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La memoria vacilante de este hombre se ha asomado por sus ojos verdes de fondo amarillo con la timidez de un pájaro, en el mismo instante en que los primeros rayos de sol resbalaban por el cristal de la ventana. Hace ya más de un lustro que ocupa por entero esa cama de matrimonio de dimensiones ciclópeas, pero sólo se anima si recibe cierta visita en particular, lo que de un tiempo a esta parte ha empezado a ocurrir a menudo.
..Cada atardecer, cuando las luces se vuelven irreales y los fantasmas campan por sus respetos, hace su aparición para ir a sentarse en el extremo opuesto de la cama. Se comporta como si, en realidad, no fuera una completa desconocida. Ella se justifica diciendo que ha venido para hacerle un poco de compañía, que sólo pretende aliviarle esa soledad desconsiderada, por su bien y consuelo, etcétera.
..-Más consumido que una vela estoy: sin apenas cera que arder. Apagándome, ¿sabe usted?
Y la dama, que no es mujer de muchas palabras, no le dice ni que sí ni que no; antes bien, se limita a sonreírle tímidamente como si esas palabras no fueran con ella y, en efecto, se tratara de una visita de circunstancias, discreta y precavida.
Siempre que recupera la memoria se olvida de la visita; por lo mismo, sólo cuando aquélla lo abandona, hace ésta su aparición.
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-Y dígame, señorita, ¿a qué debo tanto honor?
El viejo se expresa así porque la mujer es toda una señora. Al menos, viste y calza como tal, con telas buenas y caras, y va siempre bien peinada, aunque no parezca necesitar demasiado maquillaje. Por el contrario, luce una piel finísima de porcelana, casi translúcida.
-¿Me lo puede usted aclarar? Le estaría muy agradecido.
Y aunque otras veces, cuando recibe las verdaderas visitas de importancia, de su hija o de sus nietos, se pone tan contento que confiesa haberle entrado unas ganas locas de bailar, sólo la otra se ha vuelto fiel y asidua, familiar.
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Esta vez la señora ha decidido darle un abrazo por toda despedida.
-Bueno, pues en tal caso, también quiero un beso, ¿concede usted?
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