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El óvalo del rostro ha ido cediendo al paso de los años, a su peso, de ahí que los párpados aparezcan decaídos, descolgados, perplejos. En sus orejas, se aprecia la prolongación de ese preciso abatimiento de que os hablo, el triunfo de lo decrépito. También sus ojeras son profundas, perfiladas a lápiz con la crueldad de un pulso firme. La nariz, por el contrario, se muestra imbatible, como si la decadencia general no fuera con ella, recta y altiva, lustrosa. El ceño, fruncido; la comisura de los labios, torcida; el cuello, derrotado.
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¿Y qué decir de la expresión de la mirada? En realidad, parece como si, en una pirueta imposible, tuviera los ojos fijos en el horizonte de sus ojos, y el tiempo se hubiera vuelto de pronto arisco, viscoso.
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Afuera, en efecto, la disolución sigue su curso y el mundo se desrealiza un poco más, en un avance apenas perceptible.
¿Hemos de entender, Gema, que aquí comienza la decadencia y lenta escapada hacia la nada de este personaje entre grotesco y sarcástico? Una pena.
ResponderEliminarAmiga Mega: Una bella descripción de un personaje que se esfuma.
ResponderEliminarSalud y República
Que le diga alguien que sea más magnánino con su imagen. Tal vez sea capaz de encontrar algo de comprensión a esas arrugas. E incluso llegue a sonreir; y al hacerlo estire la piel y así tenga la fugaz sensación de un momentáneo estiramiento. Y entonces sonría nuevamente, ría ya valientemente y le diga a la imagen del espejo que la quiere. Que es como su hija y que la acepta con todos sus aparentes defectos que son en el fondo desviaciones del canon.
ResponderEliminarTal vez en ese ceder al paso de los años y sus consecuencias, tanto en lo humano como en lo no humano, se asome el significado y valor (positivo o negativo, segun la interpretación del que mira o siente) de las cosas.
ResponderEliminarVeo en su mirada lo que dices, pero también mucha reflexión y un viso de tristeza...
En mi blog te he dejado un regalito, Gemma. Espero que te guste.
ResponderEliminarVengo del blog de Antonio Serrano y me ha encantado tu juego de espejos. Eso quiere decir que habré de volver por aquí, a ver qué reflejos me encuentro.
ResponderEliminarYo veo, por el contrario, un rostro inteligente. Sí, es el de un hombre cansado. Quizá de mirar. Pero también de ser constantemente contemplado. Todos deberíamos tener el derecho de petrificarnos el día que, libremente, nos cansáramos de ambas cosas.
ResponderEliminarEl paso de los años hace estragos, la mirada, esas ojeras profundas,este cansancio a flor de piel, al cual con un poco de suerte llegaremos todos, eso espero, vaya.Es esta cara cansada por la vejez, por la sabiduría y por tantas experiencias acumuladas.
ResponderEliminarun petonet.
El tiempo arisco... La decrepitud de lo viejo, de lo que ha desandado un camino que, tal vez, no anduvo. Frente a lo antiguo... A lo que ha ganado valor y ha arrastrado los pies a través de la historia, pero avanzó.
ResponderEliminarMe ha gustado, Mega.
Antonio, hemos de entenderlo así. Aunque quién sabe si algún día nos visitará de nuevo.
ResponderEliminarGracias por la bonita entrada de tu blog. Un verdadero regalo.
Rafa, se esfuma como el tiempo, sí, eso mismo. O como el humo y el agua que se disipa y evapora.
Dardo, esa imagen reconoce todo lo que dices en el horizonte detenido de sus ojos. Ese horizonte podría ser su juventud, su pasado; es el tiempo detenido que se agazapa bajo esa capa de arrugas y desrealización.
Magda, sí, en efecto, hay una cierta tristeza inevitable en esa comprobación.
Juan Antonio, gracias por la visita. Y bienvenido.
Manuel, ese rostro se halla, como tú dices, petrificado por la memoria en cierto modo, por capas y capas de tiempo vivido (y bebido). La nostalgia o tristeza que dice Magda surge, de hecho, de esa constatación, de la conciencia del reconocimiento.
Maria Eugènia, vejez y sabiduría, una buena combinación vital, sin duda.
Carmen, mientras afuera el tiempo actúa como un disolvente feroz contra las realidades del mundo, en nuestro rostro, esos mismos estragos nos "realizan" pese a todo, dándonos el ser.
Abrazos varios
Hola Mega, como estás...la jeta tan currada de este personaje, y el detalle de que lleva lo que parece ser una una corona de la laurel sobre sus orejitas, me ha traído a la memoria una costumbre de los antiguos patricios romanos desde tiempos inmemoriales. ....La confección del "imago": era una máscara de cera que se realizaba sobre la cara del cadaver reciente del difunto con el objeto de tener un recuerdo del antepasado, ya que en la primitiva religión romana...(previa a la importación y adopción de mitos y costumbres helénicas,) se rendía, entre otras cosas, culto a los antepasados, y los "imagos" de padres y abuelos ocupaban un lugar predilecto en la domus.
ResponderEliminarEl ver el rostro severo de este señor me ha venido a la memoria esto.
Disculpa mi ida de olla, y un abrazo.
Fritus, ¡hola!
ResponderEliminarEsto que comentas de realizar y conservar la máscara mortuoria del finado (también se solía fotografiar a los muertos en los comienzos de la fotografía y a lo largo del siglo XX) siempre me ha causado cierta desazón, la verdad.
¿Por qué querrían los antiguos parientes conservar un rostro que precisamente había perdido su verdadera expresión (su alma) convirtiéndose en un puro molde vacío?...
(Fíjate, por cierto, en la segunda fotografía del enlace. ¿No es casualidad?)
Un abrazo
Confío en que el ciclo no se cierre. Que se detenga de momento con esta intevención de la narradora fiel. No es cruel, simplemente cuenta lo que ve. Aparte de todo lo que "remueve", es un útil ejercicio para un taller (aunque sea de una sola la persona la que reflexiones sobre los 4 textos y las 4 perspectivas).
ResponderEliminarÚltimamente mis escritores favoritos me tienen bastante cabreado con sus novelas. Todos tienen algunos añitos más que yo, en algunos casos no muchos, y están sacando novelas sobre el "hombre viejo y enfermo" (Coetze, Auster, Roth... ahora Ford, del que no pienso leer su tercer libro sobre el personaje que tanto me gustó en "El periodista deportivo" e "Independence Day"... ¡Resulta que ha enfermado de cáncer de próstata!).
No soy para nada un experto, solo un lector, pero creo que la entrada de los viejos que se resienten de su vejez y enfermedad porque, ¿por los avances de la mediina?, llegan ahí con el deseo casi intacto, es una nueva corriente de la literatura. No muy agradable para los que hemos entrado ya en los sesenta.
Tú lo ves desde fuera, implacable, sí, pero es lo que es. Aunque algunos excelentes comentaristas insistan en dejar una esperanza. Creo que la desaparición es la esperanza; que todo habrá valido si en su momento las cosas valieron.
Es "muy" viejo. Los sesentañeros llegamos con el deseo intacto, con el cuerpo mucho mejor que cuando les tocó a nuestros padres. Está bien conocer lo que se acerca (en pequeñas dosis).
Espero alguna vez un quinto espejo en el que hable el "yo" de la imagen que se desvanece.
Bueno, Nán, yo creo como tú (pero se trata de mi opinión personal) que no hay esperanza que valga una vez transcurrida la mayor parte de la vida. El presente de la vejez no es muy esperanzador que digamos, aunque nos guste pensar lo contrario, presentarlo como una especie de estado idílico en que nos imaginamos rodeados de compañía y de buenas lecturas, de un ocio satisfactorio y, por supuesto, de una jubilación feliz.
ResponderEliminar(Cuando la realidad es muy otra, pues se trata de la edad más terrible de las cuatro que tiene el hombre. Por lo visto, no queremos enterarnos. Y no creo que esa actitud nos vaya a ayudar en el futuro, la verdad.)
Abrazos (procuraré hacer hablar al yo, si se deja).