Se recorría piscinas enteras a nado, sumergido varios minutos seguidos sin respirar, afirmaron unos; lo hacía cada día del año y sin esfuerzo aparente, adujeron otros. Y de pronto, sin más, ocurrió. En eso coincidieron todos; sorprendentemente, a nadie le había extrañado lo más mínimo.
En la piscina ninguno de los asiduos supo dar cuenta de cómo ni de cuándo ni, mucho menos, de por qué aquel sujeto se había metamorfoseado en un pececillo de colores. El lugar lo frecuentaban jubilados un poco hoscos, niños con alguna deficiencia física en su hora de entrenamiento, y ciertas octogenarias dicharacheras. Todos sin excepción dijeron que no podía haber sido de otro modo.
La cosa, por lo visto, venía de lejos: el chico nadaba a diario 180 piscinas. Al principio eran sólo 40, pero le bastó un par de años de práctica disciplinada para alcanzar las 100 piscinas de un tirón, sin descansar siquiera un momento, ni tener que ajustarse el gorro ni las gafas. La gente creía que las hacía buceando. Era una verdadera máquina. .
Su familia tampoco se extrañó lo más mínimo cuando se le comunicó el suceso. ¿Cómo iban a alarmarse, si en casa todos sabían que, de mayor, el niño quería ser pececillo de colores? No un nadador profesional, no. Había oído bien: "pe-ce-ci-llo-de-co-lo-res". Su vocación se remontaba, de hecho, a sus sueños infantiles más lejanos. Quería apearse de la humanidad. Dejar de ser hombre cuanto antes. Dado que los médicos no tenían soluciones para su caso, que insistían en tachar de clínico, tuvo que tomar la decisión él solo, y ponerse a ello enseguida.
Si bien, al principio, nadaba sólo para evadirse, con los años aquello devino en vocación. El chico nadaba y nadaba horas enteras, mañanas y tardes sin descanso, sin detenerse. Ya por entonces tenía algo de pez. Incluso hubo un día en que tuvieron que advertirle de que llevaba toda la jornada nadando sin parar, y que tanto exceso no podía traer nada bueno. Al final, para no levantar sospechas, nadaba por la mañana en una piscina, por la tarde en otra y durante el corto horario nocturno en una tercera. Curiosamente parecía alimentarse de su pasión. Por las noches, como era de prever, soñaba que seguía nadando. Y así, un año, y otro, y otro más. Y el chico iba creciendo.
Su madre insistió en afirmar que aquello sucedía desde siempre, desde que el niño era niño. Por eso no les había sorprendido en absoluto. En realidad, hasta ayer mismo parecía hallarse feliz dentro de la pecera de reducidas dimensiones, situada en el tercer estante del armario, en el cuarto de su hermana. Ahora, su única inquietud procede de las pesadillas que le asolan de vez en cuando: sueña con la posibilidad de volver a despertarse, cualquier día, bajo la horripilante apariencia de un ser humano.
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Estamos muy marinos, Gemma. Lo de este pececillo recuerda las antiguas leyendas del Hombre-Pez que proceden de la Antigüedad. Sobre todo, el caso del Hombre-Pez de Liérganes del que nos habla el docto Feijoo. Claro que aquellos eran seres monstruosos y tu pececillo es todo inocencia y color. Lo que me choca es que acabe en la habitación de su hermana, con lo celosas de su intimidad y espacio que son las hermanas.
ResponderEliminarEl triunfo de la perseverancia... Algo que siempre he admirado profundamente.
ResponderEliminarDespués de leer tus relatos del espejo, he querido volver otra vez.
ResponderEliminarInteresante relato que ve la magia de las cosas cotidianas y la sensación alienante de pertenecer a la especie humana.
ay Mega, qué bonito...a mí lo que más me gusta de este relato es la ilusión de creer que si deseas algo con fuerza, por absurdo o imposible que parezca, puede convertirse en realidad...
ResponderEliminarun beso muy fuerte!
Mega Gemma: ¿Pero no era al revés...? ¿No era el ser humano el que venía de millones de años de evolución tras un origen en el agua?
ResponderEliminarMi madre, que ya está jubilada, va mucho a la piscina..(es cojonudo para el dolor de espalda).
Me la estoy imaginando narrandome la historia del hombre pez por telefono.-" ¿ A que no sabes lo que ha pasado hoy en la piscina?"...
En cualquier caso le deseo mucha suerte al hombre pez de colores en su nueva singladura.
Y sobre todo, Mega, sigue escribiendo estos relatos...y sigue teniendo esa percepción para lo fantástico-cotidiano.
Un abrazo
PD-Yo me pido tiburón...supongo que me gusta causar respeto
Mega muy bonito relato, me ha recordado esa pelicula que un individuo se decica a nadar en las piscinas de sus vecinos y sobre todo a esos nadadores de grandes distancias, como David Meca, que siempre he envidiado, pero que a la vez me ha dado cierto yuyu por la soledad que se deber sentir rodeado de la inmensidad del agua.
ResponderEliminarSalud, República y Socialismo
Nadar y nadar y nadar y nadar y nadar hasta ser parte del medio, hasta ser el medio mismo. Hay una enseñanza introspectiva que me gusta.
ResponderEliminarMegasaludos.
Un cuento con mensaje (publicitario): impossible is nothing. Me gustan estos cuentos en los que lo fantástico irrumpe de pronto, y lo haga con naturalidad, sin que resulte inverosímil.
ResponderEliminarMe ha recordado a Axolotl, de Cortázar (el protagonista también insistía en atravesar el cristal de la pecera para convertirse en pez) y a El nadador, de Cheever (por la obstinación en las piscinas y la natación).
Saludos.
Antonio, jajaja, ¡cuánta razón tienes! Seguro que cuando la hermana crezca lo suficiente, lo expulsa de su cuarto sin contemplaciones que valgan, pez y todo.
ResponderEliminarLeg, de la perseverancia y de la voluntad, tan importantes ambas para obtener buenos resultados. ;-)
Soboro, gracias por la visita y por tus palabras amables. Para mí lo alienante desde el punto de vista objetivo es pertenecer a la especie humana...
María, bueno, no quisiera desilusionarte, pero lo más seguro es que al pobre chico se le cumplieran los sueños por formar parte de un relato fantástico, jeje.
Fritus, hola de nuevo. Jaja, sí, tal vez fuera mejor convertirse en tiburón (o en pez espada) visto el panorama, que anda fatal.
Antonio, gracias por la visita y por tu comentario. La soledad, la veo yo, más bien, en el hecho de desoír nuestros anhelos, por enlazar con el comentario de María...
Víctor, a mí también me gusta nadar y nadar y nadar para formar parte del medio, "deshumanizarnos" un poco, tal vez esté ahí la solución.
Viajero, eres un hacha. En efecto, ahí detrás están (al menos lo estaban en mi cabeza) el nadador de Cheever, el pobrecín axolotl de Cortázar y... el escarabajo de Kafka. ;-)
Saludos afectuosos a todos
Gemma, como te ha dicho Antonio se trata de la historia del Pesce Cola o Pez Nicolás, que aparece en el Quijote y en la Silva de varia lección, de Pero Mexía, y en tiempos más recientes en las obras de Juan Perucho, en varias ocasiones. Aunque tú, eso sí, introduces variantes, como debe ser.
ResponderEliminarMe encanta el título.
ResponderEliminarEl esfuerzo hasta producir un cambio de elemento, me ha traído el recuerdo de un poema de August Kleinzahler que mi amigo MIG tradujo en su blog. Podéis ver la traducción entera en http://cuatrocientosmares.blogspot.com/
2007_01_01_archive.html
(tenéis que juntar los dos trozos).
Pero el final, Mega, te lo dejo aquí, porque otra cosa que me ha atraído mucho de tu texto es que la soledad del nadador no existe.
La gran cristalera, burlada de gotas primero
y su pálido repiqueteo de píldora;
ahora corre la lluvia cristal abajo:
y desde esta colina,
donde se encuentra, medio oculto, el centro deportivo,
y entre las sesenta manzanas que se desdoblan hacia el mar,
todo lo material y sólido,
las casas, los coches, los árboles,
se desvanecen en sombra
y se pierden en la distancia hasta la nada,
nada más en el mundo
sino agua.
Poema de August Kleinzahler
Traducción de Miguel Marqués
Fernando, gracias por tus palabras y por descubrirnos tan noble (e ilustrada) filiación.
ResponderEliminarNán, esa idea quería transmitir justamente: yo tampoco creo que la soledad del nadador exista o, en caso de existir, debe de tratarse de una soledad buena, por anhelada. En cuanto al poema, es estupendo: "Nada más en el mundo sino agua".
Abrazos
El mito de Nicolao, el nadador que cruzaba el estrecho de Mesina buceando, que localizaba pecios y rescataba tesoros, que pasaba más tiempo bajo el agua que en tierra, y que por eso tenía fama de pez entre las gentes de Sicilia. Gemma, ¿cuántos largos te haces en tu piscina?
ResponderEliminarServidora, Antonio, se hace 30 largos al día (o eso procuro, y aunque no sean muchos, a mí me basta para sentirme en mi salsa).
ResponderEliminar;-P