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Son las cuatro de la tarde. La hora de la quietud y la siesta. Un golpe de aire fresco se desparrama por el campo de lomas ondulantes y empinadas, como si aspirase a coronar al vuelo esas copas desnudas que asoman a lo lejos, donde apenas si alcanzan los ojos. El pintor se ha sentido cautivado y ha dispuesto los aparejos para una feliz jornada de trabajo. Ansía terminar el cuadro con los últimos rayos de sol, de ahí que rinda con la avidez y entrega propias de un día de descanso.
Tras colocar el caballete frente al hermoso paisaje y sujetar la paleta con la mano izquierda, se ha puesto manos a la obra. En un santiamén ha empapado el pincel en diversos óleos, mezclándolos sin vacilar, alterándolos. Como siempre, ha conseguido arrancarles infinitos destellos. Su arte es el de un miniaturista.
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Un par de horas después, ha trazado con pulso firme un perfecto esbozo de la escena. Más tarde, ya es posible reconocer las sinuosas lomas de pelo suave, las figuritas de los caballos, el mismo peine del viento. Cuando el anciano se halle concentrado en unas ramas del sotobosque, sentirá crecer, dentro de sí, el relincho salvaje de un caballo. Es probable que sólo entonces se dé por satisfecho.
miércoles, 25 de junio de 2008
domingo, 22 de junio de 2008
¿Una historia ficticia?
-Entonces, ¿por qué nos gustan las historias inventadas?
-Pues porque nuestras vidas no son menos ficticias.
-¿Cómo puedes decir eso? Tú eres real.
-Nos gusta creer que nuestra vida es real por el solo hecho de estar atados a ella, de tener la obligación de vivirla a conciencia, dotándola de sentido, aunque esto último sea lo más difícil. Ahora bien, ¿acaso tus sueños y deseos son más concretos, menos etéreos, que los contenidos en cualquier cuento o fantasía, en cualquier fabulación?
-¡Hombre! Los míos condicionan mi vida diaria y los ficticios, no.
-¿Estás seguro? Nuestra carne se alimenta de sueños.
jueves, 19 de junio de 2008
Juego de niños
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Aquel personaje salió de la página para tomar un poco de aire fresco. Al principio, nadie lo echó de menos, tan secundario era el pobre, pero a partir del tercer día la niña de ojos vivaces empezó a buscarlo con insistencia. Transcurrida la primera semana, la pequeña iba levantando con sus dedines todas las alfombras, no fuera que se le hubiera caído como por descuido, el rostro bañado en lágrimas.
Aquel personaje salió de la página para tomar un poco de aire fresco. Al principio, nadie lo echó de menos, tan secundario era el pobre, pero a partir del tercer día la niña de ojos vivaces empezó a buscarlo con insistencia. Transcurrida la primera semana, la pequeña iba levantando con sus dedines todas las alfombras, no fuera que se le hubiera caído como por descuido, el rostro bañado en lágrimas.
-¿Pero qué buscas, tesoro?, le preguntaba su madre.
-Un tete. Falta un tete, respondía, compungida, mientras el dedito señalaba el cuento de tapas duras.
Al personaje, que a la sazón se hallaba extasiado ante el descubrimiento de una realidad tan fuera de lo común, fantástica a decir verdad, aquel súbito desvelo de la niña le había conmovido de tal modo, que tras vacilar unos instantes, decidió regresar a su antiguo libro en calidad de huésped. Sin duda quería complacerla.
A la niña, le bastó verificar que, de un salto, se había metido en el cuento, para arrancar de cuajo aquella página, temblorosa aún por acabar de sumergirse en ella el visitante. Con sus manitas rechonchas, estrujó la hoja sin contemplaciones, arrojándola poco después a la basura, hecha una pelota.
sábado, 14 de junio de 2008
Poética
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Para Javier Puche y Carlos González Zambrano,
evocadores, convocadores ambos,
de inefables fantasmas
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La mujer que amé se ha convertido en fantasma.
Yo soy el lugar de las apariciones.
Juan José Arreola, "Cuento de horror".
La mujer que amo me trata como a un vil fantasma. Cada vez que la convierto en musa de mis ensoñaciones, huye despavorida.
jueves, 12 de junio de 2008
El arrepentido
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Cansado de ser otro, volvió a casa en un taxi para llegar lo antes posible. En cuanto su mujer le abrió la puerta, lo primero que hizo fue soltarle que los gemelos no podían ser suyos de ningún modo.
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martes, 10 de junio de 2008
Furibundo vuelo
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De niño aquel bosque en el que solía adentrarse para jugar se le antojaba lleno de misterio, el lugar en donde toparse, todas las noches sin falta, con el miedo y el pavor. Ya de adolescente, fue capaz de encontrarle a ese bosque umbrío su cara más amable. Aquella experiencia coincidiría con un extraño padecimiento. A la hora en que los pájaros solían celebrar la siesta, frecuentaba claros silvestres y perdidas florestas, verdaderos lechos para la ensoñación. Sin duda fueron sus horas más dulces.
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Al cabo llegaron las obligaciones y, con ellas, el deber de comportarse como un hombre. Por entonces, el bosque se había convertido en medio de vida, en fuente de alimento y distracción. También en el recinto en que prosperaba, feliz, la educación de sus hijos. Hasta que un día quiso reconocerse públicamente como el anciano en que se había transformado.
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Tras haberse emboscado en la espesura de sus recuerdos, la negra noche es hoy su único cobijo, el refugio en donde poder guarecerse a duras penas del furibundo vuelo de las horas. Lejos, en alguna cueva en mitad del bosque, una infame turba de nocturnas aves revolotea entre soledades ariscas. Ya sólo se atreve a cazar mariposas risueñas y pequeñas lombrices en el fango.
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viernes, 6 de junio de 2008
Senectud
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Tras comprobar que el tiempo seguía surcando, indolente, su rostro de nácar, cogió el cepillo como hacía todos los días a la misma hora y estuvo peinando su hermosa cabellera por espacio de varios minutos. Absorta como estaba en ese gesto cotidiano de repasar, una y otra vez, las ondas rebeldes de su pelo de plata, se adentró sin darse cuenta en las sinuosas aguas del espejo.
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De nuevo volvía a toparse con aquella anciana que le hacía señales a lo lejos para que la siguiera. Esta vez, sin embargo, no dudó. A decir verdad, la mujer, ahora se daba cuenta, tenía un rostro que le resultaba sumamente familiar, sus mismos ojos, su color.
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En el breve lapso de un soplo, creyó adivinar la identidad fugitiva de aquella figura, tan venerable. Sin más dilación, interrumpió su tarea de peinarse y dejó el cepillo sobre la cómoda. En las líneas profundas de su piel ajada reconocía, al fin, la belleza inmutable de lo antiguo.
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Tras comprobar que el tiempo seguía surcando, indolente, su rostro de nácar, cogió el cepillo como hacía todos los días a la misma hora y estuvo peinando su hermosa cabellera por espacio de varios minutos. Absorta como estaba en ese gesto cotidiano de repasar, una y otra vez, las ondas rebeldes de su pelo de plata, se adentró sin darse cuenta en las sinuosas aguas del espejo.
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De nuevo volvía a toparse con aquella anciana que le hacía señales a lo lejos para que la siguiera. Esta vez, sin embargo, no dudó. A decir verdad, la mujer, ahora se daba cuenta, tenía un rostro que le resultaba sumamente familiar, sus mismos ojos, su color.
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En el breve lapso de un soplo, creyó adivinar la identidad fugitiva de aquella figura, tan venerable. Sin más dilación, interrumpió su tarea de peinarse y dejó el cepillo sobre la cómoda. En las líneas profundas de su piel ajada reconocía, al fin, la belleza inmutable de lo antiguo.
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miércoles, 4 de junio de 2008
Cabezas de colores
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¿Dónde están nuestros cuerpos?, le preguntaron al unísono aquellos bustos parlantes con pelucas de colores sobre sus cabezas. Enseguida se percató de que esos seres tenían los ojos más tristes de la ciudad, los rostros más pálidos.
¿Dónde nuestros brazos, nuestras manos?
¿Nuestras orejas,
nuestros dientes,
nuestros párpados?
¿Dónde?, insistían una y otra vez.
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Absorto frente al escaparate, el niño lamía la calva de un chupa-chups de colores. Sus oídos habían percibido sin asomo de duda aquellos lamentos implorantes, pero sus ojos continuaron contemplando aquel espectáculo dantesco con la dureza indiferente del cristal, con el desprecio de lo muerto.
viernes, 30 de mayo de 2008
Epitafio oscuro
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Aquella lápida sombría portaba la siguiente inscripción:
."Durante toda mi vida quise despistarlo en vano, tan audaz era el maldito. Al final hallé este único remedio, sin duda luminoso."
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martes, 27 de mayo de 2008
Autoscopia
"Alteración de la percepción. Alucinación consistente en percibirse a sí mismo como un doble. Se puede dar en personas sanas que se encuentran en un estado de fatiga excesiva, por intoxicación de algún tipo de drogas, en la epilepsia, en personas con tumores cerebrales... La autoscopia negativa consistiría en que la persona se mira en un espejo y no ve a nadie."
Tras leer la definición, permaneció quieto unos minutos, pensativo. "Es justo lo que me ocurre", dijo para sí, convencido. "¿Me estaré volviendo loco?"
..Precisamente, aquella mañana había padecido un brote clarísimo de autoscopia. Había sonado el despertador demasiado pronto, así que tuvo que encender la luz de la mesilla de noche para comprobar la hora. Entonces lo vio, esto es, se vio a sí mismo apoyado en el techo de la habitación como si llevara siglos esperándolo, el rostro de fastidio, convertido en un vulgar fantasmucho de pacotilla.
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Lo primero que hizo al verse ahí arriba, flotando como un globo aerostático, fue acordarse de Sueños de un seductor, la jocosa adaptación de una obra de Woody Allen en la que lo vemos charlar sobre lo humano y lo divino con Humphrey Bogart, tan inefable. Aunque parezca increíble, no se asustó. Más bien, tuvo que reprimir su enojo creciente.
-¿Quieres hacer el favor de dejar de fumar? ¿No ves que estaba durmiendo y me has despertado?
-Buenos días, mi querida sombra. ¿Has tenido dulces sueños?
-Yo no soy tu maldita sombra. La sombra eres tú, no te confundas.
-Como quieras...
-¿A qué has venido, si puede saberse?
-A llevarte conmigo. No sé si te das cuenta, pero el hecho de que puedas verme significa que has empezado a morir.
-Pues mira qué bien. Y va y me lo sueltas así, sin venir a cuento, por las buenas. Como hace un amigo.
-En adelante, vas a verme siempre. Como me ha parecido que no te asustabas, he creído que lo mejor era entrar en materia cuanto antes.
-Pero..., no vayas tan deprisa... ¿De dónde vienes?, ¿adónde vamos?... ¿Podrías decírmelo?
-Vengo de la nada y nos vamos en dos días al país de los muertos.
-¿Hay divorcios en tu país? ¿Madrugones? ¿Dentistas?
-Jajaja, no no, nada de eso. Los muertos son perfectos. No empeoran, quiero decir.
-Bueno, pues entonces no me parece tan mal... Oye, ¿y voy a tener que coincidir con mi suegra? Murió hace un par de años y nunca me perdonó lo de nuestro divorcio.
-No, si tú no quieres. El país de los muertos es muy grande, y hasta puede uno llegar a ser feliz.
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Estuvimos hablando por espacio de media hora, al cabo de la cual me excusé porque tenía que ir al trabajo. Hemos quedado en vernos mañana. De hecho, dice que va a estar visitándome todo este mes para que le pregunte lo que quiera y así pueda emprender el viaje sin temor alguno. Me ha parecido bien, y muy considerado por su parte.
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Antes de que se marchara, no pude evitar preguntarle si existía la eternidad, Dios o el Paraíso, y me contestó que las tres cosas podían ser consideradas una sola, pues uno se convierte en fantasma para siempre, eso sí, sin que nos duela ni padezcamos por ello.
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Pero me ha engañado como a un chino. Habíamos quedado en vernos a la misma hora de ayer, a las 6:30 de la mañana. Cuando el despertador ha sonado y he hecho el gesto de ir a apagarlo, me he dado cuenta de que el que flotaba como un alma en pena era yo, mientras mi sombra lo apagaba de un manotazo, ignorándome como a un vil fantasma. Por lo visto, ha decidido seguir durmiendo, faltar al trabajo...
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Han pasado ya dos horas. De seguir así, me van a despedir. Quiero decir: lo van a despedir. Me ha convertido en la sombra de mi sombra. Por supuesto, Dios no existe, ni tampoco el Paraíso dichoso. Sólo la eternidad... ¡Qué fastidio!
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miércoles, 21 de mayo de 2008
El agente doble
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Al llegar a casa, lo primero que hacía el agente de bolsa era quitarse deprisa el feroz traje de superejecutivo para ponerse, enseguida, el esponjoso pijama de algodón, la única prenda capaz de concederle el sosiego que no tenía, regalo de su hija. Aun cuando su tarjeta de visita diera por cierto su trabajo como corredor de bolsa, aquel hombre de 40 años recién cumplidos padecía continuas taquicardias y extrañas arritmias a causa de una misteriosa dolencia, que yo, la verdad sea dicha, no supe, en un primer momento, interpretar.
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El doctor que lo llevaba le había aconsejado cambiar de trabajo cuanto antes. Ahora ya puedo decirles que hubiera bastado con que se sentara a escribir ante su viejo cuaderno verde dos veces por semana para seguir con vida. Porque, créanme, aquel agente de cambio era, en realidad, un poeta enorme, vivísimo y genial, sin parangón, si bien ignorado e ignorante de sí mismo. Servidor fui el único capaz de averiguarlo.
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Déjenme que les diga que hoy la historia de la poesía española ha perdido, por descuido e impericia en mi nuevo oficio de narrador omnisciente, al que tal vez fuera el mejor poeta oculto de todos los tiempos, alguien capaz de erigir deslumbrantes imágenes llenas de temblor, fulgurantes, según tuve ocasión de reconocer más adelante.
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Sin duda, mi terrible condición de novato, lento e inoportuno en extremo, ha resultado tan vergonzante que apenas si hubo tiempo de descubrir la verdadera naturaleza de aquel pobre agente, doble y secreto por más señas. Qué desastre, mis indulgentes lectores, qué pérdida más terrible...
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domingo, 18 de mayo de 2008
La mariposa de Chuang Tzu
Antes de acostarse leyó con atención el legendario microrrelato de Chuang Tzu, del que tanto le habían hablado:
Fue caer dormido en un profundo sueño y empezar a sentir cómo su pecho se henchía de un sentimiento gozoso ante la contemplación de sus alas recién desplegadas, lo que vino a convencerle de que él era la verdadera mariposa de Chuang Tzu. Conforme a su naturaleza recién adquirida, pasó la noche entera revoloteando feliz y despreocupado como un picaflor, ajeno a las miserias del mundo.
Los primeros rayos de sol iban a depararle, sin embargo, nuevas vicisitudes. Entre ellas, el descubrimiento fatal de su vulgar existencia de gusano soñador.
Cierto día, Chuang Tzu se quedó dormido y__
soñó que era una mariposa, revoloteando muy__
contento por ahí. Y la mariposa no sabía que era__
Chuang Tzu soñando. Luego despertó y volvió a__
ser el de siempre, pero ahora no sabía si era un__
hombre soñando que era una mariposa o una__
mariposa soñando que era un hombre.__
Las enseñanzas de Chuang Tzu_
Fue caer dormido en un profundo sueño y empezar a sentir cómo su pecho se henchía de un sentimiento gozoso ante la contemplación de sus alas recién desplegadas, lo que vino a convencerle de que él era la verdadera mariposa de Chuang Tzu. Conforme a su naturaleza recién adquirida, pasó la noche entera revoloteando feliz y despreocupado como un picaflor, ajeno a las miserias del mundo.
Los primeros rayos de sol iban a depararle, sin embargo, nuevas vicisitudes. Entre ellas, el descubrimiento fatal de su vulgar existencia de gusano soñador.
viernes, 16 de mayo de 2008
El hombre sin voz
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Hacía años que el escritor se esforzaba por conquistar una voz narrativa propia, plagada de autenticidad y de fuerza; un estilo que lo distinguiera de tantos autores sin voz como había, tan fatuos en su mayoría, tan ridículos. Le parecía increíble que toda esa caterva de presuntuosos no se hubiera percatado aún de que, para ser un gran escritor, había que lograr una voz personal e intransferible, cultivarla día y noche sin descanso, desearla de veras; una voz que fuera capaz de singularizarse del resto, que se revelara densa, con volumen, poliédrica; que lo elevara, en fin, hasta las alturas, depositándolo en el justo pedestal que le correspondía...
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Tan embebido estaba el pobre en labrarse esa voz que olvidó apuntalar la estupenda edificación de su ingenio, malbaratando en un pispás aquel universo maravilloso repleto de voces magníficas, tan prometedor, probablemente su obra maestra, la creación que habría de erigirse en garante de su felicidad; un castillo de naipes fabuloso, una pena.
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Hacía años que el escritor se esforzaba por conquistar una voz narrativa propia, plagada de autenticidad y de fuerza; un estilo que lo distinguiera de tantos autores sin voz como había, tan fatuos en su mayoría, tan ridículos. Le parecía increíble que toda esa caterva de presuntuosos no se hubiera percatado aún de que, para ser un gran escritor, había que lograr una voz personal e intransferible, cultivarla día y noche sin descanso, desearla de veras; una voz que fuera capaz de singularizarse del resto, que se revelara densa, con volumen, poliédrica; que lo elevara, en fin, hasta las alturas, depositándolo en el justo pedestal que le correspondía...
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Tan embebido estaba el pobre en labrarse esa voz que olvidó apuntalar la estupenda edificación de su ingenio, malbaratando en un pispás aquel universo maravilloso repleto de voces magníficas, tan prometedor, probablemente su obra maestra, la creación que habría de erigirse en garante de su felicidad; un castillo de naipes fabuloso, una pena.
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martes, 13 de mayo de 2008
El universo mundo
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"Detectan materia ordinaria nunca vista hasta ahora en el espacio", decía el titular. Enseguida quiso ampliar la información en los principales periódicos de la red, pero fue en vano; demasiado pronto para que ninguno se ocupara del asunto.
Siguió leyendo la noticia con que se había topado por casualidad: "El universo está compuesto en más del 95% por sustancias cuya composición es desconocida: se trata de la materia negra (21%) y de la energía oscura (75%). El resto, entre el 4% y el 5%, es materia ordinaria (protones, neutrones)". Y más adelante: "todas las galaxias y los gases interestelares descubiertos hasta ahora sólo contaban con la mitad de esta materia bariónica." Qué curioso, pensó; así que estamos hechos de materia bariónica. El DRAE ni siquiera daba cuenta de ella. Wikipedia sí, aunque liquidaba la cuestión en apenas dos pinceladas: "En cosmología se considera materia bariónica toda forma de materia constituida por bariones y leptones (a excepción de determinados tipos de neutrinos). Es decir, es la materia que forma todo lo que nos rodea y podemos ver, incluidos nosotros mismos.
Siguió leyendo la noticia con que se había topado por casualidad: "El universo está compuesto en más del 95% por sustancias cuya composición es desconocida: se trata de la materia negra (21%) y de la energía oscura (75%). El resto, entre el 4% y el 5%, es materia ordinaria (protones, neutrones)". Y más adelante: "todas las galaxias y los gases interestelares descubiertos hasta ahora sólo contaban con la mitad de esta materia bariónica." Qué curioso, pensó; así que estamos hechos de materia bariónica. El DRAE ni siquiera daba cuenta de ella. Wikipedia sí, aunque liquidaba la cuestión en apenas dos pinceladas: "En cosmología se considera materia bariónica toda forma de materia constituida por bariones y leptones (a excepción de determinados tipos de neutrinos). Es decir, es la materia que forma todo lo que nos rodea y podemos ver, incluidos nosotros mismos.
Según cálculos recientes, la materia bariónica constituye solamente el 4% de la masa del universo. Un 23% está formado por materia oscura y el 73% restante por la energía oscura".
A grandes rasgos, pues, era posible distinguir la materia oscura, la energía oscura y la materia bariónica u ordinaria. Tal vez encontrara alguna aclaración más en la red. Tras leer un artículo solvente, vio que incluso había materias antitéticas a las descritas cuya existencia ignoraba, lo que no era extraño; revelándose tan misteriosas como los mismos objetos a los que pretendían oponerse.
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¿Y si se trataba de una reunión de almas interestelares? De ser cierto que la susodicha materia, o sea nosotros, apenas representábamos una mota de polvo interestelar vagando por el universo, ¿no podían probar esas insólitas concentraciones la existencia esporádica de campos de almas?
A lo mejor,
cansadas de flotar a la deriva
decidieron congregarse
por unos millones de años
con el fin de gestionar
la insaciable
expansión del universo.
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Ojalá lo consigan, pensó todavía. Y se dispuso a trabajar. No podía desatender por más tiempo sus obligaciones de materia ordinaria.
domingo, 11 de mayo de 2008
¡Qué sé yo!
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Para Nán, que insistió en convocarlo
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Soy el yo que perdura
a ratos
pero que,
a ratos también,
me abruma,
me aturulla.
Quien late, late, late
aun cuando el otro
me rehuya.
El tipo que espera en silencio
un reconocimiento apenas audible.
O acaso aquel
que llora sus horas ausentes
perezosas de sueños,
y de pasos furtivos y oscuros.
A decir verdad,
no sé quién soy.
..
Sólo sé que ese ser
a ratos
maúlla
y da zarpazos
cual gato
sin zapatos;
¡qué sé yo!
Soy el yo que tú quieras ver.
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jueves, 8 de mayo de 2008
El pececillo de colores
Se recorría piscinas enteras a nado, sumergido varios minutos seguidos sin respirar, afirmaron unos; lo hacía cada día del año y sin esfuerzo aparente, adujeron otros. Y de pronto, sin más, ocurrió. En eso coincidieron todos; sorprendentemente, a nadie le había extrañado lo más mínimo.
En la piscina ninguno de los asiduos supo dar cuenta de cómo ni de cuándo ni, mucho menos, de por qué aquel sujeto se había metamorfoseado en un pececillo de colores. El lugar lo frecuentaban jubilados un poco hoscos, niños con alguna deficiencia física en su hora de entrenamiento, y ciertas octogenarias dicharacheras. Todos sin excepción dijeron que no podía haber sido de otro modo.
La cosa, por lo visto, venía de lejos: el chico nadaba a diario 180 piscinas. Al principio eran sólo 40, pero le bastó un par de años de práctica disciplinada para alcanzar las 100 piscinas de un tirón, sin descansar siquiera un momento, ni tener que ajustarse el gorro ni las gafas. La gente creía que las hacía buceando. Era una verdadera máquina. .
Su familia tampoco se extrañó lo más mínimo cuando se le comunicó el suceso. ¿Cómo iban a alarmarse, si en casa todos sabían que, de mayor, el niño quería ser pececillo de colores? No un nadador profesional, no. Había oído bien: "pe-ce-ci-llo-de-co-lo-res". Su vocación se remontaba, de hecho, a sus sueños infantiles más lejanos. Quería apearse de la humanidad. Dejar de ser hombre cuanto antes. Dado que los médicos no tenían soluciones para su caso, que insistían en tachar de clínico, tuvo que tomar la decisión él solo, y ponerse a ello enseguida.
Si bien, al principio, nadaba sólo para evadirse, con los años aquello devino en vocación. El chico nadaba y nadaba horas enteras, mañanas y tardes sin descanso, sin detenerse. Ya por entonces tenía algo de pez. Incluso hubo un día en que tuvieron que advertirle de que llevaba toda la jornada nadando sin parar, y que tanto exceso no podía traer nada bueno. Al final, para no levantar sospechas, nadaba por la mañana en una piscina, por la tarde en otra y durante el corto horario nocturno en una tercera. Curiosamente parecía alimentarse de su pasión. Por las noches, como era de prever, soñaba que seguía nadando. Y así, un año, y otro, y otro más. Y el chico iba creciendo.
Su madre insistió en afirmar que aquello sucedía desde siempre, desde que el niño era niño. Por eso no les había sorprendido en absoluto. En realidad, hasta ayer mismo parecía hallarse feliz dentro de la pecera de reducidas dimensiones, situada en el tercer estante del armario, en el cuarto de su hermana. Ahora, su única inquietud procede de las pesadillas que le asolan de vez en cuando: sueña con la posibilidad de volver a despertarse, cualquier día, bajo la horripilante apariencia de un ser humano.
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lunes, 5 de mayo de 2008
La imagen reflejada
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El óvalo del rostro ha ido cediendo al paso de los años, a su peso, de ahí que los párpados aparezcan decaídos, descolgados, perplejos. En sus orejas, se aprecia la prolongación de ese preciso abatimiento de que os hablo, el triunfo de lo decrépito. También sus ojeras son profundas, perfiladas a lápiz con la crueldad de un pulso firme. La nariz, por el contrario, se muestra imbatible, como si la decadencia general no fuera con ella, recta y altiva, lustrosa. El ceño, fruncido; la comisura de los labios, torcida; el cuello, derrotado.
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¿Y qué decir de la expresión de la mirada? En realidad, parece como si, en una pirueta imposible, tuviera los ojos fijos en el horizonte de sus ojos, y el tiempo se hubiera vuelto de pronto arisco, viscoso.
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Afuera, en efecto, la disolución sigue su curso y el mundo se desrealiza un poco más, en un avance apenas perceptible.
El óvalo del rostro ha ido cediendo al paso de los años, a su peso, de ahí que los párpados aparezcan decaídos, descolgados, perplejos. En sus orejas, se aprecia la prolongación de ese preciso abatimiento de que os hablo, el triunfo de lo decrépito. También sus ojeras son profundas, perfiladas a lápiz con la crueldad de un pulso firme. La nariz, por el contrario, se muestra imbatible, como si la decadencia general no fuera con ella, recta y altiva, lustrosa. El ceño, fruncido; la comisura de los labios, torcida; el cuello, derrotado.
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¿Y qué decir de la expresión de la mirada? En realidad, parece como si, en una pirueta imposible, tuviera los ojos fijos en el horizonte de sus ojos, y el tiempo se hubiera vuelto de pronto arisco, viscoso.
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Afuera, en efecto, la disolución sigue su curso y el mundo se desrealiza un poco más, en un avance apenas perceptible.
miércoles, 30 de abril de 2008
El espejo de azogue
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Aunque sepa que la riña no va con él, no puede evitar sentirse implicado.
No está muy seguro de su papel, pero en cualquier caso ha decidido dar su opinión para que nadie cuestione sus buenas intenciones: "Yo sólo soy un pobre espejo antiguo", empieza a decir con la esperanza de llegar a captar, cuando menos, la benevolencia del lector. "Pero ya estoy cansado, harto, a decir verdad, de que ese uno y ese otro me atribuyan, sin venir a cuento, especulaciones, reverberaciones y hallazgos brillantes que jamás ha sido mi propósito reflejar, ni ahora ni en el pasado, y que discutan como salvajes, como si les fuera en ello la vida".
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"Me resulta humanamente imposible contentarlos a ambos. Sus desatados egos no permiten que ninguno quiera atenerse a razones, sólo la sugerente apariencia, cuyo brillo no puedo dejar de propagar, los seduce y convence.
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"Sabido es de todos que tengo un solo cuerpo de material bruñido por artesanas manos y mis aguas nítidas han buscado, desde siempre, reflejar la vida que acontecía ahí afuera con la mayor exactitud y fidelidad de que eran capaces, sin partidismos espurios, ni falsas lealtades de ningún tipo, sin prejuicios ni intereses creados que pudieran empañar mi servicio a la verdad y, con ella, al bien de los hombres.
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"Cuando fui creado, me dijeron que mi primer cometido consistía en reproducir la realidad sin pretender vanamente duplicarla, ni mucho menos suplantarla, deformarla o falsearla. Pero está visto que los deseos de un azogue viejo como yo de poco o nada sirven frente a las caprichosas voluntades de los hombres. De veras que lo lamento, no lo saben ustedes bien, pero las cosas se han revelado así: en verdad tan sólo alcanzo a ser espejo de la fortuna."
Aunque sepa que la riña no va con él, no puede evitar sentirse implicado.
No está muy seguro de su papel, pero en cualquier caso ha decidido dar su opinión para que nadie cuestione sus buenas intenciones: "Yo sólo soy un pobre espejo antiguo", empieza a decir con la esperanza de llegar a captar, cuando menos, la benevolencia del lector. "Pero ya estoy cansado, harto, a decir verdad, de que ese uno y ese otro me atribuyan, sin venir a cuento, especulaciones, reverberaciones y hallazgos brillantes que jamás ha sido mi propósito reflejar, ni ahora ni en el pasado, y que discutan como salvajes, como si les fuera en ello la vida".
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"Me resulta humanamente imposible contentarlos a ambos. Sus desatados egos no permiten que ninguno quiera atenerse a razones, sólo la sugerente apariencia, cuyo brillo no puedo dejar de propagar, los seduce y convence.
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"Sabido es de todos que tengo un solo cuerpo de material bruñido por artesanas manos y mis aguas nítidas han buscado, desde siempre, reflejar la vida que acontecía ahí afuera con la mayor exactitud y fidelidad de que eran capaces, sin partidismos espurios, ni falsas lealtades de ningún tipo, sin prejuicios ni intereses creados que pudieran empañar mi servicio a la verdad y, con ella, al bien de los hombres.
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"Cuando fui creado, me dijeron que mi primer cometido consistía en reproducir la realidad sin pretender vanamente duplicarla, ni mucho menos suplantarla, deformarla o falsearla. Pero está visto que los deseos de un azogue viejo como yo de poco o nada sirven frente a las caprichosas voluntades de los hombres. De veras que lo lamento, no lo saben ustedes bien, pero las cosas se han revelado así: en verdad tan sólo alcanzo a ser espejo de la fortuna."
lunes, 28 de abril de 2008
La sombra del otro
Al tipo de siempre le ha dado por asomar las narices cada cinco minutos en el espejo del cuarto de baño. Se comporta como lo haría un poseso o un loco compulsivo. De pronto, lo recorre como si se hubiera vuelto cóncavo y fuera preciso hurgar en su interior. En alguna ocasión ha creído divisarme fugazmente, apenas unos segundos, pero eso le ha bastado para creerse con derecho a perturbar el frágil equilibrio que habito.
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Otras veces, me ha parecido incluso que me miraba convencido de ser yo el responsable de todos sus defectos, fracasos y hasta fechorías, lo que me ha inquietado de veras, pues hasta ahora había conseguido vivir despreocupado del mundo y de sus sombras, la mar de tranquilo, relativamente a gusto dentro de este espejo de aguas quietas que cuelga, magnífico, de la pared de un cuarto de baño emplazado al fondo de un largo y tortuoso pasillo, aunque a mí, su ubicación, nunca me haya importado lo más mínimo.
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Pero esta vez todo es distinto. El otro día, sin ir más lejos, me dio un susto de muerte. En realidad, no me he repuesto todavía. Eso sí, de resultas del accidente, ahora procuro asomarme sólo de vez en cuando y siempre que no oiga ruidos o la casa se encuentre en perfecto silencio. Me parece que a ese sujeto no le gustan los seres como yo. Sin duda es un mal bicho, un tipo vulgar y sombrío. Temo que un día se harte y decida desprenderse del espejo.
jueves, 24 de abril de 2008
El otro
Después de levantarse a la misma hora de siempre, fue vistiéndose con gestos automáticos. Primero se puso las zapatillas, luego el batín, y sólo cuando hubo anudado el cinturón, se encaminó medio dormido hacia el cuarto de baño. Situado al fondo de un largo y tortuoso pasillo, a mano derecha, mientras se dirigía hacia él con la parsimonia de todas las mañanas, sintió que tenía el cuerpo revuelto, pero no pudo averiguar si su incomodidad procedía de la boca del estómago o, más bien, de sus adentros.
Le bastó verse en el espejo para descubrir que ese señor que había enfrente no era él. Tras reconocer el susto reflejado en los ojos del otro, se asustó él también. Gritó, o quizá gritara el otro primero, no lo sabía a ciencia cierta, pero en cualquier caso fue un grito lo bastante ensordecedor como para desparramarse, insolente, por el estrecho hueco del patio de la escalera. Más de uno se estremeció al oírlo.
Le bastó verse en el espejo para descubrir que ese señor que había enfrente no era él. Tras reconocer el susto reflejado en los ojos del otro, se asustó él también. Gritó, o quizá gritara el otro primero, no lo sabía a ciencia cierta, pero en cualquier caso fue un grito lo bastante ensordecedor como para desparramarse, insolente, por el estrecho hueco del patio de la escalera. Más de uno se estremeció al oírlo.
Cuando a la mañana siguiente el vecino del sexto B le preguntó en el vestíbulo si se había encontrado indispuesto, el otro dijo por toda respuesta que se había sentido algo mal pero que, gracias a Dios, ya se encontraba mucho mejor.
lunes, 21 de abril de 2008
Basta lo suficiente
Se miraron, se sonrieron, y ya no necesitaron más para caer enamorados hasta los tuétanos, es decir, "hasta lo más íntimo o profundo de la parte física o moral del hombre", según aclaración del DRAE leída por la pareja una tarde de lluvia y besos destilados a resguardo.
Si bien les bastó unas décimas de segundo para intuir el tumulto que se les venía encima, necesitaron toda una vida y parte de la eternidad para explorar los infinitos giros, saltos y recovecos que dicha pasión les tenía reservada.
De lo que descubrieron acerca de este espinoso asunto, mejor no hablar.
Si bien les bastó unas décimas de segundo para intuir el tumulto que se les venía encima, necesitaron toda una vida y parte de la eternidad para explorar los infinitos giros, saltos y recovecos que dicha pasión les tenía reservada.
De lo que descubrieron acerca de este espinoso asunto, mejor no hablar.
viernes, 18 de abril de 2008
La gallina escritora
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El escritor inquieto tenía que entregar antes de que finalizara la mañana la cuenta de resultados del mes anterior, pero no lograba concentrarse en los cálculos. Un ansia de creación irresistible le recorría el cuerpo por entero, impidiéndole el desarrollo de su cometido: como si se tratara de una pobre gallina impaciente por poner un huevo.
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Una gallina que hacía números en lugar de revolotear por el corral a sus anchas, y que recibía desde hacía tiempo las amonestaciones de un gallo desdeñoso y de unos compañeros de trabajo más interesados en exhibir sus plumas de pavo real que del buen funcionamiento de la empresa.
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Como no había modo humano de poner el ansiado huevo, la gallina escritora se dispuso a liquidar, con la mayor diligencia posible, las sumas y restas pertinentes. Pero de nada sirvieron sus desvelos. Al gallo le bastó verificar su esterilidad para apartarla del grupo y relegarla al cuidado de los polluelos. Ya sólo aspira a donar su cuerpo para que, en el mejor de los casos, elaboren con los despojos un buen caldo jugoso.
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El escritor inquieto tenía que entregar antes de que finalizara la mañana la cuenta de resultados del mes anterior, pero no lograba concentrarse en los cálculos. Un ansia de creación irresistible le recorría el cuerpo por entero, impidiéndole el desarrollo de su cometido: como si se tratara de una pobre gallina impaciente por poner un huevo.
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Una gallina que hacía números en lugar de revolotear por el corral a sus anchas, y que recibía desde hacía tiempo las amonestaciones de un gallo desdeñoso y de unos compañeros de trabajo más interesados en exhibir sus plumas de pavo real que del buen funcionamiento de la empresa.
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Como no había modo humano de poner el ansiado huevo, la gallina escritora se dispuso a liquidar, con la mayor diligencia posible, las sumas y restas pertinentes. Pero de nada sirvieron sus desvelos. Al gallo le bastó verificar su esterilidad para apartarla del grupo y relegarla al cuidado de los polluelos. Ya sólo aspira a donar su cuerpo para que, en el mejor de los casos, elaboren con los despojos un buen caldo jugoso.
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lunes, 14 de abril de 2008
Homo neanderthalensis
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Aun cuando su rostro denote el cansancio de varias horas seguidas de parto, esta mujer de aspecto frágil y delicado, todavía joven, no se da por vencida. Sus rasgos son armoniosos, y aunque su mirada se haya vuelto vidriosa, las mejillas luzcan sonrojadas y las manos temblorosas por el esfuerzo continuado, su belleza permanece intacta. Desde el principio, no ha cejado un segundo en su empeño por dar a luz esa vida que se resiste a nacer.
Cuando lo consiga, un bebé "pelirrojo, de ojos hundidos y esqueleto robusto, arcos supraorbitarios resaltados, frente baja e inclinada, rostro prominente, mandíbulas sin mentón y gran capacidad craneal", según recogen las mejores enciclopedias al uso, romperá a llorar desconsolado, con un llanto crudo, desgarrador y primigenio a un tiempo, ante la estupefacción de la matrona y el personal sanitario, pues ese niño del pasado ha venido al mundo para convertirse, de golpe y porrazo, en nuestro futuro más inmediato.
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Niño neandertal. Foto de Ph. Plailly y Atelier Daynes, procedente del diario El País
jueves, 10 de abril de 2008
Pisos Cortázar
Estaba leyendo con absoluta entrega "Continuidad de los parques" cuando sonó el teléfono en la habitación contigua:
-¿Dígame?
-Buenos días, señor Pérez López. Le habla el servicio automático Pisos Cortázar. En nuestra campaña de promoción, ha sido usted seleccionado para pasar un fin de semana con los gastos pagados en cualquiera de los pisos Cortázar, que a continuación pasamos a relacionar. Con el objetivo de que usted pueda disfrutar, a solas o con los suyos, de tan insólita oferta, disponemos de un amplio catálogo de patios, torres, villas, terrenos, naves, obra nueva, lofts, masías, estudios, áticos, locales, solares, chalets, bajos, habitaciones y lonjas. De seguir interesado, pulse usted la tecla 1 tras oír la señal.
Pero el escuchador ha marcado el cero.
- Su selección ha sido guardada. Tenga en cuenta que la oferta no es acumulable. Así pues, el próximo fin de semana del 26 al 27 de abril le tendremos reservada una habitación con vistas a un hermoso parque. El dormitorio cuenta con baño, televisión y un saloncito de lectura. Si lo precisa, también puede hacer uso de nuestro servicio de catering a partir de media tarde. Pisos Cortázar le garantiza, asimismo, una total discreción con el empeño de ofrecerle un descanso seguro. Deseándole una feliz estancia en Pisos Cortázar, reciba usted nuestra más cordial enhorabuena.
domingo, 6 de abril de 2008
Primeras palabras
El bebé yergue temerario la cabeza, mira con ojos desorbitados los rostros bobalicones de pura satisfacción de papá y mamá, y se decide por fin: “ma-ma-ma-ma-pa-pa-pa-pa”.
Quizá pudiera resumirse la historia de la humanidad en esos torpes balbuceos. Jamás otros sonidos contuvieron en el curso de los siglos, ni lo cosecharán siquiera en venideros, tanta verdad.
Quizá pudiera resumirse la historia de la humanidad en esos torpes balbuceos. Jamás otros sonidos contuvieron en el curso de los siglos, ni lo cosecharán siquiera en venideros, tanta verdad.
El caso
Aunque la policía tacharía aquel caso de insólito, en realidad se trataba de un suceso trivial: la chica se empeñaba en apretar el paso, pero sólo conseguía con ello estar cada vez más cerca. Su insistencia en perseguirme por delante terminó siendo mortal.
viernes, 4 de abril de 2008
El abrazo
Cuando se fundieron en aquel abrazo, ninguno de los dos podía creérselo. Justo después de convertirse en un ser hermafrodita empezaron los terribles dolores de cabeza.
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Al placer, le sucedió el miedo y hasta algún arrebato de pánico. Superada la fase inicial de exploración del cuerpo ajeno, en adelante propio, llegó el turno a las interioridades, al descubrimiento íntimo del otro.
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No hubo nada que hacer. Fue inevitable. Desde entonces, ya no se quieren en absoluto.
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Al placer, le sucedió el miedo y hasta algún arrebato de pánico. Superada la fase inicial de exploración del cuerpo ajeno, en adelante propio, llegó el turno a las interioridades, al descubrimiento íntimo del otro.
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No hubo nada que hacer. Fue inevitable. Desde entonces, ya no se quieren en absoluto.
La escultura es de Igor Mitoraj.
miércoles, 2 de abril de 2008
Una inclinación como otra cualquiera
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Al tipo aquel le había fascinado desde siempre meterse bajo tierra a la menor ocasión. O, al menos, esa impresión transmitía. Más de una vez, cuando niño, incluso se había hecho imprescindible la intervención de las autoridades para rescatarlo de algún barranco a vida o muerte.
Durante un invierno especialmente gélido, hacía ya bastantes años, corrieron rumores acerca de su persona sobre extraños accidentes que habían tenido lugar en depresiones, hoyos, túneles, cuevas y algún sótano de los alrededores. Nadie se explicaba, tampoco él mismo, a qué podía responder ese gusto manifiesto, casi imperioso, por permanecer escondido a toda costa. Al parecer, lo que más le gustaba era encerrarse en casa meses enteros sin ningún motivo, yacer medio embozado, a salvo de las miradas furtivas y recelosas de la gente, emboscado de la realidad.
Tras muchos años, sigue en las mismas. Quizá la única diferencia destacable consista en haber radicalizado sus gustos con la edad. No en balde, su fascinación hasta límites indescriptibles por la noche, la oscuridad, el silencio, y las sepulturas ha ido en aumento. En muy poco tiempo se ha vuelto, además, insufrible; ya sólo tolera, de hecho, la compañía de su fiel y amante esposa, la Condesa de Drácula.
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Al tipo aquel le había fascinado desde siempre meterse bajo tierra a la menor ocasión. O, al menos, esa impresión transmitía. Más de una vez, cuando niño, incluso se había hecho imprescindible la intervención de las autoridades para rescatarlo de algún barranco a vida o muerte.
Durante un invierno especialmente gélido, hacía ya bastantes años, corrieron rumores acerca de su persona sobre extraños accidentes que habían tenido lugar en depresiones, hoyos, túneles, cuevas y algún sótano de los alrededores. Nadie se explicaba, tampoco él mismo, a qué podía responder ese gusto manifiesto, casi imperioso, por permanecer escondido a toda costa. Al parecer, lo que más le gustaba era encerrarse en casa meses enteros sin ningún motivo, yacer medio embozado, a salvo de las miradas furtivas y recelosas de la gente, emboscado de la realidad.
Tras muchos años, sigue en las mismas. Quizá la única diferencia destacable consista en haber radicalizado sus gustos con la edad. No en balde, su fascinación hasta límites indescriptibles por la noche, la oscuridad, el silencio, y las sepulturas ha ido en aumento. En muy poco tiempo se ha vuelto, además, insufrible; ya sólo tolera, de hecho, la compañía de su fiel y amante esposa, la Condesa de Drácula.
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domingo, 30 de marzo de 2008
sábado, 29 de marzo de 2008
Breve compendio de la historia del hombre
A mediados del siglo XXI, cuando la presencia de los robots en la vida diaria del hombre posinternético todavía era una entelequia, los científicos más brillantes establecieron, sin solución de continuidad, la siguiente secuencia evolutiva:
Célula->pez->anfibio->reptil->mamífero->mono antropomorfo->hombre->humanoide.
Hoy, decenas de siglos más tarde, a punto de despedirnos de un siglo terrible e indigno, amén de espantoso y deleznable, y deseosos de iniciar un ILVII distinto, más próspero e inteligente, resulta cuando menos intrigante comprobar cómo aquellos seres endebles de siglos pretéritos no fueron capaces de prever siquiera nuestra implacable y paulatina involución de homo roboticus a homo reptilis.
Tras lustros de ensayos clínicos con resultados fiables, los neurocientíficos pseudohumanizados auguran para el infrahumano que está a punto de alumbrar el nuevo siglo un desplome absoluto y desolador.
Después de siglos de lenta y dolorosa deshumanización, tal vez nos hallemos a las puertas de su mismo exterminio. De seguir así, es probable que el pronóstico inmediato, todavía reservado, nos lance, en caída libre, a un vacío sideral auspiciado por la propia muerte, tan benigna siempre.
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Célula->pez->anfibio->reptil->mamífero->mono antropomorfo->hombre->humanoide.
Hoy, decenas de siglos más tarde, a punto de despedirnos de un siglo terrible e indigno, amén de espantoso y deleznable, y deseosos de iniciar un ILVII distinto, más próspero e inteligente, resulta cuando menos intrigante comprobar cómo aquellos seres endebles de siglos pretéritos no fueron capaces de prever siquiera nuestra implacable y paulatina involución de homo roboticus a homo reptilis.
Tras lustros de ensayos clínicos con resultados fiables, los neurocientíficos pseudohumanizados auguran para el infrahumano que está a punto de alumbrar el nuevo siglo un desplome absoluto y desolador.
En la actualidad, la secuencia evolutiva de nuestra especie se muestra, pues, como sigue:
Célula->pez->anfibio->reptil->mamífero->mono antropomorfo->hombre->humanoide->reptil.
Después de siglos de lenta y dolorosa deshumanización, tal vez nos hallemos a las puertas de su mismo exterminio. De seguir así, es probable que el pronóstico inmediato, todavía reservado, nos lance, en caída libre, a un vacío sideral auspiciado por la propia muerte, tan benigna siempre.
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viernes, 28 de marzo de 2008
Yo, el verdadero
Vale que el escritor llevase una mala racha desde hacía meses, que no tuviera nada lúcido que contar, falto de inspiración, del más mínimo consuelo; pero aquel suicidio había sobrepasado con creces todas las previsiones, sospechas y rumores que circulaban en torno a su crisis de creatividad.
Arropado en el lecho de muerte, el cadáver sostenía un papel arrugado en el puño izquierdo. El inspector jefe de policía pudo leer las siguientes líneas:
"Toda mi obra es un maldito plagio del otro. Escribo lo que me dicta alguien que desconozco y que, por supuesto, no soy yo. Alguien que se alimenta de mis experiencias y reflexiones, que me roba mis sueños más secretos, que hasta se acuesta con mi mujer. El otro me ha usurpado la vida sin que yo me quejara ni una sola vez.
Yo, el verdadero, tan sólo soy un impostor, un pobre diablo.
No podía soportarlo más tiempo. Disculpen mi debilidad de tantos años."
Arropado en el lecho de muerte, el cadáver sostenía un papel arrugado en el puño izquierdo. El inspector jefe de policía pudo leer las siguientes líneas:
"Toda mi obra es un maldito plagio del otro. Escribo lo que me dicta alguien que desconozco y que, por supuesto, no soy yo. Alguien que se alimenta de mis experiencias y reflexiones, que me roba mis sueños más secretos, que hasta se acuesta con mi mujer. El otro me ha usurpado la vida sin que yo me quejara ni una sola vez.
Yo, el verdadero, tan sólo soy un impostor, un pobre diablo.
No podía soportarlo más tiempo. Disculpen mi debilidad de tantos años."
viernes, 21 de marzo de 2008
La literatura o la vida
...
El escritor metódico buscaba por todos los medios convertir en literatura cualquier atisbo de vida que cayera en sus manos. Tanto se acostumbró a realizar estos trasvases, que hasta llegó a desarrollar un sexto sentido en el que su cuerpo hacía las veces de órgano principal. De este modo, si veía una película que le agradaba, su organismo captaba la información de interés como lo haría una antena al absorber las ondas electromagnéticas; si hacía sol o llovía, auscultaba el exterior con la precisión de un termómetro; si estaba disgustado, se lanzaba a escribir prosa satírica; si en cambio se levantaba omnisciente o soñador, le venían a la cabeza, respectivamente, versos ditirámbicos o alejandrinos divididos en dos hemistiquios, según la ocasión.
Escribía, en suma, con el empeño secreto de dar vuelo a una vida que adivinaba demasiado aburrida. O tal vez, lo hiciera, no estaba muy seguro, para ahuyentar la muerte. O quizá, sencillamente, para ganarse el aprecio y el respeto de sus conciudadanos. En realidad, no tenía la menor idea de por qué escribía. Por lo general, el atribulado escritor solía espantar la cuestión de un simple manotazo, aunque otras veces no era capaz de alejar de sí ni siquiera el vuelo rasante de una mosca.
Aquella mañana era justo uno de esos días; el bendito escritor andaba, pues, tristón, con el ánimo alicaído. Una duda le rondaba la cabeza de manera insidiosa: de ser cierto que escribía para vivir mejor, y de ahí la necesidad de trasladar al papel cualquier aliento vital, ¿qué sentido tenía, entonces, convertir esa ganancia en nuevo desvelo? A lo mejor resultaba que escribía por pura necesidad, por un extraño amor a la literatura. ¿O sería a la vida?
miércoles, 19 de marzo de 2008
El tiempo
...
...
En realidad, poco puede hacerse para no sentirlo.Uno puede irse a nadar
a correr
a comer
a soñar
pero al cabo
deberá detenerse. Y entonces,
si está verdaderamente dispuesto
sentirá
mal que le pese,
sus pasitos pasos,
una y otra vez
muy despacio
yendo y viniendo
de acá para allá
de arriba abajo
y vuelta a empezar:
boca arriba
boca abajo
mal que le pese
sus pasitos pasos
sentirá
a veces, acelerados
armoniosos, las menos
huidizos, las más.
Sólo a ratos
si se concentra
logrará
acompasarlos
cuesta arriba
con el sol que se esconde
cuesta abajo
con la luna que asciende.
Pero sólo a ratos,
o en sueños.
En realidad, poco puede hacerse.
Esta entrada la saqué ayer en mi otro blog (Punto y seguido). Dado que ejerce de bitácora secreta, pensé que no le iría mal aparecer por duplicado, como si se tratara de un eco -o un bucle- en el tiempo...
martes, 11 de marzo de 2008
Sujeto a la tierra
Aquel eremita vivía retirado del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León; dispuesto a purgar las pasiones del mundo que lo mantenían sujeto a la tierra, con el fin de poder ascender a un estado superior de comunicación con Dios, fuera de toda carnalidad perentoria y ruin.
Una pequeña lacra obstaculizaba, sin embargo, la consecución de tan ansiado logro: el pobre ermitaño no aparentaba ser ni especialmente joven ni especialmente viejo, ni muy alto ni muy bajo, ni demasiado gordo ni demasiado flaco. En puridad, tanta medianía empezaba a resultar un verdadero fastidio.
De natural contentadizo, al tercer mes de purgación se dio por vencido. No le quedó más remedio. El mismo Dios en persona no vacilaría en desahuciarlo cuando le llegase su hora. Y todo, por falta de ambición.
Una pequeña lacra obstaculizaba, sin embargo, la consecución de tan ansiado logro: el pobre ermitaño no aparentaba ser ni especialmente joven ni especialmente viejo, ni muy alto ni muy bajo, ni demasiado gordo ni demasiado flaco. En puridad, tanta medianía empezaba a resultar un verdadero fastidio.
De natural contentadizo, al tercer mes de purgación se dio por vencido. No le quedó más remedio. El mismo Dios en persona no vacilaría en desahuciarlo cuando le llegase su hora. Y todo, por falta de ambición.
jueves, 6 de marzo de 2008
Volatineros
...
...
Cuando el payaso se decidió por fin e hizo acopio de todas sus fuerzas para dedicarle una tímida sonrisa a Gilda, la bella amazona, ésta se la devolvió por cortesía, como era natural que ocurriera, pero sin dejar de tener puestos sus pensamientos en el trapecista; fascinada como estaba ante aquel doble salto mortal que su amado solía ejecutar cada tarde, hubiera o no función.
.
El acróbata, por su parte, sólo tenía ojos para los saltos y cabriolas de "La niña del trapecio", según él, "ligera como un ángel", aunque es preciso decir que, por aquel entonces, ignoraba la costumbre de la joven de visitar tras los ensayos, y por espacio de media hora, al domador de leones, un austríaco de largos bigotes enroscados, seducido hasta la médula por el bueno de Pierrot, quien andaba, a la sazón, enamorado perdido de la Luna.
.
De este modo, mientras los habitantes del Circo "La Gran Ilusión" muestran cada noche bajo la carpa sus diferentes habilidades y ejercicios, harto complicados; la rueda de la fortuna que es la pista permite a estos saltimbanquis alimentar sus propios anhelos en los ojos esperanzadores de los niños, quienes, desde tiempos inmemoriales, abarrotan las gradas a cambio de unas risotadas.
jueves, 28 de febrero de 2008
El desmemoriado, 4
De pequeño podía vérsele, cada mañana a la hora del desayuno, pintando con sus lápices Alpino hermosos paisajes de horizontes infinitos, para orgullo de su madre. Hacia los siete u ocho años de edad, se acostumbró a salir todos los veranos a primera hora de la tarde a cazar mariposas con sus amigos o a lanzar piedras en el estanque, con el secreto afán de creerse invencible por un día.
Allá por la adolescencia, cuando alcanzó por fin los catorce, se enamoró perdidamente de su profesora de literatura. A los dieciséis le ocurrió lo mismo con su profesora de matemáticas. A los diecisiete, le tocó el turno a María, una jovencita del lugar de ojos rasgados y hermosa cola de caballo. Su especialidad eran las risas.
Ya de mayor, tras convertirse en un respetable contable y eficiente tecnócrata que ocupa sus horas en recibir a sus compañeros de juegos y hasta, en alguna ocasión, a su antigua profesora de matemáticas, no puede dejar de preguntarse cuándo fue que la vida dejó de rasgar el viento con su cola de caballo; por qué motivo las mariposas fueron apedreadas de forma tan risueña; cómo llegó a perderse el infinito, la promesa de un atardecer de colores Alpino.
Allá por la adolescencia, cuando alcanzó por fin los catorce, se enamoró perdidamente de su profesora de literatura. A los dieciséis le ocurrió lo mismo con su profesora de matemáticas. A los diecisiete, le tocó el turno a María, una jovencita del lugar de ojos rasgados y hermosa cola de caballo. Su especialidad eran las risas.
Ya de mayor, tras convertirse en un respetable contable y eficiente tecnócrata que ocupa sus horas en recibir a sus compañeros de juegos y hasta, en alguna ocasión, a su antigua profesora de matemáticas, no puede dejar de preguntarse cuándo fue que la vida dejó de rasgar el viento con su cola de caballo; por qué motivo las mariposas fueron apedreadas de forma tan risueña; cómo llegó a perderse el infinito, la promesa de un atardecer de colores Alpino.
martes, 26 de febrero de 2008
Verdadera naturaleza
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Cuando era niña le gustaba morderse los labios hasta provocarse llagas; las uñas hasta el límite mismo de rompérselas; los dedos hasta hacerlos sangrar.
Ahora que es ya mayor le gusta pintarse los labios para redefinirlos; las uñas para aumentarlas; los dedos, de negro tiznado, para devolverlos a su verdadera naturaleza de bruja piruja.
Cuando era niña le gustaba morderse los labios hasta provocarse llagas; las uñas hasta el límite mismo de rompérselas; los dedos hasta hacerlos sangrar.
Ahora que es ya mayor le gusta pintarse los labios para redefinirlos; las uñas para aumentarlas; los dedos, de negro tiznado, para devolverlos a su verdadera naturaleza de bruja piruja.
jueves, 21 de febrero de 2008
Meme de las palabras raras
Maripuchi, en un despliegue de actividad insaciable (debe de ser, ahora mismo, quien más memes hace y deshace dentro de la blogosfera), me ha mandado uno de letras, curioso y divertido donde los haya. Según aclaración de Mari, «esta vez, hay que buscar en Google cinco palabras raras para ver cuántas veces aparecen en este blog. Para ello, se abre Google y se escribe “palabra site:www.misitio.com”».
Lo dicho.
Una servidora, que es muy obsesiva, ha sentido curiosidad por muchísimas palabras. Vean, vean: .
Resultados:
1. Mega: 120.
2. Micro: 12. (Lógico que se le cayera el 0)
3. Microrrelato: 131.
4. Acaso: ¡125!
.
Lo anterior me ha llevado a buscar otros sinónimos y términos parecidos, a saber:
1. Quizá: 13.
2. Quizás: 4.
3. Tal vez: 24.
4. A lo mejor: ¡42!
5. Duda: 33.
6. Incertidumbre: 1.
7. En fin: ¡80!
.
Aunque se trataba de proponer tan sólo cinco palabras raras, me he quedado enganchada buscando las voces más inverosímiles y caprichosas que mi mente, no menos caprichosa, tenía a bien recordar. Por supuesto, he sacado las conclusiones pertinentes.
.
Y como despedida: cuatro (no, cinco) más:
1. Sueño: ¡8!
2. Memoria: ¡6!
3. Olvido: ¡5!
4. Amor: 133.
5. Muerte: 21.
.
PS: Se lo paso a quien quiera recogerlo (al mundo mundial); en realidad, a todo aquel que esté dispuesto a llevarse una sorpresa (¡o un susto!)
Lo dicho.
Una servidora, que es muy obsesiva, ha sentido curiosidad por muchísimas palabras. Vean, vean: .
Resultados:
1. Mega: 120.
2. Micro: 12. (Lógico que se le cayera el 0)
3. Microrrelato: 131.
4. Acaso: ¡125!
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Lo anterior me ha llevado a buscar otros sinónimos y términos parecidos, a saber:
1. Quizá: 13.
2. Quizás: 4.
3. Tal vez: 24.
4. A lo mejor: ¡42!
5. Duda: 33.
6. Incertidumbre: 1.
7. En fin: ¡80!
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Aunque se trataba de proponer tan sólo cinco palabras raras, me he quedado enganchada buscando las voces más inverosímiles y caprichosas que mi mente, no menos caprichosa, tenía a bien recordar. Por supuesto, he sacado las conclusiones pertinentes.
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Y como despedida: cuatro (no, cinco) más:
1. Sueño: ¡8!
2. Memoria: ¡6!
3. Olvido: ¡5!
4. Amor: 133.
5. Muerte: 21.
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PS: Se lo paso a quien quiera recogerlo (al mundo mundial); en realidad, a todo aquel que esté dispuesto a llevarse una sorpresa (¡o un susto!)
sábado, 9 de febrero de 2008
El ángel de L'Orangerie
Para Juan Eduardo Zúñiga
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.Las manos un poco vueltas hacia atrás, como escondiendo la corona de laurel que seguía sujetando; los pies absolutamente humanos, y desnudos, como la mirada. Así mismo la descubrió aquella primera vez en que andaba paseando, distraído, por los jardines versallescos del Palacio de Sanssouci, en las afueras de Potsdam, liberado -al fin- de sus preocupaciones de trabajo.
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Le bastó divisarla a lo lejos para saber que nada había cambiado. Aunque la estatua seguía tan bella como siempre, no pudo evitar sentir cierta desazón ante el abandono en que se hallaba. No entendía por qué los conservadores del parque la habían descuidado tanto. De proponérselo, podrían haberle limpiado de impurezas su fina piel de bronce, su rostro y mirada melancólica. Únicamente aquel pie delicado mantenía su juventud, como si no hubiera cejado un momento en el empeño por alcanzar el suelo.
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Ya cuando estaba a punto de marcharse, pudo apreciar que las demás esculturas que rodeaban el estanque, dos a cada lado, permanecían intactas, casi relucientes en comparación con el ángel. Y entonces lo supo. Sólo el tiempo, sus estragos, se había compadecido de ellos. No era casualidad, pues, que ambos compartieran un mismo corazón envejecido. De bronce puro, por más señas.
jueves, 7 de febrero de 2008
El desmemoriado, 3
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El pobre infeliz no recordaba ni una sola línea del discurso que debía pronunciar en el salón de actos de una reconocidísima universidad de prestigio. Falto de tiempo, optó por salir al escenario, sonreír amablemente a quienes presumía que eran las autoridades competentes, e improvisar un discurso magnífico que hilaría de principio a fin sin que le temblara la voz, en buena medida gracias a su dilata experiencia de escritor, y a sus innumerables recursos de viejo zorro.
Apreciadas señoras y señores; ilustres autoridades académicas, señaló convencido, estoy encantado de encontrarme aquí esta noche, sin duda feliz, frente a tan insigne público. Aunque no sea exagerado afirmar que poseo una memoria prodigiosa, no quisiera esta vez aburrirles con relatos fatigosos de recuerdos lejanos, por todos conocidos. Por el contrario, nada me satisfaría más que poder contar con el testimonio erudito y fundamentado de los profesores pertenecientes a esta ilustre casa, por lo que quisiera invitar, desde un principio, a los miembros académicos sentados en la primera fila a que suban al estrado y me brinden su inestimable compañía, sabia y grata por igual. Será para mí un placer conversar con ellos de forma distendida sobre cuantos asuntos crean convenientes. Espero que esta noche tan deliciosa como festiva les resulte de merecido provecho. O, cuando menos, ojalá esta charla improvisada sea, para ustedes, digna de recuerdo.
Estimado público, en breves minutos daremos comienzo al acto sin más preámbulos, una vez nos hayamos acomodado como es debido...
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El pobre infeliz no recordaba ni una sola línea del discurso que debía pronunciar en el salón de actos de una reconocidísima universidad de prestigio. Falto de tiempo, optó por salir al escenario, sonreír amablemente a quienes presumía que eran las autoridades competentes, e improvisar un discurso magnífico que hilaría de principio a fin sin que le temblara la voz, en buena medida gracias a su dilata experiencia de escritor, y a sus innumerables recursos de viejo zorro.
Apreciadas señoras y señores; ilustres autoridades académicas, señaló convencido, estoy encantado de encontrarme aquí esta noche, sin duda feliz, frente a tan insigne público. Aunque no sea exagerado afirmar que poseo una memoria prodigiosa, no quisiera esta vez aburrirles con relatos fatigosos de recuerdos lejanos, por todos conocidos. Por el contrario, nada me satisfaría más que poder contar con el testimonio erudito y fundamentado de los profesores pertenecientes a esta ilustre casa, por lo que quisiera invitar, desde un principio, a los miembros académicos sentados en la primera fila a que suban al estrado y me brinden su inestimable compañía, sabia y grata por igual. Será para mí un placer conversar con ellos de forma distendida sobre cuantos asuntos crean convenientes. Espero que esta noche tan deliciosa como festiva les resulte de merecido provecho. O, cuando menos, ojalá esta charla improvisada sea, para ustedes, digna de recuerdo.
Estimado público, en breves minutos daremos comienzo al acto sin más preámbulos, una vez nos hayamos acomodado como es debido...
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sábado, 2 de febrero de 2008
Harmonia mundi
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Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.
Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.
Ser un pez que boquea y se resbala. Estar siempre tropezando con los otros, con sus cuerpos burbujeantes y fríos, impermeables a cuanto no satisfaga sus deseos inmediatos, se dijo. El lunes, a primera hora de la mañana, presentaría su dimisión. De forma irrevocable, además.
martes, 29 de enero de 2008
El desmemoriado, 2
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En aquel pueblecito costero vivía un señor que un día se había levantado sin recordar apenas nada de su existencia. Pese a todo, cada tarde solía ir al bar de la esquina para reunirse con sus amigos y charlar un rato. Lo más probable es que se acordara del camino porque había celebrado esos encuentros infinidad de veces, casi a diario, desde que fuera un simple muchacho. De joven había viajado a la capital en un par de ocasiones, sin tener jamás verdadera necesidad ni ambición de abandonar su pueblo natal, ni siquiera por motivos de trabajo. Al no tener familia ni parientes cercanos, vivía solo desde hacía algún tiempo, en compañía de sus fantasmas y gatos.
Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.
Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
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En aquel pueblecito costero vivía un señor que un día se había levantado sin recordar apenas nada de su existencia. Pese a todo, cada tarde solía ir al bar de la esquina para reunirse con sus amigos y charlar un rato. Lo más probable es que se acordara del camino porque había celebrado esos encuentros infinidad de veces, casi a diario, desde que fuera un simple muchacho. De joven había viajado a la capital en un par de ocasiones, sin tener jamás verdadera necesidad ni ambición de abandonar su pueblo natal, ni siquiera por motivos de trabajo. Al no tener familia ni parientes cercanos, vivía solo desde hacía algún tiempo, en compañía de sus fantasmas y gatos.
Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.
Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
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domingo, 27 de enero de 2008
El desmemoriado, 1
Para José María Merino
Aquel hombre andaba por la calle con las manos en los bolsillos; el gesto contrariado y algo pesaroso, la tarde entera por delante sin tener nada que hacer. Pensó que, tal vez, si iba al bar de la plaza, se toparía con su buen amigo de la infancia, que acaso podrían charlar un rato juntos. Pero de pronto cayó en la cuenta de que no recordaba el nombre de aquel amigo tan leal. A decir verdad, tampoco lograba acordarse de cómo se llamaba el bar. A punto estaba de sufrir un ataque de ansiedad cuando se percató de que ni siquiera recordaba su propio nombre. Lo libró del síncope el hecho de olvidar enseguida el comportamiento natural de quienes padecen un acceso agudo de angustia. Antes bien, era la viva estampa de la felicidad. Tranquilo al fin por sentir un peso tan ligero sobre los hombros, en realidad no sabría decir qué clase de carga sobrellevaba, se dirigió, el paso decidido, hacia el lugar donde creía que estaba su casa.
Despido inminente
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Tras ser expulsado de la empresa, el chico deambulaba de aquí para allá sin ánimo de hacer nada; malhumorado e irritable; sin entender todavía el enfado del director. Que Eva le gustara no lo creía razón suficiente para recibir un castigo tan desmedido, tan sin contemplaciones. En realidad, le parecía injusto y cruel, propio de un alma despiadada, se decía para sí. No lograba comprender por qué su vida había cambiado de forma tan radical por el solo hecho de haber saboreado aquella fruta madura, si al fin y al cabo lo hizo a escondidas, con total discreción. Cierto que en horario de oficina estaba terminantemente prohibido acercarse a las chicas, charlar con ellas y reír, pero él había demostrado hasta la fecha una capacidad de trabajo, una fidelidad y obediencia, un respeto, en suma, que de pronto veía despreciados y pisoteados sin la menor consideración. No tenía sentido... A menos que, ahora caía en la cuenta, al jefe le gustara Eva tanto como a él.
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Resignado, cogió la chaqueta y, sin más preámbulos, se encaminó hacia la puerta de atrás de los grandes almacenes, abandonando para siempre El Paraíso.
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Tras ser expulsado de la empresa, el chico deambulaba de aquí para allá sin ánimo de hacer nada; malhumorado e irritable; sin entender todavía el enfado del director. Que Eva le gustara no lo creía razón suficiente para recibir un castigo tan desmedido, tan sin contemplaciones. En realidad, le parecía injusto y cruel, propio de un alma despiadada, se decía para sí. No lograba comprender por qué su vida había cambiado de forma tan radical por el solo hecho de haber saboreado aquella fruta madura, si al fin y al cabo lo hizo a escondidas, con total discreción. Cierto que en horario de oficina estaba terminantemente prohibido acercarse a las chicas, charlar con ellas y reír, pero él había demostrado hasta la fecha una capacidad de trabajo, una fidelidad y obediencia, un respeto, en suma, que de pronto veía despreciados y pisoteados sin la menor consideración. No tenía sentido... A menos que, ahora caía en la cuenta, al jefe le gustara Eva tanto como a él.
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Resignado, cogió la chaqueta y, sin más preámbulos, se encaminó hacia la puerta de atrás de los grandes almacenes, abandonando para siempre El Paraíso.
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miércoles, 23 de enero de 2008
El escritor novel
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El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.
Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.
En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
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El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.
Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.
En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
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sábado, 19 de enero de 2008
De una tienda antigua en Shöneberg...
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Un maniquí blanco viste de blanco, los brazos desnudos y lechosos, en un escaparate de la ciudad. Junto a él, otro maniquí negro, piel, zapatos y bolso a juego, muestra su impaciencia por salir. Como si quisieran aprovechar el letargo de las calles nocturnas para estirar un poco las piernas. Es crudo invierno.
Me paro un momento a observarlas y todavía consigo cazar al vuelo algunos retazos de su conversación.
-Ten cuidado, no te resbales... -comenta la primera mujer frente a la puerta.
-Espera un segundo, enseguida estoy lista -le responde su amiga.
Me ha sorprendido que compartan un mismo modelo de bolso. La escena me parece misteriosa y natural. Les saco una foto que me sirva de prueba y recuerdo.
En Berlín, las noches son frías y oscuras como en pocas ciudades. También son muy hermosas. Ellas lo saben, así que -tras sentirse descubiertas- se han lanzado a la calle, camino de Eldorado. Ambas comparten esa belleza trasnochada de las cosas envejecidas desde siempre. Es ya de madrugada cuando estas mujeres de fibra de vidrio se alejan de la mano, calle abajo. Persiguen sueños de músicas antiguas que sólo hallarán en aquel viejo local situado en la Motzstraße, envuelto, a estas horas, en sinuosas volutas de humo.
Me paro un momento a observarlas y todavía consigo cazar al vuelo algunos retazos de su conversación.
-Ten cuidado, no te resbales... -comenta la primera mujer frente a la puerta.
-Espera un segundo, enseguida estoy lista -le responde su amiga.
Me ha sorprendido que compartan un mismo modelo de bolso. La escena me parece misteriosa y natural. Les saco una foto que me sirva de prueba y recuerdo.
En Berlín, las noches son frías y oscuras como en pocas ciudades. También son muy hermosas. Ellas lo saben, así que -tras sentirse descubiertas- se han lanzado a la calle, camino de Eldorado. Ambas comparten esa belleza trasnochada de las cosas envejecidas desde siempre. Es ya de madrugada cuando estas mujeres de fibra de vidrio se alejan de la mano, calle abajo. Persiguen sueños de músicas antiguas que sólo hallarán en aquel viejo local situado en la Motzstraße, envuelto, a estas horas, en sinuosas volutas de humo.
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jueves, 17 de enero de 2008
Todo lo demás
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Él conservaba de sus años jóvenes una barba desaliñada; ella vestía con exquisito gusto, llegando al extremo de cuidar su imagen de forma obsesiva.
Aquel hombre prefería atender, en cambio, la terraza de su casa, un verdadero jardín poblado de flores de todas las especies y procedencias. Los rosales que trepaban por la rugosa pared eran su mayor orgullo. Por otro lado, la mujer era capaz de cocinar las mejores recetas de su abuela paterna, no le gustaba en absoluto la soledad, y vivía desde hacía tres años con un gato. ..Fue casualidad que ambos frecuentaran aquella casa de comidas. Tras coincidir a menudo los viernes a la misma hora, pasaron a saludarse y, ya con el tiempo, a sonreírse con timidez. Los comensales del lugar no se extrañaron lo más mínimo el día en que ambos decidieron compartir mesa y manteles. Entonces, eran jóvenes y ante sí el futuro se desplegaba incierto y dichoso.
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En el momento presente en que escribo, él conserva su misma barba y desaliño; ella su preocupación por la apariencia y sus dotes culinarias. Siguen juntos. Claro que lo único que ha cambiado es todo lo demás.
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Él conservaba de sus años jóvenes una barba desaliñada; ella vestía con exquisito gusto, llegando al extremo de cuidar su imagen de forma obsesiva.
Aquel hombre prefería atender, en cambio, la terraza de su casa, un verdadero jardín poblado de flores de todas las especies y procedencias. Los rosales que trepaban por la rugosa pared eran su mayor orgullo. Por otro lado, la mujer era capaz de cocinar las mejores recetas de su abuela paterna, no le gustaba en absoluto la soledad, y vivía desde hacía tres años con un gato. ..Fue casualidad que ambos frecuentaran aquella casa de comidas. Tras coincidir a menudo los viernes a la misma hora, pasaron a saludarse y, ya con el tiempo, a sonreírse con timidez. Los comensales del lugar no se extrañaron lo más mínimo el día en que ambos decidieron compartir mesa y manteles. Entonces, eran jóvenes y ante sí el futuro se desplegaba incierto y dichoso.
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En el momento presente en que escribo, él conserva su misma barba y desaliño; ella su preocupación por la apariencia y sus dotes culinarias. Siguen juntos. Claro que lo único que ha cambiado es todo lo demás.
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domingo, 13 de enero de 2008
Cruce de caminos
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No le basta, para empezar, que el semáforo esté en verde. Debería poder cruzar la calle pero no encuentra el modo. Que el viento sople tan a favor podría desorientarla. Por otro lado, también es cierto que apenas nadie notaría el cambio a estas horas desacostumbradas de la noche, cuando las gentes yacen en sus casas, felices por lo general, inconscientes al cabo en el calor de sus refugios. Aun cuando sepa que basta un leve movimiento, no consigue dar ese primer paso heroico, capaz de conducirla a un segundo, responsable de un tercero, que termine por depositarla con cuidado al otro lado. Hoy tampoco puede.
Tras ajustarse los guantes y recomponerse la falda, gira sobre sus talones y se dirige a casa, el paso decidido, dispuesta a refugiarse en el sofocante abrigo que da la inconsciencia. Tal vez mañana amanezca un nuevo día.
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No le basta, para empezar, que el semáforo esté en verde. Debería poder cruzar la calle pero no encuentra el modo. Que el viento sople tan a favor podría desorientarla. Por otro lado, también es cierto que apenas nadie notaría el cambio a estas horas desacostumbradas de la noche, cuando las gentes yacen en sus casas, felices por lo general, inconscientes al cabo en el calor de sus refugios. Aun cuando sepa que basta un leve movimiento, no consigue dar ese primer paso heroico, capaz de conducirla a un segundo, responsable de un tercero, que termine por depositarla con cuidado al otro lado. Hoy tampoco puede.
Tras ajustarse los guantes y recomponerse la falda, gira sobre sus talones y se dirige a casa, el paso decidido, dispuesta a refugiarse en el sofocante abrigo que da la inconsciencia. Tal vez mañana amanezca un nuevo día.
martes, 8 de enero de 2008
Luminosa oscuridad
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La tarde declina. Cree que si se queda un rato más, empezará a sentir frío, de tanto silencio como se escucha. Al fin se decide y extrae del bolso, medio a tientas, una cámara de fotos diminuta. El sol se va perdiendo por los surcos de la noche hasta que los árboles detienen su sombra. A estas horas, sólo pasean ya algunos turistas. Quisiera enfocar la cámara para perseguir la luz en movimiento. Saca varias fotos; se abriga. Cuando recoja sus pasos, será noche oscura.
lunes, 7 de enero de 2008
La edad provecta
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Permanece a oscuras en la habitación. Hace pocos meses que se ha quedado viudo pero él no se hace a la idea ni piensa hacérsela. Afuera, todavía es verano. Con la mirada perdida y la persiana baja, descubre de pronto que sus brazos desnudos tantean la oscuridad como si fueran los de un pobre viejo.
Permanece a oscuras en la habitación. Hace pocos meses que se ha quedado viudo pero él no se hace a la idea ni piensa hacérsela. Afuera, todavía es verano. Con la mirada perdida y la persiana baja, descubre de pronto que sus brazos desnudos tantean la oscuridad como si fueran los de un pobre viejo.
sábado, 29 de diciembre de 2007
Poética
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Aquella mañana Microrrelato se sentía deprimido. Tras despertar, comprobó ante el espejo con disgusto que su nombre era demasiado largo para una naturaleza tan concentrada y compacta como la suya. Sin duda le habría ido mucho mejor si sus padres le hubieran llamado Micro desde el principio. Estaba convencido de que, con ello, se habría evitado buena parte de los malentendidos que seguían dándose de forma recurrente en su fantasiosa y libresca vida, tan literaria por lo demás.
Microrrelato se sentía, desde hacía ya algún tiempo, desconcertado y confuso. ¿De dónde sacaba el común esa manía de querer confundirlo, cada vez que hacía su aparición en público, con un chiste dudoso y vulgar? Otras veces, en cambio, preferían tomarlo por cualquier ocurrencia que la gente tuviera a bien referir; sin detenerse a pensar un minuto si con ello ofendían su sensibilidad extrema.
Microrrelato se sentía, según era previsible que ocurriera, profundamente dolido. Estaba cansado de gritarle al mundo que él no era en absoluto ni un cuento ni mucho menos un poema en prosa, aunque por supuesto guardaba ciertas características comunes con aquéllos, tales como la revelación del primero y la intensidad del segundo. Le ponía furioso que lo trataran como si fuera un género menor. Tampoco le gustaba que lo considerasen un maldito haikú.
Micro se sentía, en fin, tan pesaroso ese día, que se convenció de que acaso lo más sensato fuera esperar la llegada de la primavera antes de volver a salir a la calle. Así, y con el objetivo secreto de proteger su integridad, aquella misma tarde decidió emboscarse entre las páginas de un libro todavía en proceso de elaboración.
Horas después, mientras la joven que escribía a diario exhibía sobre el papel, sin el más mínimo pudor, su naturaleza desnuda, hecha de hibrideces y mixturas de todo tipo, Micro no pudo menos que reconocer la solemne tontería de haber querido mantenerse sano y salvo a toda costa. Como si la vida no terminara por colarse siempre.
Aquella mañana Microrrelato se sentía deprimido. Tras despertar, comprobó ante el espejo con disgusto que su nombre era demasiado largo para una naturaleza tan concentrada y compacta como la suya. Sin duda le habría ido mucho mejor si sus padres le hubieran llamado Micro desde el principio. Estaba convencido de que, con ello, se habría evitado buena parte de los malentendidos que seguían dándose de forma recurrente en su fantasiosa y libresca vida, tan literaria por lo demás.
Microrrelato se sentía, desde hacía ya algún tiempo, desconcertado y confuso. ¿De dónde sacaba el común esa manía de querer confundirlo, cada vez que hacía su aparición en público, con un chiste dudoso y vulgar? Otras veces, en cambio, preferían tomarlo por cualquier ocurrencia que la gente tuviera a bien referir; sin detenerse a pensar un minuto si con ello ofendían su sensibilidad extrema.
Microrrelato se sentía, según era previsible que ocurriera, profundamente dolido. Estaba cansado de gritarle al mundo que él no era en absoluto ni un cuento ni mucho menos un poema en prosa, aunque por supuesto guardaba ciertas características comunes con aquéllos, tales como la revelación del primero y la intensidad del segundo. Le ponía furioso que lo trataran como si fuera un género menor. Tampoco le gustaba que lo considerasen un maldito haikú.
Micro se sentía, en fin, tan pesaroso ese día, que se convenció de que acaso lo más sensato fuera esperar la llegada de la primavera antes de volver a salir a la calle. Así, y con el objetivo secreto de proteger su integridad, aquella misma tarde decidió emboscarse entre las páginas de un libro todavía en proceso de elaboración.
Horas después, mientras la joven que escribía a diario exhibía sobre el papel, sin el más mínimo pudor, su naturaleza desnuda, hecha de hibrideces y mixturas de todo tipo, Micro no pudo menos que reconocer la solemne tontería de haber querido mantenerse sano y salvo a toda costa. Como si la vida no terminara por colarse siempre.
domingo, 16 de diciembre de 2007
Sísifo
Llega a casa, se descalza deprisa y empieza a desvestirse con la impaciencia de quien hace rato que desea apearse del trajín de un día complicado en la oficina. Las prendas de su traje de ejecutiva van quedando esparcidas sin orden ni concierto por las diversas habitaciones del piso. Luego, se desmaquilla frente al espejo -el rostro desencajado, el cuerpo tenso todavía-, con la misma profesionalidad con que lo haría un payaso tras la función. Cuando por fin se ha desnudado, se encamina hacia el baño y se da una ducha.
Inmediatamente después, y con el ánimo algo más recompuesto, se dirige aprisa a su cuarto para emprender de nuevo la difícil tarea de levantar, de apuntalar incluso, el desbaratado edificio de su identidad: primero se calza las zapatillas de dormir y, a continuación, se pone el pijama. Antes de acostarse, se prepara una cena frugal.
A medianoche, cuando el silencio se vea interrumpido tan sólo por los latidos de su corazón, soñará una vez más que vuela alto y lejos, como un maldito pájaro, igual de pertinaz.
Inmediatamente después, y con el ánimo algo más recompuesto, se dirige aprisa a su cuarto para emprender de nuevo la difícil tarea de levantar, de apuntalar incluso, el desbaratado edificio de su identidad: primero se calza las zapatillas de dormir y, a continuación, se pone el pijama. Antes de acostarse, se prepara una cena frugal.
A medianoche, cuando el silencio se vea interrumpido tan sólo por los latidos de su corazón, soñará una vez más que vuela alto y lejos, como un maldito pájaro, igual de pertinaz.
martes, 11 de diciembre de 2007
La depuradora
Sabe que mientras se mantenga consciente, no tiene nada que temer. De eso está seguro. Además, basta probar de qué somos capaces para ver hasta qué punto un hombre, una mujer, pueden resistir bajo condiciones adversas. Luego, intuye, ya sólo queda esperar, descubrir en qué momento, de existir ese momento, empieza la deshumanización, el desmayo. Hoy mismo le han asegurado que iban a quitarle el alma. Será cuestión de segundos, le han dicho. La máquina se encarga de todo. Ella sola aspira en un santiamén toda la porquería que haya podido almacenar durante los últimos decenios, con la confianza de devolvérsela, tras los reajustes necesarios, limpia y reluciente. Así pues, en cuanto acaben, se la devuelven; sólo necesita, en realidad, unos pequeños retoques. Unos segundos de nada, le han dicho.
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Ya empieza a sentir los primeros síntomas. El cable al que permanece conectado lleva chupándole la sangre varios minutos, o eso diría, con la precisión implacable de que sólo es capaz una sanguijuela mecánica. También diría que empieza a nublársele la vista y a sentir mucha sed; a nublársele también el entendimiento y la memoria. A lo mejor le falla la memoria. Siente hambre, miedo y sueño, y de nuevo hambre. Tal vez más hambre de la que pueda sentir jamás. Lo más probable es que no pueda soportarlo, o eso habría dicho si pudiera. En realidad, el proceso está a punto de completarse; no ha ido del todo mal, pero ¿qué pasará cuando dejen de administrarle el suero? ¿Cómo creen que soportará el dolor, la vida, un alma pura? Él no se atrevería a jurarlo, pero lo cierto es que lo han engañado. Sin memoria, me moriría, habría dicho si pudiera.
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(sE LO EnDOso a fREia. Puedes ver las instrucciones de este meme en casa de Leg, Maripuchi, Frilanser o Scout.)
sábado, 8 de diciembre de 2007
Al abrigo de las letras
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El escritor esforzado se escondía tras la retórica hueca de las palabras. Así, en lugar de decir "ese día el sol brillaba como nunca", optaba por "los rayos esplendorosos bañaban el ínclito día como si fuera la primera vez". Estaba convencido de embellecer con ello la realidad. De igual modo, creía que cuanto más adornados aparecieran sus escritos, mayores éxitos literarios obtendrían.
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Por su parte, el lector cursi era un gran admirador del escritor mencionado. En esencia, no sólo se refugiaba en los textos de su autor preferido como una forma de hallar consuelo, sino que además los creía capaces de mejorar el mundo circundante, de perfeccionar al mismo ser humano. Acaso no sea preciso decir que amaba la oratoria, la dialéctica y los versos esdrújulos.
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Un buen día el azar quiso que los pasos del animoso escritor se encontraran con los del lector trasnochado. No lograron reconocerse sin embargo. La coincidencia de pasear por la misma calle, a la misma hora, les pareció un dato demasiado vulgar para ser tenido en cuenta. Por otro lado, que pudiera existir una correspondencia perfecta como la que les unía iba a servirles de bien poco. Cuando tuvo lugar el tropiezo, y antes de seguir su camino como si tal cosa, ambos intercambiaron unas breves palabras:
-Imbécil, le dijo el poeta.
-Desgraciado, le contestó su lector más fiel.
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El escritor esforzado se escondía tras la retórica hueca de las palabras. Así, en lugar de decir "ese día el sol brillaba como nunca", optaba por "los rayos esplendorosos bañaban el ínclito día como si fuera la primera vez". Estaba convencido de embellecer con ello la realidad. De igual modo, creía que cuanto más adornados aparecieran sus escritos, mayores éxitos literarios obtendrían.
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Por su parte, el lector cursi era un gran admirador del escritor mencionado. En esencia, no sólo se refugiaba en los textos de su autor preferido como una forma de hallar consuelo, sino que además los creía capaces de mejorar el mundo circundante, de perfeccionar al mismo ser humano. Acaso no sea preciso decir que amaba la oratoria, la dialéctica y los versos esdrújulos.
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Un buen día el azar quiso que los pasos del animoso escritor se encontraran con los del lector trasnochado. No lograron reconocerse sin embargo. La coincidencia de pasear por la misma calle, a la misma hora, les pareció un dato demasiado vulgar para ser tenido en cuenta. Por otro lado, que pudiera existir una correspondencia perfecta como la que les unía iba a servirles de bien poco. Cuando tuvo lugar el tropiezo, y antes de seguir su camino como si tal cosa, ambos intercambiaron unas breves palabras:
-Imbécil, le dijo el poeta.
-Desgraciado, le contestó su lector más fiel.
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sábado, 1 de diciembre de 2007
La disolución
Aquella mujer todavía hermosa permanecía a su lado con la esperanza de que la vida se enderezara de una puñetera vez, deseando, temiendo, que el presente en que se les había embarrancado la existencia tuviera, no pudiera tener, los días contados.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Meme del escritorio
Leg arguye, en su defensa, que lo de endosar este meme en concreto, y que consiste nada menos que en mostrar-la-imagen-propia-de-nuestro-escritorio-privado-de-trabajo-del-ordenador-personal, "no es [en absoluto] curiosidad, lo prometo, es sólo un juego"...
Una servidora, como es muy confiada, se lo cree todo de pe a pa, esto es, a pie juntillas, de ahí que haya colgado la imagen al desnudo, sin aderezos ni otros adornos que pudieran distraer la inestimable atención del voyeaur de turno (¡ups!, quise decir del lector).
Sin iconos ni otras zarandajas (en la acepción nicaragüense de "vestido estrafalario", que documenta nuestro sapientísimo DRAE), así viste y calza mi escritorio:
Una servidora, como es muy confiada, se lo cree todo de pe a pa, esto es, a pie juntillas, de ahí que haya colgado la imagen al desnudo, sin aderezos ni otros adornos que pudieran distraer la inestimable atención del voyeaur de turno (¡ups!, quise decir del lector).
Sin iconos ni otras zarandajas (en la acepción nicaragüense de "vestido estrafalario", que documenta nuestro sapientísimo DRAE), así viste y calza mi escritorio:
Lo cierto es que me hubiera encantado trasladar este meme juguetón a nuestro resistente fustigador, pero para mi asombro, esta vez nos ha hecho los deberes (sin que sirva de precedente), así que se lo endoso al escurridizo Nán, a ver cómo se las arregla para sortearlo, que yo no he sabido...
PS: A lo mejor me cambio la imagen del escritorio por esta otra. ¿Os gusta? ;-)
domingo, 25 de noviembre de 2007
En-sueños
(I)
Cuando despertó, la vida era sueño.
(II)
Soñó que soñaba una vida de ensueño, de tan maravillosa y dulce como se le representaba. Tras despertar de ese primer viaje profundo y misterioso que le había dejado tan entusiasmado, le deprimió descubrir que la cruda realidad se agazapaba a la vuelta de la esquina, dispuesta a abalanzarse sobre él y arrabatarle todas sus ilusiones. Al despertar por completo de sus sucesivos sueños, descubrió con horror que...
(III)
Su mayor pesadilla fue no despertar nunca más.
Cuando despertó, la vida era sueño.
(II)
Soñó que soñaba una vida de ensueño, de tan maravillosa y dulce como se le representaba. Tras despertar de ese primer viaje profundo y misterioso que le había dejado tan entusiasmado, le deprimió descubrir que la cruda realidad se agazapaba a la vuelta de la esquina, dispuesta a abalanzarse sobre él y arrabatarle todas sus ilusiones. Al despertar por completo de sus sucesivos sueños, descubrió con horror que...
(III)
Su mayor pesadilla fue no despertar nunca más.
domingo, 11 de noviembre de 2007
Determinismos
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Si hubiera estudiado Arte en vez de Filosofía, Pedro habría terminado trabajando como restaurador de obras artísticas para el museo de El Prado. Si en lugar de haber cambiado de ciudad, se hubiera quedado en Madrid, un día a la salida del trabajo, de camino a un conocido restaurante del centro, habría tropezado con María, lo que le habría dado pie a disculparse y, claro, entablar conversación, además de ofrecerle el taxi que estaba a punto de coger. Si, como decimos, cambiar su ciudad natal por Valencia le impidió tropezarse con quien seguro habría terminado convirtiéndose en su esposa; tras la decisión de mudarse tropezó de igual modo–en fin, era consustancial en él dicho accidente- pero lo hizo con Sonia, a la salida del teatro, una mujer muy guapa, cierto, aunque sin el encanto de María.
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De acuerdo con esta caprichosa ruleta que es la vida, Sonia, con quien en efecto llegaría a casarse, no sólo aprendería a cocinar, andando el tiempo, unas paellas deliciosas, de chuparse los dedos, sino que además le daría tres hijos estupendos: Miguelito, María (pura coincidencia) y Mónica. Así las cosas, cada vez que este esforzado profesor de Filosofía en un instituto de las afueras de Valencia, invitara a comer en su casa a los colegas, todos ellos sin excepción se refugiarían de la falta generalizada de disciplina en las aulas en los efluvios deliciosos de la paella que su mujer iba a prepararles, por lo común, cada primer domingo de mes.
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Hoy en día, tras estudiar Filosofía, haberse casado con Sonia y comer a menudo, junto a su familia y allegados, una paella de rechupete, no puede evitar sentir de vez en cuando una punzada de nostalgia por un futuro inexistente que jamás llegará a conocer.
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Si hubiera estudiado Arte en vez de Filosofía, Pedro habría terminado trabajando como restaurador de obras artísticas para el museo de El Prado. Si en lugar de haber cambiado de ciudad, se hubiera quedado en Madrid, un día a la salida del trabajo, de camino a un conocido restaurante del centro, habría tropezado con María, lo que le habría dado pie a disculparse y, claro, entablar conversación, además de ofrecerle el taxi que estaba a punto de coger. Si, como decimos, cambiar su ciudad natal por Valencia le impidió tropezarse con quien seguro habría terminado convirtiéndose en su esposa; tras la decisión de mudarse tropezó de igual modo–en fin, era consustancial en él dicho accidente- pero lo hizo con Sonia, a la salida del teatro, una mujer muy guapa, cierto, aunque sin el encanto de María.
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De acuerdo con esta caprichosa ruleta que es la vida, Sonia, con quien en efecto llegaría a casarse, no sólo aprendería a cocinar, andando el tiempo, unas paellas deliciosas, de chuparse los dedos, sino que además le daría tres hijos estupendos: Miguelito, María (pura coincidencia) y Mónica. Así las cosas, cada vez que este esforzado profesor de Filosofía en un instituto de las afueras de Valencia, invitara a comer en su casa a los colegas, todos ellos sin excepción se refugiarían de la falta generalizada de disciplina en las aulas en los efluvios deliciosos de la paella que su mujer iba a prepararles, por lo común, cada primer domingo de mes.
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Hoy en día, tras estudiar Filosofía, haberse casado con Sonia y comer a menudo, junto a su familia y allegados, una paella de rechupete, no puede evitar sentir de vez en cuando una punzada de nostalgia por un futuro inexistente que jamás llegará a conocer.
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lunes, 5 de noviembre de 2007
Un absurdo perfecto
Juan y Lucas son hermanos gemelos. Cuando llegue el momento, el primero se decantará por el estudio de las Ciencias Naturales, mientras el segundo es probable que manifieste una clara inclinación por la Filosofía en general y las Letras en particular.
Más tarde, cuando la Naturaleza se lo dicte, Juan se enamorará perdidamente de María, una joven rubia, alta y delgada, pianista de vocación aún en ciernes, pero de enorme talento en un futuro próximo, es decir, dentro de unos diez o doce años, que es el tiempo que la chica precisa para obtener el aplauso y el reconocimiento debidos. Lucas, por su parte, amará y será correspondido por Manuel, compañero suyo de trabajo en un periódico de prestigio, en donde todavía no sabe que entrará a trabajar como jefe de la sección de Cultura. Manuel lo hará poco después en calidad de responsable de las páginas de Economía.
Cuando ambos alcancen los 40 años, Juan y Lucas sentirán un vacío interior que les empujará sin remedio a separarse el uno y a divorciarse el otro, aun siendo idéntico el resultado. Que ambos lo hagan al mismo tiempo será sólo una maldita casualidad. Con hijos a su cargo y hartos de vivir solos, terminarán sus días juntos, como si alguna vez hubieran sido buenos hermanos, y lo harán por un sentido práctico de la existencia, esto es, para compartir gastos. Diez años después, tras darse cuenta de que no pueden vivir con un desconocido, por muy hermano gemelo que sea, lamentarán en un rapto de lucidez haber abandonado a sus respectivas parejas. También en esto, por desgracia, estarán odiosamente de acuerdo.
Y dejo aquí esta historia. Confío en que el paciente lector comprenda mi decisión. Si os soy del todo sincera, debería confesar que antes de interrumpir el relato de forma tan abrupta, llegué a la conclusión de que sus destinos empezaban a resultar demasiado vulgares, por conocidos... A lo mejor incluso consideráis que he sido un tanto cruel con sus vidas. Tal vez estéis en lo cierto y me haya excedido, no lo niego. En cualquier caso, sirva como disculpa que la presentación verosímil del mundo se me hizo de pronto cuesta arriba. Se trataba de describir la vulgar realidad sin tapujos, el absurdo perfecto que nos define y, de golpe, perdí el interés.
Más tarde, cuando la Naturaleza se lo dicte, Juan se enamorará perdidamente de María, una joven rubia, alta y delgada, pianista de vocación aún en ciernes, pero de enorme talento en un futuro próximo, es decir, dentro de unos diez o doce años, que es el tiempo que la chica precisa para obtener el aplauso y el reconocimiento debidos. Lucas, por su parte, amará y será correspondido por Manuel, compañero suyo de trabajo en un periódico de prestigio, en donde todavía no sabe que entrará a trabajar como jefe de la sección de Cultura. Manuel lo hará poco después en calidad de responsable de las páginas de Economía.
Cuando ambos alcancen los 40 años, Juan y Lucas sentirán un vacío interior que les empujará sin remedio a separarse el uno y a divorciarse el otro, aun siendo idéntico el resultado. Que ambos lo hagan al mismo tiempo será sólo una maldita casualidad. Con hijos a su cargo y hartos de vivir solos, terminarán sus días juntos, como si alguna vez hubieran sido buenos hermanos, y lo harán por un sentido práctico de la existencia, esto es, para compartir gastos. Diez años después, tras darse cuenta de que no pueden vivir con un desconocido, por muy hermano gemelo que sea, lamentarán en un rapto de lucidez haber abandonado a sus respectivas parejas. También en esto, por desgracia, estarán odiosamente de acuerdo.
Y dejo aquí esta historia. Confío en que el paciente lector comprenda mi decisión. Si os soy del todo sincera, debería confesar que antes de interrumpir el relato de forma tan abrupta, llegué a la conclusión de que sus destinos empezaban a resultar demasiado vulgares, por conocidos... A lo mejor incluso consideráis que he sido un tanto cruel con sus vidas. Tal vez estéis en lo cierto y me haya excedido, no lo niego. En cualquier caso, sirva como disculpa que la presentación verosímil del mundo se me hizo de pronto cuesta arriba. Se trataba de describir la vulgar realidad sin tapujos, el absurdo perfecto que nos define y, de golpe, perdí el interés.
jueves, 25 de octubre de 2007
La vida según el alfabeto: la J
José Jiménez justificaba a Juan Giménez porque, aunque le jodiera, ambos eran jerezanos, justamente de Jerez de la Frontera. Aparte de ser buenos jinetes, a menudo se jactaban de saber cortar el jamón como genios; generalmente a rodajas. Luego se lo jalaban con los brazos en jarras. (Justo es decir, a modo de ejemplo, que la filología del DRAE fija y recoge que "en Jerez, [una jarra es, por semejanza, un] recipiente de hojalata, de doce litros y medio de capacidad, que sirve para el trasiego de los vinos en la bodega."). Ambos eran, además, juiciosos jueces de genealogía jesuítica.
Si bien Juanillo se había juntado con una japonesa siendo muy joven, a José jamás le había parecido justo que se hubiera agenciado un ejemplar del otro género tan original, ni tampoco que su generosidad hacia una mujer con jambas de junco, gesto de jirafa y ojos de jaspe terminara generándole una jaqueca tan enojosa. El origen: Mijo, la gentil japonesa, tomaba jarabe en dosis ingentes con el objetivo de que dicho agente le dejase bailar una jota con la misma energía con que lo haría una pareja de jíbaros.
Para más inri (jolgorio o regocijo ajeno, como si dijéramos), Mijo usaba gel de baño a base de gelatina, esto es, de colágeno de tejido conjuntivo, y aunque sin duda amaba la jardinería (en su jardín de naranjos germinaban todos los junios y julios unos geranios ejemplares), no era, ni de lejos, de la jet...
(Por si el lector nostálgico anda escaso de juicio, dejo sentado que este micro es un homenaje a La cantante calva, de Eugène Ionesco...)
Si bien Juanillo se había juntado con una japonesa siendo muy joven, a José jamás le había parecido justo que se hubiera agenciado un ejemplar del otro género tan original, ni tampoco que su generosidad hacia una mujer con jambas de junco, gesto de jirafa y ojos de jaspe terminara generándole una jaqueca tan enojosa. El origen: Mijo, la gentil japonesa, tomaba jarabe en dosis ingentes con el objetivo de que dicho agente le dejase bailar una jota con la misma energía con que lo haría una pareja de jíbaros.
Para más inri (jolgorio o regocijo ajeno, como si dijéramos), Mijo usaba gel de baño a base de gelatina, esto es, de colágeno de tejido conjuntivo, y aunque sin duda amaba la jardinería (en su jardín de naranjos germinaban todos los junios y julios unos geranios ejemplares), no era, ni de lejos, de la jet...
(Por si el lector nostálgico anda escaso de juicio, dejo sentado que este micro es un homenaje a La cantante calva, de Eugène Ionesco...)
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"