguía estando conforme: a mí me agrada especialmente la ingravidez de esta ciudad.
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