Tras superar
aquella dieta feroz, decisiva, creyó encontrar el modo de cumplir con sus
deseos, así que sin más preámbulos se dirigió hacia el armario empotrado del
dormitorio y se puso el vestido rosa chicle, el único que se le ajustaba como
un guante. Antes de calzarse los zapatos de charol y tacón fino de aguja, se
encerró un par de horas en el cuarto de baño para depilarse piernas, axilas y
bigote. Afeitarse por entero las patillas le iba a costar tan poco, de hecho,
como dejarse barba a su mujer. El intercambio de cuerpos resultó decisivo para
ambos.
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