De niño aquel bosque en el que solía adentrarse para jugar se le antojaba lleno de misterio, el lugar en donde toparse, todas las noches sin falta, con el miedo y el pavor. Ya de adolescente, fue capaz de encontrarle a ese bosque umbrío su cara más amable. Aquella experiencia coincidiría con un extraño padecimiento. A la hora en que los pájaros solían celebrar la siesta, frecuentaba claros silvestres y perdidas florestas, verdaderos lechos para la ensoñación. Sin duda fueron sus horas más dulces.
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Al cabo llegaron las obligaciones y, con ellas, el deber de comportarse como un hombre. Por entonces, el bosque se había convertido en medio de vida, en fuente de alimento y distracción. También en el recinto en que prosperaba, feliz, la educación de sus hijos. Hasta que un día quiso reconocerse públicamente como el anciano en que se había transformado.
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Tras haberse emboscado en la espesura de sus recuerdos, la negra noche es hoy su único cobijo, el refugio en donde poder guarecerse a duras penas del furibundo vuelo de las horas. Lejos, en alguna cueva en mitad del bosque, una infame turba de nocturnas aves revolotea entre soledades ariscas. Ya sólo se atreve a cazar mariposas risueñas y pequeñas lombrices en el fango.
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Muy buen relato, Mega, sobre todo la evolución del personaje. Leyendo sus primeros amores no he podido evitar recordar el verso de San Juan de la Cruz, aquel que, para mí, encierra toda una invitación al goce sexual: "Entremos más adentro en la espesura..."
ResponderEliminarMega, es un buen relato. Bueno pero triste. Seguramente porque los finales siempre son tristes.
ResponderEliminarSalud y República
Pues yo confieso que me he perdido. Al principio creí que era un trampantojo y que quien narraba el microrrelato era algún ciervo, un conejo, una perdiz. Pero la palabra hombre daba al traste con la "hipótesis animal". De repente, cuando llego al final de la historia, no sé si es que nuestro narrador se ha metamorfoseado o se ha imbricado de tal manera en el tejido de la naturaleza que se ha mimetizado con ella y ha terminado también en ella disolviéndose.
ResponderEliminar¿Me lo explicas, por fa?
Los humanos tendemos a sentirnos cómodos en lo conocido, a no salir de nuestros propios mundos, de los bosques en los que hemos crecido... como las ballenas que buscan la playa, volvemos a ellos a morir.
ResponderEliminarbss
Antonio, muy buenas, pues ahora que lo dices, hubieran ido pero que muy bien esos versos al personaje adolescente...
ResponderEliminarRafa, fíjate que yo no sé, cuándo los abordo, cómo van a acabar mis microrrelatos. Muchas veces me dejo llevar por el mismo desarrollo de la trama. De este modo, si el micro anterior se ocupaba del asunto de la vejez con un cierto optimismo, esta vez, por lo visto, tocaba una dosis de melancolía o bilis negra...
Querida Freia, veamos. En realidad, el micro guarda relación estrecha con el comentario que le hacía a Nán esta misma mañana. Allí le decía que, probablemente al ingresar en la vejez, fuera el propio mundo el que empezara a reducirse, como a encogerse, vaciándose muy lentamene de sentido e interés. Y luego, se me ocurrió que podría ser interesante tratar de ilustrar esta precisa idea... En resumen: no hay (como ocurría en el micro de la mariposa de Chuang Tzu) trampantojo que valga (aunque aquí también salgan bichos voladores).
Lo del bosque oscuro se me ocurrió porque la naturaleza más silvestre me parecía un buen escenario para la historia, con sus estaciones y mudanzas, tan pletórico de vida y de muerte. Tambien me vino a la cabeza, en parte, por la foto con que quería ilustrarlo, pero el verdadero tema, esta vez, como seguro habrás adivinado, son las cuatro edades del hombre: infancia, juventud, madurez y vejez... Y claro, al final, con la única perspectiva de la muerte como único futuro, se me ocurrió que los versos archiconocidos de Góngora no sólo podían servir para reflejar con precisión lúgubre el estado anímico del anciano, sino también para simbolizar la misma muerte anunciada, y al cabo, el reingreso y disolución del viejo en ese bosque que lo vio crecer. El final en donde menciono las mariposas (la ligereza de su mente senil) y lombrices (la corrumpción del cuerpo), quería ser un modo de aligerar la pesada imagen de la muerte gongorina. En suma, que aciertas de lleno cuando notas que el personaje se descompone y confunde con el medio. ¡Qué bien que lo hayas visto! ;-)
PS: Vaya, Condesa, esta digresión pesadísima para solucionar sus dudas, que en realidad no lo son. (Aciertas más que yerras.)
Un beso grande
Mega
ResponderEliminarMagnifico relato. Lo he leido varias veces y al final me ha pasado lo que ha Freia, no he sido capaz de descubrir el misterioso personaje.
Aclaranos el misterio.
Salud, República y Socialismo
Marina, nos hemos cruzado, perdona. Es muy cierto lo que dices: para morir, qué mejor que hacerlo en casa, rodeados de nuestras pertenencias y seres queridos, esfumarnos en lo familiar para sentirnos reconfortados. Un beso para ti también.
ResponderEliminarAntonio, te digo lo mismo que a Marina. Nos hemos cruzado en los comentarios. Valga mi extensa respuesta a nuestra amiga común para aclarar el desenlace un tanto oscuro de este micro. Un abrazo
Gracias por prefigurar. Algo así es lo que imagino yo que merece la pena. Llegado el momento.
ResponderEliminarJajaja querida Mega. Mucha capacidad de adivinación y deducción presupones de esta condesa. Ahora que lo he leído despacio y con tu explicación ya lo entiendo y le he sacado mucho más jugo. Es increíble el esfuerzo y trabajo mental que puede guardar en su interior un microrrelato. Todo está pensado e imaginado previamente; todo tiene su razón de ser. No hay nada al azar. También en el relato todos sus elementos están destinados a nacer, crecer, adquirir madurez y razón de ser. También el circulo se cierra cuando el relato acaba. La labor bien hecha se basa en la inteligencia y se elabora con trabajo, esfuerzo y profesionalidad.
ResponderEliminar¿Sabes que he tenido la sensación al leerte de que tus pequeños relatos son como un plato de El Bulli? Aparentemente los degustamos y consumimos en muy poco tiempo y ha costado horas de imaginación y trabajo elaborarlo y prepararlo. Son pequeñas joyas para saborear despacio. Menos mal que las tuyas permanecen...
De todas formas, me voy a la página de Nán a completar la entrada.
Besos
Bueno, no te voy a negar que el micro no se hace sólo, pero sí querría precisar que, en mi caso, surge más fácilmente de lo que pudiera parecer a simple vista. Lo difícil es dar con el hilo narrativo que te exige la misma ficción. Una vez lo hallas, se trata de ir tirando de él, muy suavemente, eso sí, no vaya a quebrarse...
ResponderEliminarEl comentario de respuesta a Nán lo encontrarás en la anterior entrada.
Besos
El bosque como escenario de fondo, como testigo mudo del devenir de una vida. Sabia elección.
ResponderEliminarAl ritmo que vamos, pronto tendremos que recurrir a viejas fotos o películas antiguas para perdernos en la espesura de un bosque.
"Esto es un bosque", diremos a un niño curioso, que observa fascinado (como quien observa un fósil del paleolítico) la imagen que le indicamos con el dedo.
Hay un cierto paralelismo entre la evolución del hombre -expesa, en el cuento- y el bosque mismo; silenciada, pero que a mí me aptece ver.
ResponderEliminarBuen relato.
Viajero, qué cierto lo que dices. Es una verdadera lástima perder la referencia de la naturaleza (aunque yo creo que esa pérdida es irreversible), con sus cambios y lecciones de vida y, claro, su belleza. Un abrazo
ResponderEliminarRaúl, gracias y bienvenido. Sí, sí, desde luego. He querido de forma expresa que hubiera esa conexión: el protagonista, de hecho, no ha dejado de vivir inmerso en esa naturaleza de la que forma parte; para acabar fundiéndose con ella, tal y como lograba magistralmente Quiroga...
... en sus relatos. ;-)
ResponderEliminarMega,
ResponderEliminarMe parece un buen micro. La frase: Hasta que un día quiso reconocerse públicamente como el hombre viejo que había venido a ser. me parece simplemente genial.
Pero creo que el relato ganaría en el último párrafo (espero que no te moleste, en serio) si eliminaras algunos adjetivos.
Tras emboscarse en la espesura de sus recuerdos, la noche se ha convertido en el único cobijo, en el refugio en donde guarecerse, a duras penas, del vuelo de las horas. A lo lejos, en alguna cueva en mitad del bosque, una turba de aves, gimiendo y volando graves, revolotea entre soledades. Ya sólo se atreve a cazar mariposas y pequeñas lombrices en el fango."
Vuelvo a insistir en que si me atrevo a darte mi opinión es porque creo que has escrito un gran microrrelato y bueno, no sé, igual porque no puedo evitarlo. :-P
Espero que no te moleste. Si lo hace, dímelo y no molestaré más con correcciones.
Un beso,
X
Xavie, muy buenas, y bienvenido a este blog microrrelatista. Para nada me molestan tus observaciones. Es más, está muy bien esa poda de adjetivos que me sugieres. Te aseguro que voy a sopesarla con detenimiento.
ResponderEliminarLo cierto es que suelo rescribir una y otra vez los micros. Creo que, en efecto, les va muy bien que el tiempo transcurra cual apisonadora sobre ellos...
Sobre todo, para poder ganar distancia, y capacidad crítica. Yo suelo revisarlos a menudo, tanto al principio, recién publicados, cuando todavía revolotea el texto por mi cabeza, como al cabo del tiempo, a veces, transcurridas varias semanas...
La explicación de por qué el texto usa y abusa de adjetivos se halla, en parte, en el hecho de que me propuse recrear, amplificándolo, glosándolo, el verso gongorino de las Soledades, ese que dice: "infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves", bien cargadito de adjetivos, sin duda. Ahora bien, es a través de esa suma de aliteraciones que logramos presenciar el pesado batir de alas de los murciélagos (en una sinestesia formidable, responsable ella sola de que sigamos varios siglos después, recordándolos...). Por mi parte, me propuse amplificar ese mismo efecto tan logrado, a través precisamene de esa cantidad de adjetivos sonoros y rotundos. Eso no quita, me estoy enrollando, que a lo mejor tengas razón al creer que, hoy en día, ese efecto resulta un poco cargante, ineficaz estilísticamente... En suma: voy a ver si tiene arreglo lo que me dices. ;-)
Un fuerte abrazo