Se precipita todo aquel que se considera de carácter tempestuoso o intempestivo, todo menos atemperado. Reacio al acomodo por naturaleza, prefiere andar de acá para allá con el objeto de honrar un cuerpo dotado de extremidades que lo empujan al comportamiento ansioso e inconforme, dispuesto a despertar incomodidad si es preciso. Al fin y al cabo, le gusta avanzar a salto de mata y no soporta cumplir órdenes a pies juntillas, viendo en ello la imposición de cierta clase de tiranía o de obediencia ciega, tan lejos de su conformidad. Su conducta ideal es, pues, la irreflexión premeditada, que ambiciona ejercer con resolución y a conciencia, con un punto de temeridad. Lo bueno es que apenas si le queda tiempo y ganas para albergar rencor en relación con los sucesos pasados. Antes bien, lo embarga la incontinencia sublime de la reacción.