viernes, 28 de marzo de 2008

Yo, el verdadero

Vale que el escritor llevase una mala racha desde hacía meses, que no tuviera nada lúcido que contar, falto de inspiración, del más mínimo consuelo; pero aquel suicidio había sobrepasado con creces todas las previsiones, sospechas y rumores que circulaban en torno a su crisis de creatividad.

Arropado en el lecho de muerte, el cadáver sostenía un papel arrugado en el puño izquierdo. El inspector jefe de policía pudo leer las siguientes líneas:

"Toda mi obra es un maldito plagio del otro. Escribo lo que me dicta alguien que desconozco y que, por supuesto, no soy yo. Alguien que se alimenta de mis experiencias y reflexiones, que me roba mis sueños más secretos, que hasta se acuesta con mi mujer. El otro me ha usurpado la vida sin que yo me quejara ni una sola vez.
Yo, el verdadero, tan sólo soy un impostor, un pobre diablo.
No podía soportarlo más tiempo. Disculpen mi debilidad de tantos años."

4 comentarios:

  1. Ojo con los transtornos bipolares: son peligrosísimos.

    Un saludo.

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  2. Quizá el personaje de tu impecable relato se suicidara porque sólo albergaba un alter ego. Las personas verdaderamente creativas albergan una multitud en su interior. Miles de alter egos. Millones. Shakespeare tenía dentro a toda la humanidad.

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  3. Jajaja, Manuel. Que se lo cuenten al fiambre, pues dudo mucho de que el otro esté por la labor de seguir con su obra...

    Herman, cierto. Shakespeare era prolífico en tipos humanos; sin duda. Él solo era capaz de representar todas las cualidades humanas.
    Por el contrario, a mi pobrecito escritor le pasa precisamente lo que tú y Manuel sugerís: se siente más solo que la una; solo con su sombra, con sus pesadillas...

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  4. ¿Y si el que ha muerto es el auténtico autor y el que sobrevive es el auténtico plagiador?
    Grandes autores defienden el plagio. Yo, muchas veces, siento como tu adorable cadáver, pero en lugar de darme un tiro, abro una botella de Rioja.
    Un beso enorme, Mega.

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"