lunes, 7 de agosto de 2017

La hija del comunista, de Aroa Moreno Durán

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De muros, traiciones y desengaños
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Cuando están a punto de cumplirse cien años de la Revolución de Octubre, La hija del comunista viene a cuestionar una vez más, y podría sumársele la reciente novela de Ioana Gruia, El expediente Albertina, donde se narra la vida de un grupo de mujeres rumanas en los difíciles años del comunismo, los mitos y falsedades que perviven entre cierta izquierda europea en torno a este régimen político, tras décadas de comportamientos dictatoriales. En esta ocasión, se trata de la primera novela de una autora que ya tiene en su haber dos libros de poemas: Veinte años sin lápices nuevos (2009) y Jet lag (2016); dueña de una prosa dúctil y maleable que ahora no duda en poner al servicio de una historia estructurada en cuatro partes: «El Este», «La tierra de nadie», «El otro lado» y «Vaterland», cuyo recorrido cronológico y espacial por los principales sucesos históricos y vitales de la época irá desgranando en primera persona Katia Ziegler, la protagonista aludida en el título.
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Así, en la primera parte, la más extensa del conjunto, observamos la vida doméstica de un matrimonio español con dos niñas pequeñas, refugiado en Alemania tras la guerra civil española, desde los ojos de la mayor de las hijas, a partir de los recuerdos que atesora del Berlín de 1956 a 1971. Gran creadora de atmósferas, la autora recompone la sensación de peligro que experimenta Katia por vez primera un día de 1961, tras cruzar la frontera del Oeste para recoger unas cartas que le dirige a su madre la familia de España, lo único que parece sacarla de su tristeza crónica; mientras el padre, un comunista convencido, trabaja en secreto para el Partido en la RDA. O el primer amor de Katia, Thomas, ligado al fuerte desengaño que experimenta la joven poco después; o su encuentro con apenas 19 años con el extraño chico del otro lado, que la vigila y pretende, enamorándose Katia del misterio que lo envuelve. En esta parte inicial, se prepara el terreno para la fuga al Oeste de la protagonista a fin de reunirse con Johannes, su futuro marido, repitiendo la huida de su propia madre, que al cabo tampoco fue feliz. No en vano, quien decide dar el salto hacia esa nueva tierra de promisión que representa el Oeste será una Katia melancólica y ausente; más que enamorada, perdida; dejando atrás estudios, amigos y familia y, sobre todo, la posibilidad de labrarse un futuro esperanzador.
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De este modo, la novela podría leerse como la historia de dos mujeres, madre e hija, que entrelazan sus destinos al verse arrastradas por el peso de unas circunstancias políticas paralelas, aun siendo éstas muy distintas. La segunda parte da cuenta precisamente del miedo y los remordimientos que siente Katia mientras huye de la antigua RDA para ir a parar a un pequeño pueblo al suroeste de Alemania, donde de inmediato pasa a ser la chica del otro lado y deberá aclimatarse. Durante la fuga, Katia comprende el sacrificio de su madre al abandonar España para reunirse en Dresde con su marido, las dificultades por las que ella misma habrá de pasar.
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Así, en El otro lado se narra no sólo la nueva vida de Katia como madre y ama de casa, sino también su arrepentimiento creciente por abandonar a su familia y traicionarlos, o al menos así lo entendería el Partido, la constatación de su ya improbable regreso al Este. Si esta tercera parte se iniciaba con la llegada de Katia al Nuevo Mundo y su posterior boda, se cierra simbólicamente a raíz del terrible anuncio que abrirá un abismo en su interior, arrebatándole de un manotazo la venda de los ojos. La parte final, Vaterland, «Patria», aun cuando para Katia también signifique la tierra de mi padre, cumple la función de anagnórisis al narrar el imposible reencuentro de la mujer madura con los suyos tras un limbo de veinte fatigosos años.
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La hija del comunista aparece contada en un tono alejado de cualquier sentimentalismo, que privilegia la intimidad, al tiempo que aporta una visión lúcida sobre la vida cotidiana de quien creyó estar eligiendo su futuro cuando, en realidad, era presa de la rigidez de la Europa enfrentada en dos bloques irreconciliables que destrozaría muchas existencias. A decir verdad, un destino común en las sociedades divididas del momento, en las que, por un lado, los ideales del Estado primaban por encima de las aspiraciones de sus gentes, cuando no se hacía gala, por otro, de una superioridad igualmente ridícula.

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* Esta reseña ha sido publicada en el número doble de julio-agosto, 404-405, de la revista de literatura Quimera. 
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"