jueves, 12 de agosto de 2010
Perra vida
sábado, 2 de mayo de 2009
En la duermevela
miércoles, 22 de abril de 2009
La experiencia más aborrecible
Le bastó sentir aquella angustia para visitar al médico. Poco después, disparó su alarma la aparición de un temblor en el pulso, bastante enojoso por cierto, cada vez que intentaba escribir a mano, acompañado por una visión desvaída de cosas y personas, la cual solía atenazarle el ánimo durante horas. A la pérdida del sentido del tacto y de la vista, llegaría, casi de inmediato, la del gusto; situación que supuso un verdadero martirio; él, que siempre se había declarado un entusiasta gourmet.
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martes, 9 de diciembre de 2008
Piel de ángel
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Bastó verla en mitad de la calle apenas un segundo, las mismas alas desplegadas de algodón esponjoso y reluciente que solían arroparlo ya casi todas las noches, para reconocerla de inmediato.
-¿Qué haces aquí, si puede saberse?, dijo él abrumado, mientras en vano trataba de cubrir con el abrigo sus arrebatadoras alas fulgentes.
-Esta madrugada andábamos discutiendo algo crucial, ¿recuerdas?, y de pronto, con los primeros rayos de sol te esfumaste. No vuelvas a hacerlo.
Y aunque él trataba de recordar, más azorado que nunca, por qué absurdo motivo habrían tenido que reñir horas antes, cayó rápidamente en la cuenta de que no había nada que hacer, de que sus sueños no alcanzarían a tener jamás la textura del algodón, pues estaban hechos de otra materia más lábil y putrefacta, compuesta a base de huesos, tendones y venas de grosor distinto. Tras despedirse de ella, emplazándola a un nuevo encuentro aquella misma noche, supo que ya sólo era un hombre abatido más.
martes, 2 de septiembre de 2008
El ángel de la guarda
miércoles, 25 de junio de 2008
El viaje
Son las cuatro de la tarde. La hora de la quietud y la siesta. Un golpe de aire fresco se desparrama por el campo de lomas ondulantes y empinadas, como si aspirase a coronar al vuelo esas copas desnudas que asoman a lo lejos, donde apenas si alcanzan los ojos. El pintor se ha sentido cautivado y ha dispuesto los aparejos para una feliz jornada de trabajo. Ansía terminar el cuadro con los últimos rayos de sol, de ahí que rinda con la avidez y entrega propias de un día de descanso.
Tras colocar el caballete frente al hermoso paisaje y sujetar la paleta con la mano izquierda, se ha puesto manos a la obra. En un santiamén ha empapado el pincel en diversos óleos, mezclándolos sin vacilar, alterándolos. Como siempre, ha conseguido arrancarles infinitos destellos. Su arte es el de un miniaturista.
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Un par de horas después, ha trazado con pulso firme un perfecto esbozo de la escena. Más tarde, ya es posible reconocer las sinuosas lomas de pelo suave, las figuritas de los caballos, el mismo peine del viento. Cuando el anciano se halle concentrado en unas ramas del sotobosque, sentirá crecer, dentro de sí, el relincho salvaje de un caballo. Es probable que sólo entonces se dé por satisfecho.
miércoles, 4 de junio de 2008
Cabezas de colores
martes, 27 de mayo de 2008
Autoscopia
martes, 13 de mayo de 2008
El universo mundo
Siguió leyendo la noticia con que se había topado por casualidad: "El universo está compuesto en más del 95% por sustancias cuya composición es desconocida: se trata de la materia negra (21%) y de la energía oscura (75%). El resto, entre el 4% y el 5%, es materia ordinaria (protones, neutrones)". Y más adelante: "todas las galaxias y los gases interestelares descubiertos hasta ahora sólo contaban con la mitad de esta materia bariónica." Qué curioso, pensó; así que estamos hechos de materia bariónica. El DRAE ni siquiera daba cuenta de ella. Wikipedia sí, aunque liquidaba la cuestión en apenas dos pinceladas: "En cosmología se considera materia bariónica toda forma de materia constituida por bariones y leptones (a excepción de determinados tipos de neutrinos). Es decir, es la materia que forma todo lo que nos rodea y podemos ver, incluidos nosotros mismos.
jueves, 8 de mayo de 2008
El pececillo de colores
La cosa, por lo visto, venía de lejos: el chico nadaba a diario 180 piscinas. Al principio eran sólo 40, pero le bastó un par de años de práctica disciplinada para alcanzar las 100 piscinas de un tirón, sin descansar siquiera un momento, ni tener que ajustarse el gorro ni las gafas. La gente creía que las hacía buceando. Era una verdadera máquina. .
Si bien, al principio, nadaba sólo para evadirse, con los años aquello devino en vocación. El chico nadaba y nadaba horas enteras, mañanas y tardes sin descanso, sin detenerse. Ya por entonces tenía algo de pez. Incluso hubo un día en que tuvieron que advertirle de que llevaba toda la jornada nadando sin parar, y que tanto exceso no podía traer nada bueno. Al final, para no levantar sospechas, nadaba por la mañana en una piscina, por la tarde en otra y durante el corto horario nocturno en una tercera. Curiosamente parecía alimentarse de su pasión. Por las noches, como era de prever, soñaba que seguía nadando. Y así, un año, y otro, y otro más. Y el chico iba creciendo.
jueves, 28 de febrero de 2008
El desmemoriado, 4
Allá por la adolescencia, cuando alcanzó por fin los catorce, se enamoró perdidamente de su profesora de literatura. A los dieciséis le ocurrió lo mismo con su profesora de matemáticas. A los diecisiete, le tocó el turno a María, una jovencita del lugar de ojos rasgados y hermosa cola de caballo. Su especialidad eran las risas.
Ya de mayor, tras convertirse en un respetable contable y eficiente tecnócrata que ocupa sus horas en recibir a sus compañeros de juegos y hasta, en alguna ocasión, a su antigua profesora de matemáticas, no puede dejar de preguntarse cuándo fue que la vida dejó de rasgar el viento con su cola de caballo; por qué motivo las mariposas fueron apedreadas de forma tan risueña; cómo llegó a perderse el infinito, la promesa de un atardecer de colores Alpino.
martes, 29 de enero de 2008
El desmemoriado, 2
En aquel pueblecito costero vivía un señor que un día se había levantado sin recordar apenas nada de su existencia. Pese a todo, cada tarde solía ir al bar de la esquina para reunirse con sus amigos y charlar un rato. Lo más probable es que se acordara del camino porque había celebrado esos encuentros infinidad de veces, casi a diario, desde que fuera un simple muchacho. De joven había viajado a la capital en un par de ocasiones, sin tener jamás verdadera necesidad ni ambición de abandonar su pueblo natal, ni siquiera por motivos de trabajo. Al no tener familia ni parientes cercanos, vivía solo desde hacía algún tiempo, en compañía de sus fantasmas y gatos.
Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.
Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
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sábado, 19 de enero de 2008
De una tienda antigua en Shöneberg...
Me paro un momento a observarlas y todavía consigo cazar al vuelo algunos retazos de su conversación.
-Ten cuidado, no te resbales... -comenta la primera mujer frente a la puerta.
-Espera un segundo, enseguida estoy lista -le responde su amiga.
Me ha sorprendido que compartan un mismo modelo de bolso. La escena me parece misteriosa y natural. Les saco una foto que me sirva de prueba y recuerdo.
En Berlín, las noches son frías y oscuras como en pocas ciudades. También son muy hermosas. Ellas lo saben, así que -tras sentirse descubiertas- se han lanzado a la calle, camino de Eldorado. Ambas comparten esa belleza trasnochada de las cosas envejecidas desde siempre. Es ya de madrugada cuando estas mujeres de fibra de vidrio se alejan de la mano, calle abajo. Persiguen sueños de músicas antiguas que sólo hallarán en aquel viejo local situado en la Motzstraße, envuelto, a estas horas, en sinuosas volutas de humo.
martes, 8 de enero de 2008
Luminosa oscuridad
domingo, 16 de diciembre de 2007
Sísifo
Inmediatamente después, y con el ánimo algo más recompuesto, se dirige aprisa a su cuarto para emprender de nuevo la difícil tarea de levantar, de apuntalar incluso, el desbaratado edificio de su identidad: primero se calza las zapatillas de dormir y, a continuación, se pone el pijama. Antes de acostarse, se prepara una cena frugal.
A medianoche, cuando el silencio se vea interrumpido tan sólo por los latidos de su corazón, soñará una vez más que vuela alto y lejos, como un maldito pájaro, igual de pertinaz.
sábado, 1 de diciembre de 2007
La disolución
miércoles, 2 de mayo de 2007
El mejor árbol del mundo (Microrrelato)
Cuando hubo terminado de leer El barón rampante, se fue corriendo hasta el bosque más cercano para encaramarse al único árbol sobre el que podría sentirse a gusto durante las próximas horas de la tarde. Le habría encantado poder emular al protagonista y quedarse a vivir en la espesura el resto de sus días, pero tiempo atrás había descubierto, no sin pesar, la insalvable frontera que separaba la ficción de la realidad, y por entonces nadie le había ofrecido siquiera la oportunidad de pasarse al otro lado. Así las cosas, le bastó permanecer allí en lo alto, con el libro en el bolsillo y la luna de compañera, para sentirse a salvo el resto de la tarde.
viernes, 6 de abril de 2007
Prosopopeya (Microrrelato)
Las flores son un buen ejemplo, pensó. Las ves quietas como estatuas, rodeadas de esa extraña belleza hecha de eternidades imposibles, pero en realidad su deterioro interno no descansa un segundo. A fin de cuentas, su secreto es ese precisamente: parecer eternas en plena decadencia, o justo cuando apenas si se manifiestan los primeros signos de un deterioro seguro, de una decrepitud capaz de embriagar como un hechizo.
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En efecto, cómo no me había dado cuenta antes si en el fondo es algo evidente, siguió barruntando para sí el poeta: el esplendor de que están hechas no puede ignorar la podredumbre que las corroe por dentro. Sólo la eternidad del tiempo en que viven las muestra engañosamente perfectas. Una belleza caduca y frágil, la suya, es cierto. Sólo una apariencia. Un hechizo, su belleza, del todo absurdo; tan caduco, en verdad, como los ojos que lo contemplan, reconoció, para sus adentros, ensimismado.
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Y acto seguido, cogió el estilete que descansaba encima de su escritorio y se abrió las venas del brazo derecho en un acto de desesperación perfectamente orquestado. ¿Qué futuro podría alcanzar jamás la belleza caduca de unos versos?, había advertido. Y tras pronunciar estas palabras, se dispuso con dignidad a que el sueño de una muerte perfecta lo abrazara al menos para siempre.
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sábado, 31 de marzo de 2007
Sueño infantil (Microrrelato)
Se trataba de un sueño recurrente. No entendía por qué le causaba tanto pavor pero bastaba cerrar los ojos para convocar su terrible amenaza. Tendría nueve años por aquel entonces. Quizás incluso unos cuantos menos. Ahí mismo, justo en medio de la nada que sale a relucir cuando nos dejamos vencer por la pendiente del sueño, aparecía ella de nuevo, desdoblada en una Alicia recién llegada a las profundidades de un cubículo claustrofóbico; encerrada para siempre entre las cuatro paredes de un enorme cuarto oscuro. Nada se veía ni nadie podía permanecer allí, pero a tientas buscaba una salida, e irremisiblemente desembocaba en el centro mismo de la habitación, donde un gran sillón de orejas grandiosas, casi descomunal, como el que tenía su abuelo, reposaba satisfecho de su condición de fuerza centrípeta. Ella se acercaba y acercaba hasta tropezar con el dichoso sillón orejero, según le ocurría cada vez.
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Para poder abrirse paso entre la bruma de la habitación, formada por una atmósfera densa e irrespirable, hecha de muerte y vacío, de ahogo visceral, braceaba con fuerza buscando dispersar esa niebla fría, heladora en realidad. Pero no había escapatoria. El implacable sillón tenía la autoridad de quien se sabe irresistible y conoce todas las triquiñuelas posibles para salirse con la suya, de ahí que la escena fuera la misma una y otra vez, en cada nueva ocasión que se repetía el maldito sueño en que el sillón de orejas enormes terminaba atrapándola como si fuera una vulgar mosca, y se la tragaba.
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A decir verdad, tenía el sillón las orejas tan grandes como las del lobo de Caperucita, si bien Alicia no entendía qué demonios estaba haciendo dentro de aquella historia tan agobiante, cuando lo único que quería era ver el sol, las nubes y los pájaros, poder jugar.
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jueves, 29 de marzo de 2007
Blanca y tibia (Microrrelato)
Por fin la vio a altas horas de la madrugada, cuando el taxi que había llamado por teléfono la había conducido por los aires de la ciudad vacía hasta el hospital en que acababa de morir, hacía menos de una hora. Cuando se quedaron a solas, no supo si le angustiaría la perspectiva de tener que velarla. Los familiares la recogerían más tarde. Sin saber por qué, sintió cómo la abuela le brindaba su compañía de mujer recién muerta, presente aún en la blanca y tibia estancia. Su cuerpo sereno era un indicio clarísimo de que se encontraba allí mismo, en un más allá todavía cercano.
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De pronto, la muerte había convertido su rostro de anciana dormida en una máscara resplandeciente. Tras besarle la frente con labios temblorosos, enseguida se percató de que guardaba la tibieza de lo vivo, apenas un hilo de calor. Poco a poco, la habitación que había sido su cuarto durante tantos días fue convirtiéndose en un velatorio. Una abuela durmiente y su nieta se hacían una vez más compañía. Incluso eso era como siempre.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"