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Síndrome de Capgras:
quien lo padece se aferra a la creencia de que sus familiares y amigos más cercanos
han sido reemplazados por impostores de idéntica apariencia. El País semanal, 31/5/09.
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La semana pasada, es cierto, seguía siendo mi familia y yo la madre y esposa que conocen. Pero ahora se comportan como si me hubiera convertido en una extraña, en una especie de desequilibradamental, en una locaderremate, en una completayvulgarchalada; ellos, por su parte, se muestran incapaces de actuar como solían.
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Sólo Enrique, de cuatro años, se porta como miQuiquequerido. Ni Susana, de 14, ni Juan, de 16, me hablan ya como antes, con la misma normalidad. Tampoco mi marido, pero eso viene de antiguo; de antes incluso de que naciera el pequeñín.
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Quizá no lo sospechen aún, pero me está costando Dios y ayuda mantener con ellos esa naturalidad de otros tiempos, fingir que todo sigue igual, que es posible retomar el hilo. No sé qué voy a hacer cuando descubran que disimulo.
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Curioso síndrome, me ha recordado a aquella película de la invasión de los ultracuerpos.El relato me resulta terrorífico y muy familiar.
ResponderEliminarJo.
ResponderEliminarMi abuela, en sus últimos meses, se empeñaba de vez en cuando en que mi abuelo no era mi abuelo. Y él se ponía triste, triste... porque sabía que no disimulaba.
Besos.
Buen remate para una historia inquietante. El fingimiento de ella redondea el fingimiento general. ¿Lo extraño quebrantando la cotidianeidad o, más bien, la cotidianeidad quebrantando lo extraño? Qué capacidad la tuya, Gema, para hacer mil variaciones sobre la dualidad del ser humano (espejos, extraños, muñecos, enajenados...). Felicidades, aunque no creo que seas quien firma este micro. Ya no te portas como antes...
ResponderEliminarBuenísimo.
ResponderEliminarY ahora, disimularé que me voy...
Besos.
Me ha fascinado tu relato.
ResponderEliminarCreo que no somos pocas las que
hemos padecido de ese síndrome, casi epidémico.
Es el momento en que empezamos
a volvernos invisibles.
No vale disimular, ni cuenta se
dan.
Genial, como todo lo que escribes.
Un abrazo
BB
Lo peor es que me temo que no lo descubrirán. ¡Qué tristeza! Magnífico relato, querida Mega.
ResponderEliminarUn abrazo
Como siempre esa originalidad tan tuya, y esa sencillez para relatar lo duro y difîcil de una existencia.
ResponderEliminarSe le olvidô que existîan tal vez, porque para ellos, ella es tan solo una sombra que deambula y espera que la traten como una persona.
Si por el momento el chiquitîn es el ûnico que se comporta como el resto, es porque la necesita, y los demàs, ya no, y se olvidaron de que existe. Se limita a estar, a ser una sombra màs.
Un beso, Querida Mega. Y gracias por este magnîfico relato.
Este personaje me recuerda a la película italiana Pane e tulipane, espero que tu personaje también acabe en Venecia viviendo su particular historia de amor...en un lugar donde ni tenga que disimular, ni sea invisible...
ResponderEliminarun beso Mega!!!
María
PD:no tengo nada de tiempo ultimamente...tengo la blogosfera totalmente abandonada...snif, snif...a ver si me pongo al día;)
Araceli, de hecho en el mismo fragmento extraído de EL País que reproduzco se hace mención a esa película. ¿Acaso existe un terror más espantoso (por frecuente) que ser expulsado de nuestra propia cotidianidad? Tu relato,
ResponderEliminarConfesión, me parece que ahonda en ese mismo extrañamiento. Un abrazo
Olga, tristísimo me parece a mí también lo que cuentas. Pobre abuelito (y, sobre todo, pobre abuela)... Besazo
Antonio, a mí me parece que, al final, si ha habido sentimiento de extrañeza, no importa demasiado saber qué fue primero (esas disquisiciones me recuerdan al enigma del huevo y la gallina), por lo menos para los que padecen ese extravío, de ahí que en el micro pretendiera reflejar el naufragio general de cada miembro de la familia, en diferente grado si quieres... Un beso
Lilian, celebro que te gustara. Jaja, el caso es que me llevé un susto pues pensé que tu bitácora había sido engullida por la blogosfera... (Bueno, vale, pero no te escondas demasiado.) Otro beso
BB, yo también lo creo. Nuestra
identidad depende hasta lo indecible de quienes nos rodean.
Gracias por tus cariñosas palabras
en verso libre. Y por tu lectura. Un beso
Izaskun, ¿por qué costará tanto ponerse/nos en la piel del otro? Somos lo que no hay. Más besos
Eva, gracias a ti por tu atenta lectura e interpretación. Es muy probable que el dichoso síndrome sea más común y cotidiano de lo que pueda parecer desde un punto de vista estrictamente clínico. Nueva ronda de besos
María, siempre me alegra verte por aquí. No te preocupes, guapa, y un fuerte abrazo (Estáis todos estupendos en las fotos de presentación del libro de poemas de Aroa). ;-P
Mega, no puedo disimular mi asombro y mi encanto, no disimulas tu gusto por los desfiladeros entre lo real e irreal, entre la salud física y la salud mental dentro de tu salud literaria. La línea es tan fina que los disfraces se confunden.
ResponderEliminarUn abrazo sin disimulos.
Sergio Astorga
Bueno, como te quejas, no te haré la pelota.
ResponderEliminarEl relato extremece porque tiene una escritura transparente, como si hubieran llovido las palabras sobre el folio.
Curioso que le pase a la madre, que tiende a vivir en los demás. Una vez hecha la vida, hasta luego Lucas (la madre es un recuerdo de los tiempos de debilidad... y a veces una pesada que lo sabe todo). En ese sentido, creo que tiene su parte de culpa. No vivir la propia vida es un crimen nefando. Y los que menos lo perdonan son quienes se "beneficiaron" de esa entrega cuando la necesitaban.
Vaya mega...Es un relato lleno de desasosiego y fenomenalmente resuelto.a veces, enfermedades aparte ( con todo el dolor y la tragedia que suponen para quién lo vive) también podemos llegar a tener la sensación de que no reconocemos a los otros, o quizá seamos nosotros los que no nos reconocemos.Muy interesante.Besotes guapa
ResponderEliminarGenial, Mega. Tiene razón Araceli cuando dice que le resulta familiar, a veces ambas compartís esa misma atmósfera.
ResponderEliminarMe encantan las metáforas ocultas bajo los síndromes raros. ¿es ésta una nueva serie que inicias?
besitos.
Todos hemos sentido alguna vez ese grado de extrañamiento ante lo cotidiano que tan bien reflejas en tu narración, como si todo el mundo (incluído uno mismo) practicara la impostura. Ignoraba que estuviera tipificado como síndrome.
ResponderEliminarUn saludo afectuoso, Mega.
Sergio, el desfiladero entre la salud física y mental, por un lado, y la enfermedad, por otro, se me antoja muy estrecho. A veces sólo la rutina conecta ambas laderas (claro que ésta también puede quebrarse de pronto). Un abrazo
ResponderEliminarNán, jaja, como sabes no suelo quejarme demasiado. ;-P
Tu reflexión me parece muy cierta. A nadie le gusta que le reconozcan débil. Qué injusticia, de todos modos, que sea así. También coincido contigo en que su renuncia a llevar una vida propia la vuelve más responsable de su desgracia, pero no creo que esa conciencia -si existe- logre aligerarla. Un beso
Marisa, de eso mismo se trataba: de mostrar cómo no sólo cuesta, a veces, reconocer al otro, sino reconocernos a nosotros mismos en relación con ese otro. Un verdadero lío... Un abrazo
Bárbara, a veces yo también creo que compartimos preocupaciones literarias, cierta afinidad. (Encantada estaría de que así fuera). A mí sus textos me conmueven siempre, y ése es un rasgo que también yo pretendo.
Nueva serie, sí, señora. Supongo que viene a ser una especie de continuación de la etiquetada como "Desajustes". Beso
Herman, a mí también me pareció un síndrome de lo más corriente, ya ves. Imagino que la enfermedad llegará sólo ante un exceso de dicho sentimiento de extrañeza. Un abrazo
Mi querida MegaMaga.
ResponderEliminarEs de esos relatos tuyos que ponen los pelos de punta. Por la forma directa en que está escrito. Porque es un uppercut directo a la mandíbula del sentido común y la "normalidad".
Y hay además tanta angustia en ese sentirse de repente arrancado de tu entorno...
Un beso grande
Millás llegó a escribir una serie ("Diario", se llamaba, e iba numerando las distintas columnas en números romanos) en donde una mujer, presumiblemente un ama de casa, se hacía eco de ese extrañamiento terrorífico que suponía descubrir de pronto que había sido expulsada del único paraíso conocido por ella: su propio hogar.
ResponderEliminarEl recurso a la narración en primera persona es de los que más me gustan. Por hacer el texto más directo y veraz, seguramente, pero también porque lo vuelve más frágil y quebradizo.
Besos, Gräfin.