domingo, 30 de agosto de 2009

La hora convenida

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Tan preocupado estaba por acudir a tiempo al insidioso reclamo que, bajando primero las escaleras de dos en dos, y luego de cuatro en cuatro, se plantó en un santiamén frente a la puerta de La eternidad. En los relojes del mundo entero pasaban diez minutos de la hora convenida. Un eco vacío le devolvió, reverberados, sus lánguidos pasos.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"