martes, 29 de enero de 2008

El desmemoriado, 2

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En aquel pueblecito costero vivía un señor que un día se había levantado sin recordar apenas nada de su existencia. Pese a todo, cada tarde solía ir al bar de la esquina para reunirse con sus amigos y charlar un rato. Lo más probable es que se acordara del camino porque había celebrado esos encuentros infinidad de veces, casi a diario, desde que fuera un simple muchacho. De joven había viajado a la capital en un par de ocasiones, sin tener jamás verdadera necesidad ni ambición de abandonar su pueblo natal, ni siquiera por motivos de trabajo. Al no tener familia ni parientes cercanos, vivía solo desde hacía algún tiempo, en compañía de sus fantasmas y gatos.

Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.

Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
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7 comentarios:

  1. Con este relato, sin embargo, estoy en una barca. Voy desde Borges y su Funes hasta la angustia de Guy en Memento, desde la estéril ansia de aprensión del infinito hasta la sonrisa de ese tipo, cercana, simple, verdadera...

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  2. Ojalá todos todos pudieran tener una desmemoria como la de tu protagonista. Desaparecería la angustia de atisbar de vez en cuando que el olvido propio existe yu que no hay escapatoria.

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  3. Freia, por suerte, la capacidad de ensoñación del personaje le va a permitir trascender esa condena y lastre que es siempre el olvido.

    Por otro lado, como apunta Joseba, su actitud es fundamental: él se conforma con lo poco que tiene: que, en realidad, es mucho...

    ;-)

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  4. Me intriga la memoria, casi tanto como el olvido, si es que hay manera de discernirlos. ¿Hay olvido posible cuando se ama? Y, si no lo hay ¿es posible acordarse del ser amado?
    No sé cómo he llegado, pero sé que quiero estar aquí, ahora...

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  5. A tu primera pregunta (aunque no tenga mucha relación con el tema del micro), yo creo que no.

    En cuanto a la segunda, uno se acuerda del tiempo pasado, que cada vez queda más lejos, por cierto...

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  6. Dos cosas me ha hecho pensar tu micro: siempre me hacen pensar, que es lo que más valoro, y eso me hace valorar tus textos; hay algo en ellos, insidioso, que nos toca.

    Lo primero, que la primera frase me recordó el deseo de Gil de Biedma para el final de su existencia, expresado en un magnífico poema-boya al que me he aferrado muchas veces.

    Lo segundo, más insidioso todavía, es que en cierta manera ese personaje somos todos. Eso es lo que me permitirá, ahora que voy a ir al Retiro con L, aprovechando que el tiempo ligeramente lluvioso lo mantendrá bastante solitario, a dar un paseo en paz y tranquilidad: disfrutaremos como dos desmemoriados.

    Te nos estás haciendo imprescindible, Mega. Querida.

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  7. Lo cierto, Nán, es que ya me gustaría a mí que este micro tuviera ecos (aunque fueran muy lejanos) de Jaime Gil de Biedma, creador de inagotables poemas.

    Por otro lado, estoy de acuerdo contigo: con el paso de los años la desmemoria puede llegar a ser, a menudo, un apacible refugio contra el tiempo.

    Lo que me resulta imprescindible a mí son vuestras palabras, tan cariñosas siempre.
    Un abrazo.

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"