Ayer me la
volví a encontrar. Bien arropadita, con los ojos muy atentos, levemente
inclinada hacia atrás para que la silla pudiera sortear mejor el escalón de la
calle. Yo venía de comprar el pan y sus hijos la devolvían a casa. Miraba a
todas partes sin ver, como aquella vaca de mi infancia, con la vista puesta en
el horizonte, más allá de tus circunstancias, mientras con ojos inertes te
agujereaba. Veía sin ver porque todo lo veía. Muy probablemente también comiera
ya sin comer, soñara sin apenas soñar, amara sin necesidad. Sus ojos la
delataban.
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