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jueves, 9 de julio de 2009

¿A quién se le ocurre?

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Síndrome del nido vacío:
.se denomina así a la sensación de soledad que embarga a los padres cuando su hijos abandonan el hogar, lo que en ocasiones puede desatar una depresión. Muy común en las mujeres que se han implicado más que su compañero en la educación de los niños, el síndrome del nido vacío causa en quien lo padece un sentimiento de inutilidad. Detrás de esta crisis hay un cambio de hábitos que aún está en proceso. (...) El remedio está, por tanto, en recuperar el tiempo perdido. El País semanal, 30/5/09.
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Y pensar que anteayer todavía golpeabas con tus piececillos de gnomo mi barriga protectora... ¿Cómo no iba a acordarme de tus primeras palabras, pasos, cuentas, novias..., y, ya luego, de tus insidiosos divorcios, pensiones, despidos? Cuando te jubilaron, pensé que a lo mejor sentabas cabeza, pero no. ¿A quién se le ocurre...?, ¡y a tu edad!
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lunes, 29 de junio de 2009

La barbacoa

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Síndrome de la abeja reina:
Un rasgo distintivo de la
abeja reina es la crítica a cómo las mujeres trabajadoras crían a sus hijos, a los que auguran un futuro de inseguridad e inadaptación. (...) Las causas del síndrome hay que buscarlas en la decepción de muchas mujeres por unas conquistas sociales que sólo han logrado doblar su trabajo, ya que el hombre no ha compensado en el hogar la incorporación de ella al mercado laboral. Ante esa insatisfacción, la maternidad de toda la vida ha resurgido como alternativa vital.
El País semanal, 30/5/09.
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Siempre me levanto la primera y preparo los desayunos. Tras despedir a Pedro, llevo a la nena al colegio y me tomo un café con Juani. Mi hermana Tere no puede, la pobre, pues tiene que salir pitando hacia la oficina. Luego, de nuevo en casa, pongo las máquinas a funcionar: friegaplatos, lavadoras y secadoras. A las 12:30 como muy tarde, preparo la comida para la nena y para mí; Pedro no suele venir por exceso de trabajo. Con la niña de nuevo en el colegio, me siento un rato a descansar. Después de hojear el periódico del día, o leer la novela que tenga entre manos, me quedo dormida. Ya por la tarde, si no toca planchar, pasar la aspiradora u otros menesteres, aprovecho para ir al súper a hacer dos o tres compras rápidas, e inmediatamente después, me marcho pitando al colegio a recoger a la nena. De vuelta a casa, María hace los deberes en la cocina mientras yo procuro ayudarla. Tres veces por semana, además, visito a mis padres y les hago un poco de compañía. No quieren de ningún modo ir a una residencia, así que me ocupo yo de sus compras principales. A mi marido lo veo por las noches, justo antes de cenar. Si no está muy cansado, vemos juntos una película. Para mí el mejor día de la semana son los sábados pues nos reunimos en casa de Tere. A la niña le gusta jugar con sus primos. Pedro y mi cuñado suelen preparar una barbacoa enorme en el jardín, mientras Tere, mi madre y yo trajinamos en la cocina. Luego, bebemos y charlamos mientras los críos se dedican a importunar al abuelo. No parece molesto por ello; como si le agradase en realidad. Desde hace algún tiempo, tengo la sospecha de que a mi hermana le ocurre algo; tal vez sean los consabidos problemas en la oficina. A mí me parece que sus hijos están creciendo muy deprisa; yo los encuentro, de hecho, un poco asilvestrados. Supongo que la mía crece lo mismo y no me doy ni cuenta. Esta noche Pedro me lleva a cenar. ¿Se habrá acordado de que mañana es nuestro aniversario?
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viernes, 19 de junio de 2009

Como una estatua

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Síndrome de Cotard:
se trata de uno de los trastornos psiquiátricos más insólitos, ya que la persona cree que está muerta o bien que es inmortal. Quien sufre el síndrome llega a pensar que sus órganos vitales han dejado de funcionar e incluso que se encuentran en proceso de putrefacción, con alucinaciones olfativas incluidas. El País semanal, 30/5/09.
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Llevo esperando que aparezcas 467 días y 19 horas exactamente. Cada tarde, después del trabajo, me dirijo sin falta al banco en que solíamos sentarnos y te espero en vano dos, tres horas, cuatro. Quedarme allí es lo único que me consuela. O, al menos, así era no hace tanto. Te divertiría comprobar hasta qué punto los pájaros se han ido acostumbrando a mi presencia. Cuando la sombra se apodera de los caminos, no es extraño verlos acercarse dando saltos hasta mis pies. Sin temor alguno, picotean los restos de las meriendas, como si me hubiera vuelto de piedra. Ahora, en cambio... En su actitud displicente he creído adivinar hace poco la causa de tu desdén. Tiemblo sólo de pensar que quieran echárseme encima cualquier día, comerme los ojos, la nariz, el hígado. Estos cuervos son tan listos que ya se han dado cuenta.
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martes, 9 de junio de 2009

El legado

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Síndrome de Fregoli:
variante del síndrome de Capgras -pero aún más raro-, la persona cree que quienes la rodean son en realidad un mismo individuo que se disfraza para ocultar su apariencia. Recibe su nombre por el actor Leopoldo Fregoli, cuyas actuaciones en vivo se caracterizaban por la rapidez con la que cambiaba de vestimenta y de registro para encarnar los distintos personajes. El País semanal, 30/5/09.

Y, como de costumbre, terminas asomándote, para que yo te reconozca sin necesidad de cruzar conmigo ni media palabra. De golpe te apareces en miQuiquequerido tan osado como siempre, empañándole sus dulces ojillos con tu mirar. Y aunque también te agrade manifestarte en mitad de un enfado de Juan o un berrinche de Susana, a mí lo que más me duele es que te aproveches del chiquitín. De pronto te veo ahí plantado, haciendo gala de esa presencia rotunda que siempre ejerciste a tu favor y en mi contra, cada vez que me pedías, insistente, que me acercara a ti. Y yo iba y lo hacía. Has de saber que no me gusta nada que los molestes. Son mis hijos y tengo todo el derecho a protegerlos. Que no te vuelva a ver con su rostro...
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jueves, 4 de junio de 2009

La rabieta

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Síndrome del emperador:
cada vez son más frecuentes las denuncias de padres contra hijos que sufren el síndrome del emperador. El término hace referencia a la conducta de los niños o adolescentes que se comportan como pequeños tiranos y no dudan en maltratar verbal y físicamente a sus progenitores para lograr sus caprichos.
El País semanal, 31/5/09.

-Eres una tíapesada, ¿lo sabías? No pienso hacer más deberes, ni hoy ni mañana; ¡entérate ya!
El mocoso que habla de esta guisa tiene 9 años y mucho carácter. Se llama Miguel. La madre ha decidido mostrarse inflexible.
-Tú siempre con el mismo rollo, ¿no?, gimotea fuera de sí. Que si recoge la mesa, que si fíjate qué hora es, que si quita los pies de ahí, pero ¡qué-rollo-de-tía!
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Cuando, después de perseguirlo por toda la casa, le dé alcance, lo sujetará bien fuerte por el brazo. Incapaz de calmarlo -el niño se le revuelve-, esta vez le ha asestado un guantazo. Un abismo queda retumbando en el aire .
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En vano recibe el niño su castigo. Colérico y más lloroso que ella misma, decide emprenderla con su madre:
-¡Toma y toma, tíapesada!
Él sí le ha dado una buena lección.
-Y no vayas a gritarme más, tíarrollo.
Han sido sus últimas palabras.
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lunes, 1 de junio de 2009

Disimulo

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Síndrome de Capgras:
quien lo padece se aferra a la creencia de que sus familiares y amigos más cercanos
han sido reemplazados por impostores de idéntica apariencia. El País semanal, 31/5/09.

Yo no puedo vivir en esa casa, ni estar casada con ese hombre que dicen. Tampoco tengo esos hijos por mucho que insistan. De ser ellos mi familia, me hablarían de otra manera, y ya no digamos en otro tono, con la complicidad y el cariño de siempre, en lugar de exhibir esa frialdad y distancia, ese desapego que insisten en mostrar cada vez que me necesitan.
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La semana pasada, es cierto, seguía siendo mi familia y yo la madre y esposa que conocen. Pero ahora se comportan como si me hubiera convertido en una extraña, en una especie de desequilibradamental, en una locaderremate, en una completayvulgarchalada; ellos, por su parte, se muestran incapaces de actuar como solían.
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Sólo Enrique, de cuatro años, se porta como miQuiquequerido. Ni Susana, de 14, ni Juan, de 16, me hablan ya como antes, con la misma normalidad. Tampoco mi marido, pero eso viene de antiguo; de antes incluso de que naciera el pequeñín.
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Quizá no lo sospechen aún, pero me está costando Dios y ayuda mantener con ellos esa naturalidad de otros tiempos, fingir que todo sigue igual, que es posible retomar el hilo. No sé qué voy a hacer cuando descubran que disimulo.
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jueves, 21 de mayo de 2009

Para conservar su amistad

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La Muerte se había enamorado hasta los tuétanos del porte y la buena planta de Juan Sin Miedo, por entonces un muchacho con las hechuras de un labriego fortachón que andaba recorriendo los caminos. Muy pronto, la pareja tuvo que protegerse de las miradas recelosas que les dedicaba  La Suegra, quien acostumbraba a correrlos a bastonazos cada vez que los descubría, y ello pese al cuidado que ponían en cambiar de escondrijo a cada nueva cita. Ni Drácula, ni Pierrot ni el Caballero de la Triste Figura dijeron nunca nada. Sólo La Suegra porfiaba en su rechazo de mirar con buenos ojos un amor tan fuera de lo común. Para conservar su amistad, no han tenido más remedio que fingirse hieráticos ante el comportamiento obstinado de la mujer; como si fueran muñecos articulados.
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lunes, 18 de mayo de 2009

El preso

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Cuando la existencia con su carga indecible de incontables horas queda reducida al maldito espacio de un camastro y cuatro paredes por todo paisaje, el tiempo se alarga como una alfombra inmensa, fosilizando memorias y marchitando querencias.
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Sólo el sol permanece intacto,
mientras brilla con rayos
embrutecidos

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(e incansables sombras 
proyectan árboles
de perenne deseo.)

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Cuando la existencia con su carga indecible de incontables horas queda reducida al maldito espacio de un camastro y cuatro paredes por todo paisaje, el tiempo se extiende y alarga como una alfombra inmensa, fosilizando memorias y marchitando querencias.
Sólo el sol permanece intacto, para poder seguir brillando, embrutecido, con rayos de ensueño, mientras incansables sombras proyectan árboles perennes de deseo.

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lunes, 11 de mayo de 2009

Uno de tantos

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Pasear por la calle con los bolsillos vacíos y una edad desesperante no resulta el mejor presente que digamos, qué duda cabe. Pero me han despedido y la sola perspectiva de tener que ajustar mi vida a la terrible monotonía de encontrarme sin nada que hacer, se me antoja un fastidio tal, que a punto he estado de cruzar la vía cuando el bus pasaba por delante. No he alcanzado a hacerlo sin embargo. Por suerte o por desgracia, carezco del valor y del arrojo necesarios, de modo que, ahora, cada vez que me cruzo con el mismo autobús de dos plantas, me dedico a tomar conciencia de la magnitud de mi cobardía. Si por asomo llegara a descubrir que dentro de dos meses voy a seguir en las mismas, aunque convertido para entonces en un auténtico vagabundo, supongo que de la desesperación, me lanzaría sin pensarlo contra las ruedas del autobús, pero como no debería saberlo, me limito a dormir una noche más al raso y a aceptar los pocos euros que me confían a las puertas de la parroquia para tomar un trago. La única satisfacción que voy a recibir en adelante, aunque esto último también debería ignorarlo, la hallaré los sábados por la mañana, cuando las monjitas de la parroquia me den un bocadillo de atún y los buenos días. Mi pasado de impecable narrador omnisciente no logrará impedir, pese a todo, que dentro de un par de meses, el dichoso autobús me arrolle al fin.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"