Para Juan Eduardo Zúñiga
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.Las manos un poco vueltas hacia atrás, como escondiendo la corona de laurel que seguía sujetando; los pies absolutamente humanos, y desnudos, como la mirada. Así mismo la descubrió aquella primera vez en que andaba paseando, distraído, por los jardines versallescos del Palacio de Sanssouci, en las afueras de Potsdam, liberado -al fin- de sus preocupaciones de trabajo.
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Le bastó divisarla a lo lejos para saber que nada había cambiado. Aunque la estatua seguía tan bella como siempre, no pudo evitar sentir cierta desazón ante el abandono en que se hallaba. No entendía por qué los conservadores del parque la habían descuidado tanto. De proponérselo, podrían haberle limpiado de impurezas su fina piel de bronce, su rostro y mirada melancólica. Únicamente aquel pie delicado mantenía su juventud, como si no hubiera cejado un momento en el empeño por alcanzar el suelo.
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Ya cuando estaba a punto de marcharse, pudo apreciar que las demás esculturas que rodeaban el estanque, dos a cada lado, permanecían intactas, casi relucientes en comparación con el ángel. Y entonces lo supo. Sólo el tiempo, sus estragos, se había compadecido de ellos. No era casualidad, pues, que ambos compartieran un mismo corazón envejecido. De bronce puro, por más señas.
De bronce puro, por más señas...
ResponderEliminarY qué pie.
Precioso.... Ya te he dicho lo mucho que me gusta cómo describes, pero es que encima un tema sobre estatuas me conmueve aún más, que tienen algo para mí especialmente poético.
ResponderEliminarY también me gusta mucho tu nueva tendencia a ilustrar los posts con fotos...
Me sigo pasando por aquí, aunque menos, pero lo que no puedo la mayoría de las veces es escribir algo... Creo que el tiempo se ha enfadado conmigo y ahora corre más rápido en mi reloj.
De donde se deduce, Lara, lo siguiente: pies de bronce, corazón caliente. ;-)
ResponderEliminarGracias, Leg. No te preocupes; ¡y procura no llevarte mal con el tiempo!
Y la estatua bajó y sopló en tu sueño nuevas, hermosas desmemorias.
ResponderEliminarLindo.
En este territorio de tanta emoción sin apenas ser humano descrito, no te había leído metida.
ResponderEliminarQuizá ese pie que queda de lo que fue es para todo los que te leemos una esperanza de recuperación: todos conservamos algo intacto. Aunque el paseante se conformara con ese corazón ya esculpido para siempre.
Quizá también el hermoso pie permanece hermoso porque es la única parte que permanece en contacto con lo real; la única que es alcanzable, tangible. La caricia de los que logran apenas rozarlo mantiene el pie del ángel pulido, brillante.
ResponderEliminarTienen razón Leg y Nán. Elementos nuevos: fotos, descripción de emociones sin humanos...
Espléndida entrada.
Me ocurre lo que a Leg (mucho me temo que es mal generalizado): el tiempo, últitamente, me hace trastadas. Ella tiene la excusa del peque, pero a mí se me va igual sin saber casi en qué.
Un abrazo
P.D: Por cierto... me han encantado las fotos de Berlín de la Nave de los Locos. Estás hecha una artistaza. Me ayudan además a aplacar el mono... y alguno lugares que nos enseñas nunca serán vistos por los turistas.
Las estatuas están siempre en el pasado, así que el tiempo (en forma de polvo y deyecciones de paloma) les sienta muy bien: les añade melancolía, que es un componente consustancial a cualquier estatua que se precie.
ResponderEliminarY si tienen borrado el nombre de a quién representan, mejor todavía. Yo a veces me acerco por curiosidad al pedestal para leer en honor a quién se erigió y casi siempre es ilegible. Tal vez sea mejor así: debe de ser muy deprimente verte representado en una estatua. Al menos para mí sí lo sería.
Joseba, las estatuas parecen estar latiendo siempre por dentro, ¿no crees?
ResponderEliminarNán, se conforma y al mismo tiempo se reconcilia tras descubrir que la estatua también se había enamorado. Por otro lado, ese pie es -como dices- una esperanza, una prueba de que, de poder, se iría con él.
Freia, son fotos que he ido haciendo a lo largo de los casi dos años que hemos estado aquí. Berlín se deja fotografiar. ;-)
Saiz, a mí también me gustaba la idea de que, por una vez, la decrepitud asociada al paso del tiempo tuviera un valor positivo: en el relato sirve para probar que se trata de un amor correspondido.
Un abrazo a todos