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Pasito a paso, fue metiéndose en el agua muy despacio: primero un pie, luego el otro. Enseguida sintió las piedrecillas clavándosele en las plantas con su filo delgadísimo, de ahí que no le diera importancia al agua extremadamente fría aguijoneándole las pantorrillas. Sólo cuando quiso salir y vio que un enjambre de pececillos le mordisqueaba la carne cada vez con mayor insidia, comprendió: acababa de ser expulsado del Paraíso.
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