Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.
Ser un pez que boquea y se resbala. Estar siempre tropezando con los otros, con sus cuerpos burbujeantes y fríos, impermeables a cuanto no satisfaga sus deseos inmediatos, se dijo. El lunes, a primera hora de la mañana, presentaría su dimisión. De forma irrevocable, además.
Colegas boqueando, pegándose, coleando y luchando por un ascenso... resbaladizos, fríos, con escamas...
ResponderEliminar¡Cielos!... Acabas de describir a mis compañeros del banco cuando había un ascenso o una reducción de plantilla por medio. Nunca se me ocurrió verlos así: más bien me recordaban a las hienas. Pero es cierto; no pasan de ser vulgares peces que se pegan por un trozo de pan.
Lo malo es que no siempre es fácil presentar la dimisión irrevocable. Lo malo también es que la lucha del estanque no se limita al mundo del trabajo: la visión gelatinosa (¡me encanta la imagen!)
provoca mareos en todas partes.
P.D. El escritor que llevas dentro está muy, pero que muy "optimista" últimamente.
Freia, has escrito tu comentario antes de que diera por buena la versión definitiva. Pero no importa, apenas si lo he modificado. (Eres tú más rápida leyendo que yo publicando...)
ResponderEliminarCierto: no siempre se puede presentar la dimisión. De ahí que me haya aprovechado de las enormes ventajas que supone recrear un mundo ficticio (ventajas de libertad, por ejemplo; de justicia poética)... A mí, lamentablemente, la lógica ficticia me parece más justa.
En efecto, el escritor que llevo dentro es un pesimista re-domado. ;-)
¡Qué grandes escritores te deben estar redomando!
ResponderEliminarEsta vez, no me puede el pesimismo sino la risa, porque dimití irrevocablemente hace tiempo, abandonando la dirección de un pequeño departamento, voy 8 tediosas horas de lunes a viernes, y me mantengo en una tierra de nadie, como un Bartleby que hace lo necesario para justificarse. Y ni una línea más. Alguno de mis jefes, si tuviera imaginación y supiera escribir, diría de mí que soy "la pez".
Por esta vez, no me diste en uno de los centros de la diana.
Ya lo dijo Woody Allen: la naturaleza es un enorme restaurante. Me alegra que tu narrador no se deje devorar por sus hambrientos compañeros de oficina.
ResponderEliminarFinalmente, ¿dimitió?
ResponderEliminarDigo, como Freia, que me ha encantado ese frenesí gelatinoso. Esa imagen es evocadora. El servilismo, la traición, la hipocresía son de materia viscosa. Su estructura no puede ser noble; sino acomodaticia, flexible, hasta pegajosa e inconsistente; dejando en el fondo del alma del pez ganador una sensación de vacío (a poco que haga introspección).
ResponderEliminarSaludos grandísima Mega.
pues yo me tengo que sumar a lo de que la imagen es acertadísima: dejaría lo de lobos para villanos más grandes; lo de las hienas, para las medianas.
ResponderEliminarPero para esta mediocridad inmunda, los peces gelatinosos de un estanque sucio es la descripción mejor.
En el mundo animal la vida es una lucha incesante: enfrentamientos continuos entre los seres de una misma especie (por el territorio, lucha de los machos por las hembras...) y entre unas especies y otras (caza y depredación).
ResponderEliminarNo sabemos si alguien "diseñó" sí la vida, o bien "se diseñó" a sí misma. Pero, como quiera que fuese, el resultado final no nos gusta.
Supongo que es quimérico pretender que los humanos, que por motivos evolutivos hemos desarrollado una inteligencia superior, mantengamos una convivencia no basada en esa lucha extenuante. Por lo menos, no fundada en una competición tan feroz y omnipresente.
Pero, aunque sea utópico, deberíamos intentarlo, porque de otro modo cabe cuestionar si una vida/lucha vale la pena.
Me resulta triste que el adjetivo "competente" (de competencia, o sea, lucha y rivalidad) se haya hecho sinónimo de "bueno", "cualificado". En el lenguaje vulgar lo hemos interiorizado como se asumen las cosas fatales; y así, cuando queremos decir que una persona trabaja bien decimos que "es un profesional muy competente", o sea, muy aguerrido.
Que conste en acta mi protesta.
Nán y Dardo, los peces pertenecen a un estanque situado en la Casa china de Zúrich. Cuando me asomé para sacarles la foto, no imaginaba que iban a enloquecer sin venir a cuento tal como hicieron. (¿Peces estresados?)
ResponderEliminarLara y Herman, la histeria colectiva de estos peces resultaba tan familiar... A mí me parece que todas las oficinas son como horribles peceras gigantes.
La lengua es implacable, Saiz. Una simple proyección de lo que hemos venido a ser.