Yo estaba en medio de ese micro embudo que se lo tragaba todo por culpa de la obsesión del narrador y, de pronto, me dije: "Basta, sal de ahí". En parte, se trataba de desandar el camino para volver a recorrerlo de otro modo. Aunque yo acabara de descubrir que el oscurecimiento literario era un defecto imperdonable cuando no conducía a nada. O sea, casi siempre. Había que atenerse, pues, a la realidad: la gente lee (entiende, proyecta) lo que desea leer (entender, proyectar). A eso se reduce la comprensión lectora. De modo que me dije: "Sal de ahí ahora mismo y déjate de veladuras. Sé claro y lúcido. Mordaz". Y aquí me tienen. Convertido en un diletante de la escritura. Cargando este microembudo como un Sísifo cualquiera. Consumido por él; devorado por él. "Por favor, sáquenme de aquí".