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-Ve por ese camino todo derecho, y cuando llegues al final hazte con tu deseo, ¡corre! Y que no te preocupe si, de pronto, te parece excesivo e inoportuno, le había dicho el mendigo aquella mañana insólita de luna llena.
-Pero ¿para qué?, ¿por qué debo hacerlo?
-¿No ves cómo la luna te agujerea con ojo pálido, mientras el sol se embosca en tu cabello travieso?
-Sí.
-Pues entonces date prisa, ¡no pierdas más tiempo!
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* Paul Delvaux, Soledad, 1955.
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