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Respiró con
profundidad antes de adentrarse en el bosque. Quería reconocer más despacio sus
heridas: en mitad del pecho una cicatriz antigua supuraba de nuevo. Lo atribuyó
al corte insidioso de una rama. Con la cabeza a punto de estallarle y el cuerpo
aterido de frío, hizo un esfuerzo por recordar qué diantres le había pasado.
Apenas necesitó echar un vistazo para comprobar que tenía el costado lleno de
magulladuras. Trató de limpiarse lo más rápido que pudo. No quería que sus
miembros se embotaran. Un dolor fiero había empezado a extendérsele por la
espalda, aunque lo más molesto era no acordarse. No lograba fijar el momento ni
el motivo; el lugar en que
presumiblemente lo habían atacado. Aparte de la vieja cicatriz, le dolían sobre
todo las uñas y algunos dientes sueltos, que bailaban tras su hocico. Lo de
menos era el escozor que lo atenazaba. Cuando vio que
podía arrastrarse a cuatro patas, recordó al fin: una pandilla de alimañas lo
había desvencijado a bastonazos.
He tenido la sensación, al leer y ver, que una metamorfosis me empujaba a la siguiente. Árboles que se transforman en humanos bestiales, alimañas que parecen humanos, humanos que se comportan como alimañas... Siempre me pareció ésta una palabra fascinante sin saber a ciencia cierta si su concepto me asqueaba o me atraía.
ResponderEliminarHay qué ver el partido visual y auditivo que le saca Vd. a un paseo por el lago, ;-p
Un abrazo y un beso fuerte, MegaMaga.
Alimañas con bastones??? Eso es premeditación y alevosía.
ResponderEliminarLos peores.
Freia, me gusta mucho el repaso que haces. No has dejado ni una pobre línea sin interpretar. Esos árboles enormes que había en los jardines del Palacio de Buckow imponían respeto. Es fácil darse cuenta viendo las fotos.
ResponderEliminarUn besazo, meine Gräfin
María, ciertamente. Algunos con dos patas les basta y sobra. Tal cual. Un beso grande
Luisa, basta comprobar en el DRAE cómo este define, en la primera acepción de la entrada de 'alimaña', el sustantivo "animal" con el sinónimo de "irracional", por no mencionar la tercera acepción.
Un saludo
A todos, he cambiado el final. Para variar...
Me ha gustado esta sensación de hombre-lobo que se trasnforma en lobo-hombre, o todo lo contrario... En bosques como el que retratas, donde se gestaron las leyendas más oscuras, debe ser sobrecogedor pasear desprevenido. Menos mal que tú no lo estabas. Besos.
ResponderEliminarDe regreso de una cercana lejanía me encuentro con este lobito bueno y magullado; me encuentro con ese no saber quién o qué nos ha zaherido -y esas malditas alimañas agazapadas en el bosque, a menudo abservándonos con nuestra propia mirada-.
ResponderEliminarSalgo del bosque. El solecito interpreta con eficacia su guión. Un poco más tranquilo, se me ocurre enviarte un tierno aullido y un pe tó lobuno.
La forma, como siempre, impecable; del contenido, no recordar nada de los sucedidom lo más ecalofriante. Un abrazo Gemma.
ResponderEliminarSusana, siempre me ha gustado mucho el asunto de las metamorfosis en un texto literario, las de Ovidio son maravillosas, y de hecho me he ocupado de ello con anterioridad. Esta vez, de todos modos, la inspiración me vino tras leer el estupendo micro de Araceli Esteves, "La otra" (http://elpasadoquemeespera.blogspot.com/2011/08/la-luz-de-la-tarde-se-empenaba-en.html). Es un motivo inagotable, que admite infinidad de variaciones. Besos
ResponderEliminarJosep, efectivamente: las alimañas del bosque nos observan con nuestra propia mirada. qué certero y qué bien lo dijiste. Un fuerte abrazo de fin de verano
Isabel, no tener memoria se me antoja, como a ti, uno de los sufrimientos más terribles. Un abrazo grande y gracias