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Trazos a derecha e izquierda, arriba, en lo alto, también en lo bajo. Rectas y más rectas. Pesos y contrapesos. Tiralíneas, escuadras, ganchos y perchas. Y sólo más arriba aún: el silencio y el azul intenso del cielo puesto en órbita, y la placidez escasa. De pronto, la llegada de un ave de cobalto ha querido surcar el viento, desorbitando bellos gorjeos cuajados. El balance no ha sido menos diáfano: ha roto el cielo en mil pedazos.
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