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Cuando hubo terminado de leer El barón rampante, se fue corriendo hasta el bosque más cercano para encaramarse al único árbol sobre el que podría sentirse a gusto durante las próximas horas de la tarde. Le habría encantado poder emular al protagonista y quedarse a vivir en la espesura el resto de sus días, pero tiempo atrás había descubierto, no sin pesar, la insalvable frontera que separaba la ficción de la realidad, y por entonces nadie le había ofrecido siquiera la oportunidad de pasarse al otro lado. Así las cosas, le bastó permanecer allí en lo alto, con el libro en el bolsillo y la luna de compañera, para sentirse a salvo el resto de la tarde.
Cuando hube terminado de leer El Barón Rampante..
ResponderEliminarme hubiera gustado subirme a un árbol, para vivir siempre por encima de la mediocridad. Pero no lo hice...
Es más peligrosa la estupidez que a veces la acompaña, ¿no te parece? A fin de cuentas, todos somos "mediocres" en alguna medida...
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