Camina hacia la pared de enfrente sin vacilar, y al tiempo que reconoce el paisaje del fresco, constata que esos árboles pintados, con todas esas hojas temblonas, no pueden agitarse como hacen en esa recreación, de factura deliberadamente borrosa, por una simple querencia del pintor; de hecho, tampoco lo hacían el otro día, cuando vino a sentarse a contemplar la misma escena blanda, con parecidos pájaros moteados a lado y lado, y un vallado absolutamente risueño; no menos respetuoso -por cierto- con ese arbolillo que insiste en erguir su belleza en mitad del camino. Sin duda, concluye, esos árboles parecen esponjar su frescura a los cuatro vientos como una necesidad de retarle al cielo.