miércoles, 4 de junio de 2008

Cabezas de colores


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¿Dónde están nuestros cuerpos?, le preguntaron al unísono aquellos bustos parlantes con pelucas de colores sobre sus cabezas. Enseguida se percató de que esos seres tenían los ojos más tristes de la ciudad, los rostros más pálidos.
¿Dónde nuestros brazos, nuestras manos?
¿Nuestras orejas,
nuestros dientes,
nuestros párpados?
¿Dónde?, insistían una y otra vez.
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Absorto frente al escaparate, el niño lamía la calva de un chupa-chups de colores. Sus oídos habían percibido sin asomo de duda aquellos lamentos implorantes, pero sus ojos continuaron contemplando aquel espectáculo dantesco con la dureza indiferente del cristal, con el desprecio de lo muerto.

13 comentarios:

  1. Buen contrapunto de las calvas cabezas con pelucas de colores y el de la piruleta calva de colores,
    Buen micro.
    Besos creativos.

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  2. hace unos años a unas personas se les llamaba Bustos Parlantes, en esta ocasión podríamos llamarles los Bustos Mudos, estáticos, calvos, que cosa más fea.
    Pobre chaval, está tan petrificado como ellos.

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  3. Qué buen texto, Mega.
    A mí las pelucas siempre me dieron un poco de repelús, y sin embargo a veces resulta tentadora posibilidad de convertirte en otra persona. De creer que te conviertes en otra persona. De hacer creer que te conviertes en otra persona... Vaya. Va a resultar que es más divertido incluso de lo que parece...

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  4. Los reflejos en la luna del escaparate nos devuelven nuestras imágenes, tan mutiladas.

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  5. Resulta que el niño es más frío que los maniquíes, que son más humanos.
    Es, como el callejón del Gato, pero en lugar de espejos cóncavos, el vidrio da el reflejo del niño, que son las cabecitas de plático.
    Es el niño esperpento.
    Un beso.

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  6. Víctor, me gustaba más la voz piruleta que chupa-chups, pero resulta que el DRAE dice que la piruleta es plana, aunque circular, mientras que el chupa-chups cumple con la forma esférica exigida por una calva... (En resumen, que lo he corregido.) ;-P

    Maria Eugènia, cierto, el chaval está petrificado como ellos. En realidad, más incluso, pues a fin y al cabo debería mostrarse como el humano que en teoría es.

    Brujarroja, sí, jaja. Curiosamente yo no me he disfrazado nunca, más allá de la niñez. En cuanto al micro, los colores de las pelucas sirven para denotar, pese a ser postizos, la vitalidad de la que carece el niño, más parecido a un monstruo o a un robot que a un ser humano...

    Antonio, ¡qué aforismo tan verdadero y triste!

    Soboro, exacamente, el niño esperpento. Muy precisa tu lectura.
    ;-)

    Saludos afectuosos

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  7. Los escaparates de las tiendas son un mundo increíble que raras veces nos detenemos a ver. No a mirar; a ver.

    El escaparatismo actual es muy bueno, aunque demasiado cursi. Pero casi siempre resulta sugerente. Nos revela muchas cosas. Y en la mirada de un niño, muchas más.

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  8. Según mi reloj, ya pasa de medianoche. Así que FELICIDAAADEESSS. Ya ves, somos géminis lo dos.

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  9. Como bien dice el Sr Ortiz, raras veces nos detenemos a ver los escaparates. Quizá por pánico a vernos reflejados.
    No sé qué me ha provocado más tristeza, si el lamento de los bustos parlantes o la frialdad del niño.

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  10. En extremo inquietante, Mega.
    No quisiera ser uno de los bustos parlantes. Pero menos aún el niño indiferente que los mira.

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  11. Manuel, sí. El otro día íbamos paseando por la calle y nos quedamos absortos frente a un escaparate de un local. No había manera de saber si pertenecía a una tienda de ropa, a un restaurante o a una galería de arte. El despiste fue total.

    Antonio, muchas gracias. Aunque tú puedes presumir de haber nacido el mismo día que FGL, ¡qué envidia me das! ;-P

    Viajero, en efecto, se trataba de cosificar al niño y de humanizar al objeto para, así, mejor reflejar la tónica de nuestros tiempos.

    Herman, pretendía remover conciencias, demostrar que resulta cuando menos inquietante admitir que los objetos, a menudo, en su aparente estoicismo, dan señales de tener más alma (y conciencia) que nosotros.

    Besos y abrazos

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  12. El niño no se fijó que muy en el fondo teníamos sentimientos...

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  13. El niño, Camilo, ignoró sus propios sentidos. Supongo que esa indiferencia y frialdad (¿o habría que llamarla crueldad a secas?) es una característica muy nuestra...

    ¡Y sé bienvenido!

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"