La sombra de Miguel
Esta novela empieza con las expectativas de un western y concluye con la intriga y el misterio propios del género policíaco, aunque se nutre en mayor medida de la novela autobiográfica que Jack London escribiera sobre los efectos del alcohol, titulada John Barleycorn, en alusión al cereal empleado en la fabricación de bebidas como la cerveza o el whisky. Pero en calidad de escritor consciente que observa la realidad, se alimenta sobre todo de la concepción de esa lógica blanca propiciada por la lucidez que le concede a su protagonista la ingestión de cierta dosis de alcohol. El título de la novela que nos ocupa remitiría a esa clase de distorsión amplificada, como si se tratara de una lupa de aumento, que su consumo asiduo favorece en el personaje, además de referirse al encierro en la jaula en que se halla el narrador protagonista.
Tras la publicación de su Trilogía de la enfermedad, formada por una novela (La línea Plimsoll) y dos diarios (Diario del hombre pálido y Piel roja), el autor regresa a la ficción para mostrarnos a un hombre desamparado, mientras intercala el relato de su caída en desgracia con el testimonio de otros personajes semejantes, destacándolos en capítulos aparte escritos en cursiva, como si fueran cuentos breves (así ocurre en los episodios 3, 7, 10 y 14, de un total de 30), a sabiendas de que su lectura multiplicará el desvalimiento en que se encuentra el narrador principal.
Miguel Quer, el protagonista, es un profesor de Literatura adicto al alcohol y desengañado de las bondades de la materia que enseña. Un día conoce a Ana Ferrer, una diseñadora de éxito de la que se enamora enseguida. A ella también le gusta beber, pero a diferencia de Miguel consigue desengancharse de su adicción poco después de haberse mudado juntos a la sierra de Madrid, produciéndose al cabo la ruptura de la pareja. La trama empieza en este punto: con Miguel vencido tras la marcha de Ana y la huida hacia delante que inicia el narrador, entregado a la bebida para mitigar el sufrimiento. Así, mediante continuos saltos hacia atrás a fin de recomponer el puzle de su desgracia, va ahogándose progresivamente en la pecera en que transcurre su existencia.
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Al margen de hallarnos ante un argumento más o menos conocido, lo que sostiene la escritura de Gracia Armendáriz es el relato en primera persona sobre el paulatino alejamiento del protagonista de la vida y del amor, de la realidad objetiva, para adentrarse poco a poco en esa otra realidad distorsionada por el alcohol, hasta adquirir todas las trazas de la pesadilla, echando mano de potentes dosis de humor ácido cuando la situación lo requiere. Desde el inicio, asistimos a los sucesivos desdoblamientos de Miguel en Johnny Walker, tal como ocurre en la novela de London, quien pasa a dialogar primero con el profesor y, luego, a suplantarlo debido a esa distancia distorsionada que le brinda el alcohol, como si se tratara de su sombra, de su lado oscuro. En los momentos más delirantes, llega a valerse de tres personajes: de Johnny, de su sombra y del pez mismo que representa su borrachera, metáfora amable de toda esa ristra de alimañas que lo asedian, en un relato que se descompone en varios prismas para mejor proyectar una percepción surrealista de la realidad circundante.
Si bien la prosa y el estilo de Gracia Armendáriz se muestran muy cuidados en los diversos registros que utiliza, creo que uno de sus mayores aciertos estriba en el hecho de que todo cuanto nos es referido por este lúcido narrador borracho posee una ambigüedad indescifrable, de modo que casi siempre le corresponde al lector interpretar o cuestionar las versiones sesgadas que nos llegan de una historia o peripecia cualquiera para recomponer su verdad. Así, por ejemplo, cuando se ríe de la fe súbita que Ana ha abrazado para redimirse de su pecado alcohólico entregándose, en cuerpo y alma, a esa nueva secta que representan para el narrador, movido por la rabia y el abandono, las sesiones de Alcohólicos Anónimos, a las que asiste con devoción su expareja; o cuando el lector empieza a temer que el propio Miguel esté a punto de convertirse en el exmarido violento de Ana, si es que no lo ha hecho ya… Y sin embargo, ya se trate de las discusiones que entabla al principio con Ana, ya del recuerdo borroso de ciertas escenas que han tenido lugar en la universidad donde trabaja, a menudo nos sentimos solidarios, en la visión y el punto de vista, con este narrador cuestionado. El insólito desenlace con el que se resuelve el embrollo de su existencia, terminará por concienciar a este personaje alcohólico y afortunado, dispuesto, ahora sí, a renunciar de una vez por todas a Johnny.
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* Esta reseña ha sido publicada en el número 393 de octubre de Quimera.