Le bastó sentir aquella angustia para visitar al médico. Poco después, disparó su alarma la aparición de un temblor en el pulso, bastante enojoso por cierto, cada vez que intentaba escribir a mano, acompañado por una visión desvaída de cosas y personas, la cual solía atenazarle el ánimo durante horas. A la pérdida del sentido del tacto y de la vista, llegaría, casi de inmediato, la del gusto; situación que supuso un verdadero martirio; él, que siempre se había declarado un entusiasta gourmet.
Desde hace algún tiempo, vive en el más absoluto y denso de los silencios, postrado en la sima más profunda, añorando todos y cada uno de sus dolores pasados. El hastío en el que yace le resulta, a todas luces, la experiencia más aborrecible.
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