Atender los asuntos del espíritu a conciencia, sin impedimento, embarazo o empacho que valga o constriña, para que los relativos al intelecto discurran, cuando menos, con semejante desahogo.
Despejar la mente de pesadumbres vacuas para, desde esa ligereza recién adquirida, concentrarnos en lo que verdaderamente importa: emprender, al fin, un vuelo oceánico.
. . Hermosa vida que pasó y parece ya no pasar… Desde este instante, ahondo sueños en la memoria: se estremece la eternidad del tiempo allá en el fondo. Y de repente un remolino crece que me arrastra sorbido hacia un trasfondo de sima, donde va, precipitado, para siempre sumiéndose el pasado.