Ayer me la
volví a encontrar. Bien arropadita, con los ojos muy atentos, levemente
inclinada hacia atrás para que la silla pudiera sortear mejor el escalón de la
calle. Yo venía de comprar el pan y sus hijos la devolvían a casa. Miraba a
todas partes sin ver, como aquella vaca de mi infancia, con la vista puesta en
el horizonte, más allá de tus circunstancias, mientras con ojos inertes te
agujereaba. Veía sin ver porque todo lo veía. Muy probablemente también comiera
ya sin comer, soñara sin apenas soñar, amara sin necesidad. Sus ojos la
delataban.
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Si algo me admira de ti, Gemma, es esa capacidad fantástica de moverte en los espacios de indeterminación, destilando la esencia de la ambigüedad de forma tal que nos llevas -una vez tras otra- a sumergirnos en la historia para acabar de completarla.
ResponderEliminarMe voy con esa mirada perdida pegada.
Un abrazo y ¡feliz año nuevo!
Subyuga como retratas la inercia y ese punto de inflexión en el que uno se deja ir, arrastrado por el tiempo.
ResponderEliminarFeliz año, Gemma. Abrazos.
Me parece sobrecogedor este homenaje a una mirada que me resulta muy familiar.
ResponderEliminarComo dice Pedro, manejas la ambigüedad de una forma fantástica. Un fuerte abrazo.
Pedro, Agus y Susana, ¡gracias y abrazos!
ResponderEliminarJamás sabremos qué hay detrás de esos ojos que te miran, aunque aparenten no verte, pero que llevan toda la sapiencia de los años acumulada y acaso sonríen...
ResponderEliminarSiempre nos pones a pensar, querida Gemma
Un abrazo y ¡feliz año!
BB, no me cabe ninguna duda. Gracias y besos
ResponderEliminarPefecto. Es así. Mañana pasaré el enlace por Twitter.
ResponderEliminarLlega esa edad y todo sucede como lo cuentas.
Saludos.
Muchas gracias, Pilar. Celebro que lo creas así.
ResponderEliminarBienvenida.