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Entregarse a la vida como esas plantas al sol. Sin tibieza ni titubeos que valgan, sin remilgos, con parecido instinto de supervivencia, con igual apetito ciego. Dedicarse a ello sin descanso todos los días del año, desde la tranquilidad que da saberse miembro de pleno derecho de la comunidad, sin preocupaciones que valgan, ni temores excesivos por tanto, a resguardo del abrigo familiar. Preocuparse, en suma, por conservar la salud, por recibir en todo momento la máxima luz...
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Pero ¿qué sería, entonces, de la literatura (de esa otra vida secreta) si todas las ovejas, manzanas e hijas se hubieran revelado tan blancas y sanas, tan sumamente obedientes?
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