lunes, 30 de abril de 2018

Una vida prestada, de Berta Vias Mahou



Mi corazón es una cámara



En una entrevista reciente la autora reconocía que más que la biografía en sí, le había interesado recrear en sus últimas novelas las vidas contrariadas ─amenazadas o cuestionadas en algún momento─ de personajes como Albert Camus (Venían a buscarlo a él, 2010), o el torero José Sáez, quien guardaba un enorme parecido físico con El Cordobés (Yo soy el otro, 2015). Incluso cabría relacionar esta última novela que gira en torno de la misteriosa artista que fue la niñera y fotógrafa Vivian Maier con Los pozos de la nieve (2008), por el uso en ambas de la segunda persona del singular, y que aquí le sirve para dar voz a una mujer que se pasó la vida escondiendo sus fotografías; tratando de poner a salvo una vocación y un arte que sentía peligrar ante la mirada prejuiciosa de esa misma sociedad burguesa para la que trabajó cuidando de sus vástagos.



La Vivian Maier que retrata Berta Vias Mahou ni se casó jamás, ni tampoco deseó formar un hogar propio, con obligaciones y ataduras. Antes bien, prefirió vivir en casas ajenas con un sueldo modesto, haciéndose cargo de los hijos de las familias pudientes, a cambio de disponer de una habitación propia que tuviera una cerradura y poder salvaguardar así su preciosa libertad. El título de la novela remitiría, en parte, al encargo que la autora recibe de la editora Silvia Querini para novelar la misteriosa existencia de esta mujer, de la que apenas si se sabía nada; con el objeto de ofrecernos una reconstrucción verosímil no sólo de la rutina diaria que probablemente jalonó su existencia, sino de su forma de mirar y de aprehender la vida ajena ─y también propia─ a través de su cámara, una Rolleiflex para profesionales, lo que da verdadera cuenta de que Vivian Maier siempre fue consciente de su condición de artista.


La novela se compone de siete capítulos. En el primero, un narrador de ochenta y tres años echa la mirada atrás para hacer balance. Resulta interesante desde el principio el juego de espejos que se establece entre esa voz narrativa predominante y las identidades cruzadas de las dos mujeres que la sustentan: Vivian Maier y Berta Vias Mahou, a lo que contribuye la alternancia de puntos de vista, sin solución de continuidad, de la segunda persona a la tercera e incluso, en ocasiones, a la primera. No en vano, el artista, ya sea pintor, escritor o fotógrafo, percibe la realidad desde el filtro de su mirada personal para devolvérnosla aumentada, perfilada de un modo nuevo. Capaz de revelar su verdad contingente. «Hay que ver lo que no se ve», reconoce la narradora protagonista.

En el capítulo titulado «Castillos en el aire», menciona algunos datos biográficos de quien fuera esta mujer para mejor comprender sus decisiones vitales (de Nueva York, se muda finalmente a Chicago) y dar cuenta de su vocación secreta. Pero es en el tercer capítulo, «La charca», donde accedemos por fin a la concepción artística de esta fotógrafa independiente, a propósito de la exposición «The family of man», celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1955, y que había de suponer, al decir de la crítica, la conquista de la mayoría de edad para la fotografía como arte y medio de expresión; una muestra que la niñera recorre mientras comenta, a salvo de camarillas y aplausos sociales, qué opinión le merece toda esa mierda celestial… 

Pero la autora no sólo fantasea acerca de dos posibles historias de amor que frustraría la propia Vivian Maier, sino también sobre el tipo de persona y de niñera que Vivian debió de ser en realidad: una especie de Mary Poppins con ansias de justicia social a lo Robin Hood (pp. 122 y 130), dispuesta a bautizar con verdaderos nombres a los niños que cuida (León Azul, Pájaro Furioso y Orejas de Murciélago) y hasta al hombre que la corteja con bastante éxito (el Lechero Enamorado), además de a aquellos otros seres al margen de la sociedad con los que tan a gusto se siente (Cara Quemada, Cuerpo Torcido y Corazón Picado); o las mellizas A y B, tan iguales y asimismo tan distintas. Todos ellos formarían «La banda», su verdadera familia. En el último capítulo, la autora vuelve a adoptar el punto de vista del comienzo para ofrecernos, al cabo, una Vivian Maier no menos misteriosa y atractiva de lo que se entrevé en sus fotografías; una mujer alta y huesuda, de orígenes judíos y fuerte personalidad. «¿Qué soy? Una espía sin sueldo. Una artista sin público. Una hembra sin macho. Sin manada (…) Sí. Soy una máquina. Implacable. Y mi corazón es una cámara», parecen decirnos a coro Vivian Maier y Berta Vias Mahou.



* Esta reseña ha aparecido, en su versión reducida, en el número 412 correspondiente al mes de abril del 2018 de la revista literaria Quimera. La ilustración de la cubierta es de Mireia Pérez.


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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"