martes, 11 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la D de Monterroso

Debatir sobre "el dinosaurio" le resultaba desesperante...
Sin duda, el dichoso dinosaurio de Monterroso se le antojaba de antemano en decadencia. Desde que había sido entronizado por un destino despótico, Demetrio había descubierto una verdad de perogrullo (con perdón por la presencia de la 'p'). La decidida disposición que Dino había demostrado en demorarse más de lo debido (sin que se desvelara demasiado, dicho sea de paso) no designaba más que un decisivo delito: una desidia desestabilizadora, de que hacía gala delante de determinados desiderátums o decentes dignidades deslumbrantes...

Decididamente, cada vez que Désireé, su doctora, le deseaba los buenos días, se descoyuntaba de arriba abajo: el rostro se le desencajaba y, poco después, todo él deambulaba desorientado. Fue de este modo tan deslucido cómo Demetrio había descubierto, después de despertarse, la definitiva debilidad de Dino por ella, su determinación por desaparecer. Por descontado, acabó destapándose que, para empresa tan descomunal, de tamaña dimensión, el susodicho se sentía tan disminuido como decaída era su disposición de ánimo.

Acaso el dibujo de la historia no desmienta lo dicho: después de que Dino le hubiera declarado a Demetrio su desazón por adelantado a la hora de iniciar la desbandada, de darse a la huida como un desgraciado, ambos se habían dado cuenta de que su indisposición desvelaba un desabrimiento determinante e indefectible: el desmedido disgusto de saberse desconsolado y destemplado de todos modos.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"