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Una anciana cruza la calle sin mirar. El semáforo se ha puesto en rojo en ese instante. Al otro lado de la acera, una pareja ha empezado a desenamorarse a gran velocidad. Han muerto para siempre las seis de la tarde.
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En escena, apenas un fragmentito de cielo blanquiazul entrevisto desde la terraza. Es la hora de la siesta de un verano que emprende sus primeros pasos. El sobrino intrépido examina, concentrado, cuanto se desarrolla ahí afuera, auscultando con la cámara los sonidos procedentes del exterior. Pese a contar con la altura insuficiente de un niño de 8 años, cuenta también con el instinto indómito del artista. Nunca nadie dijo que ir en pos de vuelos escurridizos de mosca fuera tarea fácil...
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Antecedentes
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Un poco más lejos, casi de forma simultánea al transcurso de la primera escena, el entomólogo mayor es observado por la mirada rapaz del entomólogo menor, conocido allende los mares con el sobrenombre de Popi. Dirige la operación un maestro de ceremonias con alma y vocación indudables de náufrago. Si bien el primero persigue documentar con un novedoso enfoque oblicuo su trabajo de campo; el segundo persigue simplemente, como miquín que es. Se desconocen qué objetivos mueven al maestro de ceremonias.
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En escena, esta vez, tres personajes fundamentales; sin mencionar, por descontado, la irrupción de esa paseante de pantalón blanco que ha decidido, por su cuenta y riesgo, entrometerse en la obra:
Ruido ambiental: Ssssssshhh...
Un coche sumamente silencioso: [Roummmmm]...
El apuntador, percatándose -tarde, como siempre- de la cruda realidad: Ah! No...
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