La abuela le había regalado un ángel de porcelana antiquísimo para que lo guardara de recuerdo.
-Cuídalo como si fuera de verdad, -le dijo. Quiero que lo tengas tú, para que te acuerdes de mí cuando me haya ido, hijo.
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El chico, al llegar a casa, lo metió, envuelto como estaba, dentro del cajón aquel en que solía guardar todos sus tesoros, rodeado de piedras extrañas, chapas de colores y plumas de pájaros inverosímiles, contento, sí, de que su abuela le hubiera hecho un regalo tan valioso, aunque no tardó mucho en olvidarse del angelillo. De hecho, tuvieron que pasar todavía varios años antes de que la abuela le preguntara de nuevo por él:
-¿Lo guardas todavía, ¿verdad?
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Pero ya no lo guardaba. Sin querer, un poco por descuido, un día se le había caído al suelo, partiéndosele por la mitad una de sus alas. Le había dolido de veras que la figurilla se le rompiera por su mala cabeza. Lo peor fue admitir que no podía salvarlo de ningún modo, pues la finísima porcelana se había ido a quebrar por la juntura del ala con la espalda, de donde se echaba de ver que no podría soportar su peso. Verlo así, tan maltrecho y alicaído, lo apenaba de veras. Hasta que se cansó de sacar los dos trozos que ya sólo le recordaban su desaguisado. Fue entonces cuando se dijo a sí mismo que no tenía ningún sentido conservar tan poca cosa. Y se deshizo de ellos sin pensárselo.
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Ahora, sin embargo, se lamentaba de haberlo hecho. Más allá de sentirse culpable por su rotura, le avergonzaba muchísimo reconocer que se había desecho de él sin la menor consideración.
-¿No lo guardaste, hijo? Y a la abuela se le empañaron los ojos.
-No, -dijo el chico. Se me cayó al suelo y el ángel se hizo pedazos, abuela. No había cura ni manera de salvarlo, -le dijo con el ánimo contrito. Pero la abuela ya no quería saber nada, ni volvió a mirarlo a los ojos por un tiempo.
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Es tan triste, Megatxu...
ResponderEliminarCreo que debes estar dispuesta a llorar con los llantos de muchos de los que te vamos a leer la muerte de ese ángel, porque es que, además, querida, un cuento con esa adorable abuela... aysss...
Un besote...
¡Qué pena! Con la ilusión que se lo había regalado su abuela. ¿Qué le costaba haber intentado arreglarlo? ¿Por qué no lo guardó en un lugar más seguro si sabía lo que ella lo apreciaba?...¡Ay, muchacho descuidado y desconsiderado!
ResponderEliminar¡Hasta otra entrega de tus relatos! Saludos.
Estupendo juego, Mega: un ángel de la guarda que se guarda, se le rompe un ala y queda alicaído. Y una abuela con ángel que se enfada cuando
ResponderEliminarsu nieto se queda sin ángel que lo custodie.
Saludos.
Pues no sé, de adorable no tiene nada la abuela. Malas pulgas, más bien. A cualquiera se le puede escurrir un ángel, no es para tanto.
ResponderEliminarMe ha recordado a la madre de Tony Soprano, la angelita.
Pobre abuelita, tanto que significaba aquel angel regalado al niño,y la criatura lo tira a la basura...ay,ay, estos crios que no dan valor a nada, un recuerdo sentimental es lo mejor que podemos tener.
ResponderEliminar¡Ostris, qué bíblico!
ResponderEliminarLo que pasa es que no pillo muy bien la moraleja que no hay. Salvo que sea que la mejor manera de que nadie te incumpla un deber sagrado es no imponrlo a nadie, ¿no?
El pobre chico perdiendo el favor de su abuela por ser un manazas: excesivo por parte de la abuela.
Pero eso sí, mentiras, ni una. Mejor le habría ido al revés, ¿no?
Cuando yo era pequeña, siempre andaba pidiéndole a mi abuela las alianzas de boda suya y de mi abuelo. Un día, cuando iban a ponerle un marcapasos, y antes de ir a quirófano, se quitó las alianzas y me las dio. Cuando murió, mi madre me dio un rosario que yo le había traído en una de mis excursiones escolares, hacía como 20 años. No quise nada más de lo que ella tenía, aunque tenía muy poco, pero aquel rosario que recuerdo haberle comprado en el Santuario de la Virgen de Regla, en Chipiona y que ella siempre llevaba consigo en el bolso, siempre va en mi bolso. Y, hasta debo reconocer que me tranquiliza cuando lo toco, y lo acaricio cuando tengo que volar (porque me da pánico el avión de siempre). Sus alianzas, ahora que nos vamos a Madrid, se vienen conmigo.
ResponderEliminarQué torpe aquel chico que no supo ver más allá de lo material. Qué bonito lo has contado.
Tras dudar un poco, he retocado ligeramente el final:
ResponderEliminarAsí, donde decía "Pero la abuela ya no quería saber nada, ni volvió a mirarlo como antes a los ojos";
ahora dice: "..., ni volvió a mirarlo a los ojos por un tiempo". ;-P
Joseba, es triste sí, pero también es cierto que nuestro crecimiento se enriquece gracias a experiencias como la descrita. Un besazo
Luisa, efectivamente. El chico se ha mostrado "descuidado y desconsiderado". Él mismo termina dándose cuenta. De hecho, el micro relata, a través de este episodio mínimo, el aprendizaje vital de un joven que, en adelante, procurará ser más cuidadoso... Un saludo
Antonio, si me gustan tus comentarios es porque sueles fijarte en detalles en los que ni yo misma había reparado (al menos, de forma conciente) ;-P
Como siempre, un generoso resumen el tuyo.
Viajero, creo que, en efecto, el anterior final daba a entender una excesiva severidad por parte de la abuela al enjuiciar al nieto. Me parece que ahora ya no es así. ;-)
Maria Eugènia, eso mismo: ¡pobre abuelita! Pero casi estoy por decirte que el niño aprendió la lección. Molts petons
Nán, jaja. ¿Bíblico, dices? Tal vez... ¿Por la severidad?
Como le decía al Viajero, en absoluto pretendía que esa abuela se manifestara tan bíblica... Tan sólo expresaba su decepción, de ahí (en parte) que el chico aprenda...
Supongo que también es bíblico por haberle escondido (¿mentido?)la verdad a la abuela: que había roto esa figurilla. Como apunto, el chico se deshace de ella porque le recuerda su torpeza, ¿y a quién le gusta que se lo recuerden? ;-P
Un abrazo grande
Carmen, qué bonita también tu historia, gracias. ¿A Madrid, dices? ¡Suertuda! Besos
Creo que estaba enfada porque estaba preocupada por él, porque había sido tonto y desconsiderado.
ResponderEliminarUna narración muy bonita y cuidada, que no cae, a pesar de la temática, en lo melodramático.
Me he sentido culpable como si lo hubiera roto yo.
Un beso
Este encantador micro me hizo recordar la de cosas que rompí de niño. Por suerte tenía una abuela que me lo disculpaba todo. Besote desde Argentina
ResponderEliminarNo suelen sintonizar bien edades tan dispares. Intereses distintos, sentimientos diferentes. La vida.
ResponderEliminarBesos creativos.
Jaja, Soboro. Celebro que te haya gustado. Un beso (y quedas disculpada). ;-)
ResponderEliminarOrlando, muy buenas. Yo también tuve una abuela que me lo perdonaba todo; si es que no hay como tener abuelas "con ángel", para decirlo como Antonio. Besos
Víctor, a mí me parece que, en general, la diferencia de edad suele ser muy enriquecedora; como también -creo- se echa de ver en el micro. Abrazos