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Recorrer las aguas con el cuerpo bruñido, soltando
destellos cuando hay suerte, sin disfrutar del ansiado descanso ni vislumbrar
un destino las más de las veces, puede parecer una tarea difícil; pero basta
subirse a tiempo en la debida curva, y darla desde el ángulo adecuado, con la
inclinación justa, para percibirlo de modo distinto. Luego, si se quiere, ya
será posible abandonarse, flotar despacio, librarse incluso de uno mismo; o bien
subir muy rápido primero para precipitarse después desde lo alto, emergiendo a
partir de entonces una y otra vez, sin otro objeto que el simple gusto por
sumergirse de nuevo.
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Al comienzo, quién lo niega, puede resultar una tarea
propia de valientes, de profesionales y expertos; o gentes que
simulan carecer de escrúpulos, como si jamás hubieran sobrellevado cargas molestas. Sólo cuando se alcanza el
ansiado conocimiento, se apercibe uno de que recorrer las aguas con el cuerpo
bruñido es algo que aprendemos a hacer a su debido tiempo.
Aunque nunca sucumbamos lo mismo.
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