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Esos seres de andares bípedos me parecieron desde
el principio aquejados de un mal perverso, una extraña dualidad que apenas lográbamos descifrar. Como absurda se me antojó la relación que mantenían a dos
bandas en un empeño inútil por guardar las apariencias, sobre todo cuando los
observaba contemporizando con una mitad que creían detestar, y que yo
interpretaba como prueba de su gravosa existencia.
Tras estudiarlos con rigor, determinamos su inclusión como Especie enajenada de cuerpo redundante, con sus dos mitades análogas de por vida, si bien enfrentadas. Fue, de hecho,
esa falta absoluta de entendimiento lo que condicionó su clasificación. Tiempo después,
la dispar simetría de difícil conciliación no sólo sigue irresuelta, sino que parece cobrar
unas hechuras monstruosas.
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